6/9/21

El último escribano de Málaga

Por Sergio Núñez

Todos retenemos un olor o un sabor de cuando éramos pequeños, pero yo también retengo un sonido, el sonido de la máquina de escribir, por supuesto, manual, sin ningún tipo de electrónica, de mi padre.

En calle Granada nº 65, en la misma acera de la librería de Pepe Negrete y de ultramarinos Zoilo, mi padre tenía un mini local donde a duras penas cabían una mesa y cinco sillas. Antiguamente, la planta superior le había servido de vivienda. Para entrar al local había que agachar la cabeza, si no querías chocar con el marco; aún así, creo que era un o de lo locales más visitados de calle Granada, pues a las ocho de la mañana, hora de apertura del negocio, ya había varias personas guardando su turno en la cola para ser atendidos.

De igual manera, a la hora del cierre, siempre había alguna persona que deseaba ser atendida fuera de horario, siendo un sinsabor para él no poder atenderla, pues se tenía que marchar tras muchas horas tras su escritorio; el tener que decir  no, le apenaba profundamente…. por este motivo, he sido testigo de cómo en numerosas ocasiones mi padre volvía a abrir el local para atender a esa  persona que venía de algún pueblo lejano y que ni pesetas suficientes tenía para volver a coger el autobús, suponiéndole un gran esfuerzo volver otro día por haber llegado fuera de horario.

Sí, mi padre era escribano, el último escribano de Málaga, como así lo nombraron tras una entrevista en un periódico de la época, en los años setenta del siglo pasado. En esos años, su trabajo, el trabajo de escribano o memorialista, estaba muy solicitado, dado que el nivel de alfabetización era muy deficiente.

Mi padre lo mismo redactaba contratos de obra donde se incluían todos los tecnicismos relacionados con el tema, como cartas dirigidas a una madre y que transmitían todo el cariño de un hijo que estaba en la mili, o era testigo de mil historias de familias, de amigos, de amores y desamores, por lo que muchas personas depositaban en él su confianza, que transformaba en letras cargadas de sentimientos.

Así, recuerdo que él leía la carta recibida y posteriormente redactaba la carta que iba a ser remitida como respuesta.

Pasaba a máquina desde relatos y poesías hasta solicitudes y peticiones a diferentes organismos públicos, impresos varios de todo tipo y un largo catálogo de trabajos, todos con el típico sonido de las teclas, mientras, sin mirar el teclado, preguntaba a las personas si les parecía bien lo escrito, en folios o cuartillas según el formato adecuado para cada caso.

Algún cliente agradecido le traía un café del Café Aranda, famoso local de la época y de la estampa malagueña, que quedaba prácticamente enfrente a su local, o, en otras ocasiones, le daban una pequeña propina.

Como herramienta principal y amiga inseparable, como ya he señalado, su máquina de escribir. Una de ellas, concretamente, la Olivetti M40 de los años 30, aún descansa, quedando expuesta como una joya, en lo alto de un antiguo aparador en mi casa.  Si  ella hablase…

Mi abuelo Justiniano fue el precursor de la dinastía de los escribanos, antes que mi padre, Emilio y, por último, mi hermano Jorge siguió sus pasos durante unos años.

El local, ese local por el que tantas historias desfilaron a través de la máquina de escribir a las  que dieron vida las manos de mi padre, ahora se ha convertido en parte del hotel Palacio Solecio de calle Granada.

Por último, he de aclarar el titular del artículo de periódico que acompaña este post, donde se nombra a mi padre como Luis, cuando en realidad se llamaba Emilio; al parecer, mi abuela deseaba que se llamase Luis y mi abuelo quería llamarlo Emilio. A la hora de inscribirlo en el Registro Civil, mi abuelo fue solo y lo inscribió con el nombre que a él le gustaba, Emilio, pero la familia y los amigos le llamaban Luis, tal como mi abuela quería.

Años más  tarde, cuando mi padre solicitó un certificado de nacimiento para acceder al servicio militar, descubrió que se llamaba Emilio, cuando todo el mundo lo nombraba como Luis... incluso mi madre. Cosas de la vida... una historia digna de haber sido redactada por la máquina de mi padre: el último escribano de Málaga.

16/2/21

Negrete, en la ruta perdida de las librerías malagueñas

Por José M. Domínguez Martínez 

(Artículo publicado en el blog Tiempo Vivo el 15 de enero de 2021)

El dicho popular, de dudosas raíces intelectuales, retrataba Málaga como una ciudad más que refractaria para acoger librerías en su entramado urbano. No es en absoluto verdad. Málaga tuvo significados establecimientos de esa naturaleza cuya imagen icónica, muchos años después de haber desaparecido a raíz de la llegada de la supuesta modernidad, aún pervive entre nosotros. Algunas de ellas brillan con luz propia pese a llevar tiempo formando parte del distinguido club de los comercios malacitanos históricos desaparecidos, tras dejar una huella imperecedera. Los integrantes de mi generación no podemos esgrimir que, en nuestra adolescencia, allá por la primera parte de los años setenta, escasearan esos lugares que atesoraban tanto saber, tanto conocimiento y tanta creación literaria, en una época en la que no podía predecirse, ni en clave de ciencia-ficción, las transformaciones que originarían las nuevas tecnologías. Aun así, éstas no han logrado erradicar esa inconmensurable invención de la mente humana que es el libro.

Ante un objeto de culto de semejante estatus, no es de extrañar que las librerías fueran lugares sagrados donde, en cualquier momento, podía producirse un milagro. Por ello era muy importante no perder la ubicación de todas ellas, cada una con su estilo y su sello particulares. En ese itinerario estaban templos de obligada visita como, entre otros, los de las librerías Denis, Ibérica, Cervantes, Proteo, Prometeo, Rayuela, Atenea, o Gibralfaro; en otras rutas de devoción nos encontramos, en algunos casos más tarde, con los rótulos de Picasso, Códice, Áncora, Jábega, o Luces. Algunas siguen en pie afrontando toda suerte de avatares y desafiando pronósticos agoreros.

Había grandes librerías y también grandes libreros. Uno de ellos regentaba un establecimiento cuyas reducidas dimensiones eran ensanchadas por sus vastos conocimientos bibliográficos y su pasión por los libros, cualquiera que fuera su género, tiempo o autor. Su pequeño santuario ocupaba un lugar destacado en las rutas a la búsqueda de contenidos literarios o académicos, enfrente de la iglesia donde Picasso visitó la pila bautismal. Pepe Negrete encarnaba la representación de la esencia del librero, y su imagen forma parte de la historia de la cultura malagueña.

Su figura se incorpora a las bases del proyecto MLK, de la mano de un gran conocedor del erudito, que, a través de un emotivo y documentado artículo, fruto de su propia experiencia, nos acerca a ese inolvidable e inigualable personaje.

 


(Imagen tomada de Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/Calle_Granada#/media/Archivo:CalleGranada1.jpg)

15/2/21

La librería de Pepe Negrete

Por José F. Domínguez Franco

En la calle Granada, muy cerca de la Iglesia de Santiago, casi enfrente, estaba la librería de Pepe Negrete. También recuerdo con nostalgia otras librerías que ya han desaparecido, como Denis o la Librería Ibérica, pero sin entrar en comparaciones, la de Pepe dejó en mí una huella imborrable.

Podríamos diferenciar muchos tipos de librerías, por su tamaño, por su especialización, etc. En este caso, no era ni muy grande, ni muy especializada, simplemente era una librería con personalidad propia. Era especial por la persona que la regentaba, Pepe Negrete.

Confieso que la primera vez fui por casualidad, por cercanía a mi domicilio. Tenía que comprar un libro como lectura para las clases de literatura, en mi barrio no había ninguna librería y alguien me habló de la suya, que no quedaba muy lejos de mi casa. La amabilidad y cercanía con la que me trató, hizo que para la compra de los siguientes libros volviera a acudir a la de Pepe.

Mostraba un conocimiento literario y editorial amplísimo. Daba igual la obra por la que se le preguntara, enseguida sabía decir si lo tenía o no -en caso de no tenerla te la encargaba- y la editorial o editoriales en que estaba publicada. Al principio, como decía, iba a comprar libros “obligado” por mis profesores, pero poco a poco, con su trato, sus preguntas y sus consejos, empezó a contagiarme el amor a la lectura. Ya no me conformaba con libros prescritos, sino que empecé a leer otras obras clásicas de la literatura, de las que él siempre me buscaba la edición más económica. Esos ejemplares de la Colección Austral con sus colores temáticos, editorial Ebro, Bruguera, y otras ya desaparecidas que solucionaban la vida a estudiantes con poco dinero. De este modo, además, llevó a cabo una labor formidable para difundir la cultura.

Tengo un amigo, gran bibliófilo, que también guarda en su memoria con cariño a Pepe Negrete. Ha viajado por todo el mundo, y visitado muchas librerías, pero me dice que Negrete era único, con sus vastos conocimientos, y su gran sencillez. Con su trato personal y cercano, hacía que te sintieras especial, te recomendaba qué leer en función de tus gustos, te asesoraba, y te buscaba el libro. Recuerda haberle pedido por ejemplo que le recomendara una traducción de Stendhal, y que le contestara ipso facto sin dudar un momento que Consuelo Berges era la mejor. Daba sentido y prestigio al oficio de librero. Hoy en día, desde la mercadotecnia se repite machaconamente el mantra de mejorar la “experiencia del cliente”, pero eso era algo que Pepe, así como otros muchos comercios tradicionales, ya tenían claro hace muchos años.

Recuerdo la ilusión de acercarme a su librería, en esa Málaga de principios de los ochenta, bajando la calle Granada desde la Plaza de la Merced. Allí solía estar siempre sentado con algún libro a mano en su pequeña librería. Como Montaigne en su torre, rodeado de libros. No se trataba de comprar el Cantar de Mío Cid, La Celestina o el Lazarillo de Tormes porque hubiera que hacer un trabajo para clase. Iba por el placer de la lectura y la magia de descubrir nuevos libros, a lo que él colaboraba gustoso. Cuanta felicidad… primero fue cualquier clásico de la literatura española: Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca, Gracián, Cervantes... o los grecolatinos. Avanzando en el tiempo, Larra, Espronceda, Pérez Galdós, Unamuno, Valle Inclán, Baroja, Machado… Y de ahí a otras épocas, países, formatos, culturas y temáticas. En definitiva, un viaje por un camino que afortunadamente no tiene fin, y por el que aún sigo transitando con la ilusión de aquel adolescente y realizando descubrimientos.

Todavía a veces, me gusta deambular sin rumbo, dando un paseo sin prisas, por calle Granada y otras adyacentes de la Málaga antigua, y casi puedo rememorar las sensaciones de aquellos años, y en ocasiones, por un segundo, tengo la impresión de que allí sigue la librería de Pepe Negrete.

En estos tiempos de rapidez y aceleración, de cuando en cuando vuelvo a los clásicos en busca de un remanso de paz. Frente al exceso de información en pantallas, incesantes zumbidos y entradas de notificaciones en nuestros dispositivos, frente a todo ese ruido, releer pasajes de obras clásicas, atemporales e imperecederas, serena el espíritu y ayuda a tener una visión más equilibrada de las cosas, a no perder la perspectiva, y a fortalecer nuestras dotes para el pensamiento crítico. De vez en cuando hay que parar para reposicionarse en el mundo. Me gusta coger aquellos libros que muestran en sus páginas el transcurso de los años, muchos de ellos adquiridos en la librería de Pepe, ajados por el paso del tiempo, con sus páginas oscurecidas, color parduzco o sepia, pero cargados de serenidad y sabiduría. Como en tantas otras cosas, los clásicos acertaban, y mejor mucho de algo bueno, en profundidad, que no muchas cosas (“multum, non multa”), como también recogió Lope en su inmortal soneto “Libros, quien os conoce y os entiende”.

Pepe Negrete falleció muy pronto, demasiado pronto, en 1987. Sólo puedo concluir diciendo que era una persona entrañable, que amaba los libros y que transmitía esa pasión a quien tuviera alguna predisposición al respecto. Muchas gracias, Pepe.

 

 

(Imagen tomada del siguiente enlace: https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2020/10/25/malaga-libros-incontables-librerias-27396131.html)