7/1/19

“Comercios históricos malagueños”, de Fernando Alonso González


Por José Mª López Jiménez

Málaga, como ciudad, pasa objetivamente por un gran momento, y goza de desarrollo económico, social y cultural, y de reputación y reconocimiento generalizados, dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Partiendo de ciertos elementos naturales que concurren en esta zona geográfica, como la benignidad del clima o la luminosidad, se trata de un logro colectivo al que han coadyuvado las iniciativas públicas y las privadas, y el quehacer diario de sus ciudadanos y empresas.

Celebramos este renovado auge, aunque venimos observando desde hace algunos años, no sin cierta tristeza, cómo los establecimientos comerciales típicamente malagueños que daban color al Centro de la ciudad que nos ha visto crecer, y al que vinculamos nuestros más íntimos recuerdos, han ido cerrando paulatinamente sus puertas y expositores hasta casi desaparecer. 

En su lugar están surgiendo nuevas tiendas impersonales, sin “sabor local”, y franquicias de las grandes marcas internacionales, que proliferan, en ambos casos, al calor de la globalización. De consolidarse esta tendencia uniformadora, es posible que pasados los años no haya diferencia entre pasear por Málaga o Nairobi, por Nueva York o Bogotá, por Ottawa o Estambul, por Tokio o Helsinki. 

Las ciudades del mundo globalizado —o sus dirigentes, si es que este proceso se puede pilotar— parecen dar la espalda a la población autóctona que todavía se atreve a residir en los respectivos corazones históricos, para abrirse, casi en exclusiva, a los turistas que atestan sus calles y avenidas, sus bares y terrazas, sus museos y edificios.

A este complejo fenómeno, que supera, como es lógico, los contornos de Málaga, ya me referí expresamente en la presentación, el 1 de junio de 2017, en la Sala Italcable de la UNIA en la capital malacitana, de la obra colectiva que dirigí titulada “El control societario en los grupos de sociedades” (Wolters Kluwer, 2017). De algún modo, esta obra partió de la evidencia del creciente poder económico de los grandes conglomerados empresariales y financieros, que ofrecen sus productos y colocan sus capitales en cualquier punto del planeta, permitiendo, con sus luces y también con sus sombras, la consolidación de una verdadera sociedad cosmopolita, aún a costa de erosionar lo local.

Sin duda, hay un punto óptimo de equilibrio, en el que todos los intereses en liza se pueden compatibilizar, aunque alcanzar este punto no sea un cometido sencillo.

La participación en un nuevo proyecto editorial en ciernes, promovido por el Instituto Econospérides, para tratar de identificar algunos de estos emblemáticos comercios malagueños que han ido desapareciendo de la fisonomía de la ciudad, rescatarlos del olvido y transmitir su recuerdo a las siguientes generaciones, me ha llevado nuevamente a reflexionar sobre este fenómeno, con todas sus derivaciones.

Paradójicamente, en una de mis habituales visitas a una de estas multinacionales (FNAC), encontré por azar la obra “Comercios históricos malagueños” (Ediciones del Genal, Málaga, 2018), de Fernando Alonso González, que es, a mi parecer, una obra de referencia para conocer el origen desde el siglo XIX del comercio tradicional malagueño, la situación actual de lo que queda de él y sus perspectivas de futuro, en el marco más general del empuje y la presión ejercida por la globalización, a la que anteriormente nos hemos referido.

Tenemos la impresión de que, hasta el momento, la obra quizás haya pasado un tanto inadvertida y no haya atraído toda la atención que merece por parte de las instituciones y de la ciudadanía, pues, aunque profundiza en la historia de Málaga, su contenido también puede ser muy útil en el debate para determinar cuál es el modelo ciudad que los habitantes de Málaga quieren otorgarse.

Curiosamente, compartimos en buena medida algunas reflexiones de Fernando Alonso, lo que no debe extrañar, dado que pertenecemos a una misma generación y probablemente nuestra relación con Málaga, viviendo y sintiendo con intensidad cada uno de sus rincones en cada parte del año, nos haya marcado profundamente, al igual que a tantos otros. Esta circunstancia motiva, por otra parte, que el lector en cuyas manos caiga la obra se sienta atrapado irremisiblemente por la lectura, porque se reconocerá a sí mismo, a amigos o conocidos e incluso a familiares cuyas historias empresariales y personales comienzan a acumular polvo y a correr el riesgo, como Fernando afirma, de desaparecer “en el sumidero de la Historia” (pág. 11).

En la introducción que antecede a los 34 apartados en que se divide el libro —uno por cada negocio analizado, con alguna particularidad, como señalaremos más adelante—, el autor se refiere a la melancolía que recorre el ánimo cuando se constata “la cantidad de comercios que han ido desapareciendo”, en un proceso intensificado por la globalización, que, “aunque puede resultar beneficiosa en algunos aspectos, ha traído consigo la pérdida de identidad y el aburrimiento de lo repetido” (pág. 11).

Fernando Alonso ha optado por seleccionar, para que su esfuerzo sea asumible, una serie de comercios, que podrían haber sido muchos más. En las páginas 14 y 15 del libro se enumeran todos ellos y se sitúan en un mapa del Centro, a lo largo de un imaginario eje diagonal que discurre entre el histórico Mercado de Atarazanas y la Plaza de la Merced que vio nacer a Pablo Ruiz Picasso y en la que reposan los restos de José María Torrijos y otros defensores de la Constitución de 1812.

Para realizar el trabajo se ha acompañado la investigación científica y de archivo de la entrevista directa a los fundadores de los comercios, cuando ello ha sido posible, o, más bien, a sus descendientes, junto a un amplio apoyo visual, en muchos casos de fotografías de los archivos de los propios interesados.

La lectura es dinámica, y el autor va enhebrando el origen y el desarrollo de cada negocio con interesantes anécdotas y con sus propias reflexiones.

Respecto a las anécdotas, por señalar algunas de las muchas que se recogen en la obra, a propósito de la actual “Farmacia Bustamante” (antigua botica de los Mamely) se indica que a finales del siglo XIX se podían adquirir “ojos artificiales humanos con movimientos voluntarios” (pág. 29); acerca de la “Casa de Guardia” (no “del Guardia”), la “Capilla Sixtina del arte de buen beber”, tenemos noticia de que José Guardia llegó a ser amante de la reina Isabel II (pág. 42); o que a José Rodríguez Losada, uno de los mayores relojeros de todos los tiempos, le debemos el reloj de la torre de la Catedral de Málaga y el de la Puerta del Sol de Madrid, o la terminación del Big Ben de Londres (“Relojería de Miguel Heredia”, pág. 73).

De las reflexiones de Fernando Alonso que salpican la obra nos quedamos con la dificultad no solo de mantener sino también de iniciar una actividad en el Centro de Málaga sin formar parte de ese selecto grupo de empresas que pueden satisfacer las elevadísimas rentas de los contratos de alquiler, tendencia histórica acentuada en los últimos años. Los escasos comercios tradicionales que subsisten hoy día lo hacen gracias a que en algún momento fueron capaces, no sin dificultad, de acceder a la propiedad de los locales, liberándose de la servidumbre del contrato de arrendamiento y de su merced.

Sentimos añoranza de las tertulias que, en otras épocas en las que el transcurrir del tiempo era más pausado, abundaban en todo tipo de comercios. Especialmente llamativa nos ha parecido la del Café Munich, «llamado por algunos “pequeño Pombo”, en alusión al famoso café madrileño donde Ramón Gómez de la Serna tenía sus tertulias» (pág. 210).

Previamente indicamos que son 34 los establecimientos en funcionamiento seleccionados por el autor, aunque, con el libro en imprenta, se produjo el cierre de uno de ellos, “Calzados Alas”, lo que le lleva a plantearse, amargamente, cuántos de los restantes comercios de este libro habrán desaparecido dentro de algunos años.

(Publicado en el blog Todo Son Finanzas el 7 de enero de 2019)


1/1/19

Martín Larios: el primer camerano de una saga malagueña


Por José Mª López Jiménez

En “Las ciudades invisibles”, de Italo Calvino, se suceden las conversaciones entre el mercader (Marco Polo) y el emperador (Kublai Jan), con una serie de extraordinarias ciudades imaginadas de trasfondo. El poder político, el económico y el urbano forman en este relato una triada que tiende a la perfección.

Primero fueron las ciudades y después otras formas sociales y políticas más abstractas, con la cualificada excepción de las ciudades-estado helénicas, en las que lo público y lo privado, lo civil y lo militar, lo mercantil y lo político, formaron un todo capaz de resistir, casi milagrosamente, el empuje de vastos imperios que avasallaban a cuantos se interponían en su camino.

No es de extrañar, por tanto, que las ciudades hayan sido “durante milenios grandes centros de actividad, impulsores de crecimiento y productividad”, o que “ningún país haya logrado crear una clase media sin urbanizarse” (“El triunfo de las ciudades frente a los Estados”, Forbes, nº 58, noviembre de 2018, pág. 76).

Si nos remitimos a la Málaga decimonónica como antecedente más inmediato de la ciudad actual, sin necesidad de llegar a las raíces históricas que vinculan su origen con los mismos ideadores de la escritura o del comercio, también descubrimos la confluencia de los desarrollos urbano, político y empresarial.

No es extraño que en una ciudad abierta como Málaga, por necesidad y por convicción, se asentaran personas procedentes de otros ámbitos geográficos, pero sí es singular el papel desempeñado por los oriundos de La Rioja, en concreto, de la comarca de los Cameros. Entre estas familias podemos encontrar, por ejemplo, a “los Larios, los Heredia (Manuel Agustín Heredia llegó a ser en su día el hombre más rico de España) o Félix Saénz (dueño de los almacenes más grandes de Andalucía a principios del siglo XX” (Alonso González, F., “Comercios históricos malagueños”, Ediciones del Genal, Málaga, 3ª ed., 2018, pág. 51).

En un anterior artículo ya prestamos atención a Manuel Agustín Heredia, luego ahora nos centraremos en el primer Larios que llegó a Málaga, Martín Larios Herreros (1798-1873). Como aclaración, su hijo Manuel Domingo, ante la incapacidad mental de su hermano Martín, se convirtió en el segundo marqués de Larios, inmortalizado en la estatua que preside el acceso a la Alameda Principal y a la calle Larios de la capital malagueña. Los Larios forman, por tanto, una parte inescindible del imaginario de la ciudad.

Seguimos para destacar los aspectos más relevantes de la biografía de Martín Larios a Antonio Parejo Barranco, en “Grandes empresarios andaluces” (Parejo Barranco, A. —coordinador—, LID Editorial Empresarial, S.L., Madrid, 2011, págs. 74-80).

En línea con lo señalado por Alonso González, Parejo Barranco también incide en la colonia camerana. Detrás de estos movimientos migratorios “existían contactos económicos previos […], pero también unos niveles formativos situados por encima de la media de la época: en otras palabras, aquellos emigrantes cameranos disponían de unos conocimientos y de una actitud para los negocios que, en un medio económico en eclosión como eran el malagueño o el gaditano de la época, les permitieron convertirse rápidamente en referentes empresariales”.

El origen de la fortuna de Larios, como el de la de Heredia, se encuentra en la agitación de los primeros años del siglo XIX español. Esta riqueza se canalizará hacia la industria textil-algodonera, el azúcar de caña y los vinos. Para el establecimiento de sus ingenios industriales y para determinar la forma de organización del trabajo siempre trató de reproducir el modelo imperante en Inglaterra, no siendo infrecuentes los viajes a Manchester de las personas de su círculo más cercano.

Martín Larios también formó parte de la oligarquía financiera malagueña, destacando su interés en el proyecto ferroviario y en la banca.

En cuanto al ferrocarril, su interés superó el afán meramente especulativo, pues también tenía interés en que Málaga contara con carbón a un precio competitivo para hacer viable la siderurgia andaluza frente a la del norte de la península. Aunque los sucesores de Heredia, los Larios y los Loring participaron en este proyecto ferroviario inicial, fue Jorge Loring el que mostró una actitud más decidida al respecto, consiguiendo unificar en 1877 todos los ferrocarriles de la región en la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces. Jorge Loring y sus socios, entre ellos, el político liberal Francisco Silvela, emprendieron entonces una política de construcción de nuevas líneas y de mejora de la gestión.

En lo atinente a las finanzas, en 1856 se creó en Banco de Málaga, en el que, como promotores, junto a Martín Larios, volvemos a encontrar a los Heredia (los sucesores de Manuel Agustín) y a los Loring: “[…] el Banco de Málaga fue un negocio inicialmente rentable —su actividad fundamental fue, en el activo, el descuento de letras, y en el pasivo la emisión de billetes—, aunque pronto comenzó a ofrecer síntomas de debilidad: en parte por la crisis financiera de 1866, y sobre todo tras la nueva legislación bancaria de 1874, que otorgaba al Banco de España el monopolio de emisión de billetes. Eses mismo año, el Banco de Málaga dejaría de existir como entidad independiente, fusionándose con el Banco de España”.

Referencias bibliográficas

Alonso González, F., “Comercios históricos malagueños”, Ediciones del Genal, Málaga, 3ª ed., 2018.

Forbes, “El triunfo de las ciudades frente a los Estados”, nº 58, noviembre de 2018.

López Jiménez, J. Mª:

—“El sistema financiero y su histórica y estrecha relación con el arte y la cultura”, eXtoikos, nº 18, 2016.

—“Italo Calvino y las ciudades de los trueques”, blog Todo Son Finanzas, 9 de marzo de 2018.

—“Las ciudades, Málaga y el paso de los días: Manuel Agustín Heredia”, blog Todo Son Finanzas, 25 de diciembre de 2018.

Parejo Barranco, A., “Martín Larios Herreros [1798-1873]”, en “Grandes empresarios andaluces”, Parejo Barranco, A. —coordinador—, LID Editorial Empresarial, S.L., Madrid, 2011.

(Publicado en el blog Todo Son Finanzas el 31 de diciembre de 2018)

Las ciudades, Málaga y el paso de los días: Manuel Agustín Heredia


Por José Mª López Jiménez

“Cuenta lo que fuimos” (Sebastián Copons a Íñigo Balboa, en “El Capitán Alatriste”, de Arturo Pérez Reverte)

Uno es lo que es, en primer lugar, por el influjo, no siempre benéfico, de su familia (cómo no recordar el inicio de “Ana Karenina”…).

Más ampliamente, las ciudades también nos condicionan, y su clima, su luz, sus avenidas, sus edificios, sus callejuelas, sus jardines, sus rincones, sus sombras, su gastronomía, sus olores, sus gentes, sus sonidos, su  pasado, su presente… nos hacen ser de un modo o de otro.

También hay ciudades que envenenan a quienes las habitan, pero queremos creer que aquellas ofrecen, más bien, un marco en el que los individuos pueden desarrollarse en libertad.

La ciudad es una realidad vivida, a diferencia del Estado, por ejemplo, que, como abstracción que es, se debe imaginar para ser sentido.

A lo largo de nuestras vidas desfilamos por muchas ciudades, pero solo con un puñado, con acaso una, nos fusionamos de una forma íntima. Solo con estas ciudades nos sentimos en deuda para siempre.

Nacer en una ciudad no es imprescindible para sentirse identificado con ella. Hay ciudades abiertas que no discriminan entre sus hijos natos y los adoptivos. Las posibles diferencias, si es que las hay, desaparecen con el paso de las generaciones, en un proceso enriquecedor, en el que la identidad de todos se ensancha.

Pensar en mi Málaga de nacimiento y en su esplendoroso siglo XIX, forjado por emprendedores venidos de otras ciudades españolas y de otros países, cuyos nombres, obra y descendientes, llegados los siglos XX y XXI, se han fundido con ella para conformar su esencia, me ha llevado a estas reflexiones.

Esa gloria fue efímera, pero sobre sus cenizas se erige en la actualidad otra gran ciudad, hacia la que, en ocasiones, mira el mundo, que aúna la calidad de vida de sus habitantes y visitantes con el desarrollo económico y el esplendor cultural y artístico.

Si hoy día somos lo que somos, con todo nuestro potencial, es gracias, entre otras, a figuras como la de Manuel Agustín Heredia, procedente de La Rioja (Rabanera de Cameros, 1786).

En “Los perdedores de la Historia de España” (2006), García de Cortázar dedica el capítulo 18 (“La frontera industrial”) a Heredia y al fallido desarrollo industrial malagueño de la segunda mitad del siglo XIX.

Según García de Cortázar, sus “iniciativas empresariales en las tierras del sur le dieron fama de moderno y a la romántica Andalucía, un cuadro diferente del pintado por los viajeros Gautier y Washington Irving”.

Cita a otro viajero inglés, Thomas Debary, quien, en 1849, anotó en su cuaderno de viaje lo siguiente: “Un extranjero que desee familiarizarse con estas tierras notará seguramente cuando llegue a Málaga que ha dejado atrás la nación española. En Málaga encontrará, comparativamente, poco de las costumbres de Andalucía, verá más de una alta chimenea de rojos ladrillos, importación no muy poética de la laboriosa Inglaterra; si es inglés oirá con frecuencia hablar su propia lengua y no sólo en labios ingleses, sino también españoles; percibirá, en suma, que el progreso ha puesto realmente pie en las orillas de España”.

La riqueza de Heredia se acumuló extrayendo grafito de la serranía de Ronda durante la Guerra de la Independencia: “La suya tampoco fue la única fortuna del siglo XIX construida tras un telón de batallas. Los Rothschild tuvieron las campañas de Napoleón. Rockefeller y Carnegie tendrán las de la Secesión norteamericana”.

Con la fortuna acumulada puso en marcha en 1832 los primeros altos hornos de España (Marbella —La Concepción—, que amplía seguidamente a Málaga —La Constancia—). La hegemonía malagueña en la producción siderúrgica nacional se extenderá hasta la década de los sesenta del XIX; la decadencia llegará, primordialmente, por la falta de carbón mineral autóctono, y por el tendido de la red de ferrocarriles española, inexplicablemente (o no tanto…), con financiación y materias primas extranjeras.

Cristóbal García Montoro, en “Grandes empresarios andaluces” (Parejo Barranco, A. —coordinador—, LID Editorial Empresarial, S.L., Madrid, 2011, págs. 58-62), también dedica atención a Heredia: “La siderurgia de Heredia, con sus dos establecimientos de Marbella y Málaga, entró desde mediados de los años treinta en una fase de gran actividad que la llevaría a colocarse en poco tiempo a la cabeza de la producción nacional de hierros. En gran medida ello se debió a la paralización de las ferrerías de la cornisa cantábrica por la guerra carlista, pero también a la habilidad de Heredia, que supo aprovechar la circunstancia para modernizar su equipamiento e introducir cambios en la fabricación de hierros. En 1840 Heredia se había convertido en el primer fabricante de hierros de España […] Simultáneamente Heredia dirige su mirada hacia otro sector industrial, el plomo, que en aquellos momentos despuntaba en la provincia de Almería”.

Al hierro y al plomo sumó fábricas de jabón, productos químicos y tejidos, y una flota de buques, convirtiéndose en “el más destacado empresario de la Península”.

Parte de su fortuna se canalizó hacia los seguros y la banca. Fue uno de los fundadores del Banco de Isabel II, creado en 1844 por iniciativa de hombres de negocios como el marqués de Salamanca, su cuñado, también oriundo de Málaga (el Banco de Málaga se creó en 1856, diez años después de su muerte, siendo uno de sus promotores su hijo Tomás Heredia Livermore).

Nos encontramos ante una de las estrellas del firmamento malagueño decimonónico. Si la ocasión es propicia, esperamos poder repasar esta figura, y otras no tan fulgurantes pero no menos importantes, a lo largo de 2019.

Referencias bibliográficas

García de Cortázar, F., “Los perdedores de la Historia de España” (2006), cap. 18 (“La frontera industrial”), Editorial Planeta, S.A., Barcelona, 2007.

García Montoro, C., “Manuel Agustín Heredia [1786-1846]”, en “Grandes empresarios andaluces”, Parejo Barranco, A. —coordinador—, LID Editorial Empresarial, S.L., Madrid, 2011.

(Publicado en el blog Todo Son Finanzas el 25 de diciembre de 2018)

Proyecto Mlk: a la búsqueda de las huellas perdidas de la ciudad ausente


Por José M. Domínguez Martínez

La historia de una ciudad está en sus calles, en sus plazas y avenidas; reposa en las fachadas de sus monumentos; revive en los rasgos y en el carácter de sus habitantes; anida en los surcos que ha ido labrando el tiempo; se adormece en los jardines donde acuden las almas solitarias; palpita en todos sus rincones, reales o imaginarios. Todo eso y mucho más forma parte de su ser. En su largo camino se han ido quedando atrás símbolos e imágenes que ayudaron a forjarla tal como es, dejando una huella, que aún permanece, aunque no siempre se perciba a simple vista.

Las empresas, ya se trate de una factoría, de un establecimiento comercial o de un local de servicios, como organismos vivos condenados a ganarse cada día la supervivencia, amenazados por fuerzas internas y otras que llegan del exterior, en distintos grados de permanencia e intensidad, han sido un elemento imprescindible en la configuración urbana. Como seres vivientes, las empresas presentan una gran heterogeneidad en cuanto a su origen, apariencia, dimensión, actividad y longevidad. Sea cual sea el perfil concreto que adopte, toda empresa se ve sometida a la dialéctica permanente que impone la dinámica económica y social, más o menos exigente en función del sector y del entorno en el que opera. Cuando una empresa se extingue es como si con ella se esfumara una parte de nuestras vivencias, como si se desprendiera una pieza del mosaico que representa la actividad económica y también el panel del entramado social, dejando un hueco que no volverá a rellenarse.

Que muchos establecimientos no formen parte del paisaje urbano de hoy no significa que debamos ignorar su papel, que olvidemos lo que hicieron para construir nuestro presente y lo que aportaron a nuestra idiosincrasia.

Rendir un homenaje a las unidades empresariales que, por una u otra razón, se han ido desprendiendo de ese gran mosaico, es el propósito que inspira el proyecto Mlk del Instituto Econospérides. Pero una cosa es una mera declaración de principios y otra, muy distinta, la capacidad de materialización de la aspiración que subyace en aquélla. A tenor de los exiguos recursos disponibles, esa capacidad es ciertamente modesta, por lo que este proyecto no se plantea ninguna meta que, ni de lejos, pudiera tacharse de ambiciosa. Más bien, la pretensión no es otra que la de abrir una senda, que venga a añadirse a otras ya trazadas por otros autores, para ir recordando imágenes hoy ausentes, sin objetivos cuantitativos concretos. Aun cuando ese espíritu se extienda sin límites temporales, que se remontan al origen de los tiempos malacitanos, con la fundación del núcleo fenicio llamado Malaka o Mlk, la iniciativa surge a raíz de la reflexión en torno a la ausencia de establecimientos que identificaban la fisonomía de la Málaga de los años setenta del pasado siglo.

Apelando una vez más a la filosofía machadiana de hacer camino al andar, no nos fijamos alcanzar ninguna cota de antemano, ni siquiera mínima. Tampoco, al menos en su fase inicial, ningún formato cerrado. Si el proyecto logra echar a andar, ya habrá tiempo de pensar en dotarlo de alguna estructura definida, así como de un nombre adecuado.

Las trayectorias de las empresas más significativas están documentadas en los textos de historia. Aunque sólo sea a título de recordatorio, tienen, naturalmente, abiertas de par en par las puertas de este modesto proyecto, pero, especialmente, aquellas otras menos conocidas o que han pasado desapercibidas.

Como dejaba escrito en una de las entradas de este blog, de agosto de 2017, uno de esos negocios anónimos fue el de María Quintero, conocida en mi barrio como María la del carrillo. Ella fue la primera empresaria que conocí, en mi infancia, cuando corrían los primeros años de la década de los sesenta. A su recuerdo van dedicadas estas líneas.

(Publicado en el blog Tiempo Vivo el 27 de diciembre de 2018)