Por José M. Huertas Moreno
En
los días previos a la Navidad de un año de la primera mitad del siglo XIX, doña
María Manín bajó al portal de su casa, como hacía normalmente por estas fechas,
con una bandeja en la que se exhibían al público los dulces, roscos de vino y
bollitos, que ella misma hacía de acuerdo con las recetas de su madre y
anteriormente de su abuela.
Empezó
como un entretenimiento, y por el consejo de familiares y amigos que habían
tenido la fortuna de probar en la intimidad de su hogar, la elaboración de aquellos
dulces cuyo olor y sabor no tenían semejanza con los habituales.
De
esta forma se inició una actividad confitera, que se iba a convertir en un hito
de la tradición confitera de Málaga y que durante más de un siglo deleitó a
malagueños y visitantes, no solo con el sabor de sus especialidades, sino
también con el olor que inundaba la Calle Granada cuando los dulces salían de
su hornada.
La
demanda y el éxito de los dulces de aquel portal obligó a buscar un local que
diera satisfacción a los malagueños que cada día se acercaban a comprarlos. Así
aparece una pequeña confitería, en el año 1894, Casa María Manín, primero en
Calle Granada, en el número 35, y, posteriormente, en el número 20 de la misma
Calle, ya con un obrador que ocupaba tres plantas encima de la misma tienda, lo
que permite abrir no solo por Navidad sino durante todo el año. Es en este
establecimiento donde inicialmente la familia García Marín, seguida de la
Moreno García y continuada por la Huertas Moreno, respetando siempre la
tradición familiar en la transmisión por la rama femenina del negocio,
producen, exponen y venden sus productos.
Aquella
ampliación, lógicamente, obligó a la contratación de trabajadores y a la
adquisición de las máquinas básicas tradicionales de una confitería de la
época. Esta, llamemos modernización, no representó el más mínimo cambio en la
forma de elaboración, en el uso de las mejores materias primas y en la acertada
aplicación de las recetas, ni, por lo tanto, en la calidad de los productos
elaborados.
En
tiempos de la Familia Moreno García, siguiendo la tradición familiar, los
cuatro hijos del matrimonio de don Manuel Moreno y doña María García, Agustín,
María (fallecida prematuramente), Elisa y Manolo ayudan en la tienda, con
independencia de los estudios que cada uno realizaba, especialmente en
Navidades. En esa época tal era la fama de la Confitería que, con motivo de una
visita de la Familia Real a Málaga, los Infantes fueron a la Confitería a
degustar algunos de sus dulces, como muestra de una tradición malagueña.
Con
motivo del fallecimiento del matrimonio García Moreno, y en especial el de doña
María García, que era la que regentaba la Confitería, ayudada, obviamente, por
su marido, toma el relevo, según la tradición familiar, la única hija
existente, Elisa, que, al casarse con don José Huertas, inicia la última época
de Casa María Manín, con la familia Huertas Moreno.
En
esta época, en consonancia con el desarrollo general de España, la Confitería
se moderniza y los brazos de los trabajadores manuales se sustituyen, al menos
parcialmente, por máquinas amasadoras, mezcladoras, etc., e incluso el horno de
leña da paso al horno eléctrico. Estos adelantos se hacen sin menoscabo de la
calidad y, sobre todo, del sabor y del olor de los dulces originarios, que,
como se ha dicho antes, continuaba inundando la Calle Granada, al salir los
productos del horno.
Además
de lo anterior, se producen dos hechos importantes respecto a la elaboración y
la venta de los productos confiteros. Primero se amplía la oferta de productos,
que se suman a los bollitos y roscos tradicionales, y, segundo, el hecho, no
muy habitual en aquellos momentos, de que, dada la demanda, no solo se vende en
el propio establecimiento, sino que se exporta a otras ciudades españolas e
incluso al extranjero, donde viven malagueños deseosos de paliar, a través de
los productos de María Manín, la añoranza de su tierra.
En
definitiva, en esta última época, contemplamos una Casa María Manín que ha
crecido en oferta, aunque los roscos y los bollitos siguen constituyendo el
núcleo de todos los productos elaborados, sin menoscabo del carácter familiar
de la actividad confitera, dado que por aquel entonces, como era tradicional,
más de la mitad de los trabajadores dirigidos por don José Huertas, que estuvo
siempre implicado al máximo en el obrador de la Confitería, eran miembros más o
menos lejanos de la familia Huertas Moreno, mientras que doña Elisa Moreno, en
la trastienda, vigilaba la forma en que se atendía al público.
Esta
circunstancia del carácter familiar de los trabajadores del obrador representaba
un valor añadido al de los dulces elaborados, ya que, a la singularidad de las
recetas de elaboración de sus productos típicos y a la calidad de las materias
primas, se unía un factor constante en Casa María Manín desde su fundación, la
convicción de que estaba elaborando un producto propio, singular y único.
Desafortunadamente,
la muerte de don José Huertas a la edad de 59 años, en el año 1966, y el hecho
de que ninguno de sus hijos, José Manuel, Antonio y Elisa, sintieran esa
vocación confitera, que, con independencia y por encima del aspecto puramente
comercial, había que tener para llevar adelante esta actividad tan familiar y
entrañable como era la Casa María Marín, obligó a doña Elisa Moreno a cesar en
las actividades de la Confitería, al año de la muerte de su marido.
Con
ello se acabó una tradición malagueña y familiar que había durado desde la
primera mitad del siglo XIX hasta la segunda del siglo XX.