25/1/20

Amoniaco Español: las huellas en la memoria personal


Por José M. Domínguez Martínez

Hace años, muchos años, conocí a un niño con un comportamiento bastante, aparentemente, extraño. Su padre había escalado a las más altas cotas del sector de la industria química y, sin embargo, el niño decía estar angustiado por él, aquejado ya por un fuerte vértigo a las alturas.

En varias ocasiones, tuve la oportunidad de visitar las instalaciones de la factoría que Amoniaco Español había establecido en Málaga a primeros de los años sesenta del pasado siglo. Ramón Guevara Castro, experto y sagaz contable, con quien me unían lazos familiares, me las mostraba con enorme orgullo. Visitar la fábrica, a escasos kilómetros del centro de la capital, en la carretera de Campanillas, era como trasladarse a las modernidades de la era industrial norteamericana. Parecía increíble que allí pudieran existir semejantes estructuras productivas y se aplicaran estándares organizativos tan avanzados. Los testimonios actuales de personas que formaron parte de la plantilla manifiestan los, para la época y en el entorno, sorprendentes atributos exhibidos en aquella empresa especializada en la producción de fertilizantes nitrogenados y líquidos (Alfonso Vázquez, “Medio siglo de una fábrica inolvidable”, La Opinión de Málaga, 7 de diciembre de 2014).

La factoría había sido inaugurada a finales de octubre del año 1964, con presencia del ministro Gregorio López Bravo, referencia esencial de los Planes de Desarrollo, así como del vicepresidente de Standar Oil Co (Ángel Escalera, “Amoniaco: una fábrica para el recuerdo”, Sur, 14 de diciembre de 2014). 

Curiosamente, el proyecto empresarial se materializó en Málaga después de haberse previsto inicialmente en Sevilla [Fernando Heredia Sánchez, “La génesis de una fábrica en la Andalucía del desarrollismo franquista: ‘Amoniaco Español, S.A.’ (1957-1964)”, Actas del III Congreso de Historia de Andalucía, Córdoba, 2001].

A través de diferentes fases, Amoniaco Español tuvo un gran relieve, tanto material como simbólico, en la estructura socioeconómica de la provincia de Málaga. Elías de Mateo y Víctor Heredia (“Málaga Tecnológica”, Fundación Málaga, 2012) han documentado el liderazgo ejercido por la factoría en algunas líneas productivas, hasta su desmantelamiento en el año 1990.

Las imágenes de la fábrica en pleno funcionamiento siguen hoy vivas en Internet, imágenes ciertamente impactantes en contraposición con la Málaga museística de nuestros días. No en menor medida lo son la gran cantidad de emisiones de gases que surgían de sus chimeneas. El mundo tiene un grave problema medioambiental. La actividad industrial ha sido muy perniciosa en ese sentido, pero eso no quita para reconocer que, queramos o no, también somos hijos de esa actividad contaminante. Tal vez, de haber sido entonces conscientes de los costes no medidos, la sociedad habría ralentizado la marcha y, quién sabe, ahora estaríamos en otra posición. Ya no se puede retroceder, aunque sí actuar con vistas a un futuro mejor y más equilibrado.

Muchas son las cuestiones de interés que suscita la evocación de una factoría de “campanillas” como la “del Amoniaco”: impacto en la base industrial, tecnología, promoción del desarrollo económico, avance de la agricultura, interrelaciones económicas, cambios de paradigmas, reconversiones, medio ambiente, relaciones laborales, etc.

Más de medio siglo después volví a encontrarme con aquel niño, de mi misma edad. Entonces me recordó que su padre, después de un periplo por Alemania como emigrante, encontró un empleo en la fábrica malagueña. Me enfatizó que esa era la palabra que le gustaba, y no la moderna acepción de migrante, entre otras cosas, porque un tío suyo compuso una copla titulada “La canción del emigrante”, que, al parecer, llegó a ser muy conocida entre los inmigrantes españoles en Francia. En ese encuentro me refrescó la memoria al decirme, emocionado, que todavía le atormentaba la idea de que su padre pudiera haberse caído desde lo alto de las chimeneas de la emblemática factoría, a las que ascendía para mantenerlas limpias.

Aspecto exterior de la fábrica del Amoniaco./ 
Fuente: Amoniaco, una fábrica para el recuerdo”, 
diario Sur, 14 de diciembre de 2014

23/1/20

“Comercios malagueños que dejaron huella”, de Fernando Alonso González


(Artículo publicado originariamente en el blog "Tiempo Vivo" el 22 de enero de 2020)
 
Por José M. Domínguez Martínez

Hoy, día 22 de enero de 2020, ha tenido lugar en Málaga la presentación pública de la obra “Comercios malagueños que dejaron huella” (ediciones del Genal, 2019), escrita por Fernando Alonso González, y que cuenta con la colaboración de Jorge Alonso Oliva.

El acto se ha celebrado en un lugar emblemático, con una elevada carga simbólica, el salón de actos de Unicaja Banco en Plaza de la Marina. El salón pertenece a esa entidad financiera, a un establecimiento comercial que se instaló en Málaga a mediados del siglo veinte y que, después de muchas transformaciones, sigue abierto al público. Sin perjuicio de ello, en realidad dicho espacio forma parte del acervo cultural de la ciudad de Málaga. En cierto modo, constituye también un pequeño museo silente, al acoger en sus paredes algunas obras pictóricas de destacados artistas del siglo diecinueve. Como la que, desde el techo, nos ilumina con espléndidas representaciones alegóricas surgidas de la misma mano maestra del autor de la icónica pintura inmortalizada en el Teatro Cervantes, “Alegoría de Málaga con su Puerto, Estación de Ferrocarril, la Agricultura, Industria y Comercio”, Bernardo Ferrándiz. Una serie de circunstancias hacían de la sala un entorno bastante propicio para la presentación de un libro de esa naturaleza.

A lo largo de treinta años, he asistido a numerosas presentaciones de libros, informes y estudios en ese salón, cuyos balcones miran al Puerto. Pero he de reconocer que la obra de Fernando Alonso resulta especialmente entrañable para los malagueños de mi generación, toda vez recoge un retrato imprescindible, en perspectiva histórica, de la añorada Málaga comercial que vivimos en nuestra infancia, lejana infancia, hacia finales de los años cincuenta y a lo largo de los sesenta del pasado siglo.

Aparte de la inevitable dosis de nostalgia, al revivir episodios que se alojan recónditamente en la memoria, la lectura del libro sirve también para tomar conciencia de la extraordinaria y meritoria base empresarial que tenía la ciudad, en una época plagada de dificultades y en la que apenas comenzaba a salirse de la autarquía económica.

Fruto de la experiencia y de las vivencias personales, varios son los elementos que, en mi opinión, conformaban el denominador común de aquellos ilustres comerciantes: ante todo, como epítome, su categoría, acompañada de atributos como la eficacia, la calidad, la profesionalidad, la disposición y la capacidad de atender cualquier necesidad, la vocación de servicio, la exquisitez en el trato, el sello de distinción, y el orgullo de marca. Eran, en suma, un magnífico exponente del espíritu emprendedor y de la laboriosidad de los malagueños y de otras personas que eligieron instalarse en nuestro municipio para desarrollar su actividad.

Su desaparición, motivada por causas muy diversas, supuso una pérdida irreparable y una descapitalización en toda regla, con efectos colaterales para la vida en el centro de la ciudad que el autor describe, con un tono de amargura, en el prefacio de la obra.

Recuperar, significar y preservar su memoria es una forma de comenzar a atender la enorme deuda de gratitud con ellos contraída.

La obra de Fernando Alonso viene así a cubrir un hueco esencial en ese sentido, aportando un estudio encomiable, aún más apreciable teniendo en cuenta la juventud del autor. En ese empeño, aunque más modestamente, coincidimos con la puesta en marcha de un proyecto incipiente, el proyecto Mlk, también dirigido a tratar de que no se pierda la huella de las empresas, proyecto en el que ya hemos contado con una docta contribución del propio Fernando Alonso.

Considero que la obra de referencia contiene un valioso repertorio de trayectorias comerciales en su contexto histórico, y permite poner de relieve el valor de una serie de compañías cuya verdadera trascendencia, de lo contrario, podría pasar desapercibida.

También representa una invitación a la reflexión sobre el devenir de la vida en la ciudad, en una época de cambios de paradigmas económicos y sociales.

Por otro lado, la historia de los 24 comercios desaparecidos glosados en el libro encuentra un perfecto complemento en las emotivas evocaciones escritas por Jorge Alonso Oliva, que vienen a añadir connotaciones sentimentales.

A raíz de todo ello, como antes señalaba, para personas de mi generación es difícil no evocar un cúmulo de imágenes de una época ya muy lejana. Ciertamente, entre otras muchas, recuerdo, como se recoge en la obra, el acontecimiento social que supuso la llegada a Málaga de la primera escalera mecánica, en los almacenes Félix Sáenz; la sorpresa que me producía la diversidad de la oferta que, en unos tiempos de escasez y austeridad, podía encontrarse en Álvarez Fonseca o Gómez Raggio; la magia incomparable de la librería Denis, donde primero, siendo un niño, acudía a comprar novelas de Julio Verne o Enid Blyton, luego los libros para el Instituto, más tarde los manuales de la Facultad y, finalmente, textos para preparar las clases o los trabajos de investigación en mi primera etapa como profesor universitario; la calidad suprema y la excelencia en el servicio de Los Alpes; o el ambiente bohemio de la Buena Sombra, cuyo salón marcaba el umbral de la adolescencia.

En definitiva, creo que debemos felicitar a Fernando Alonso y Jorge Alonso por tan magnífica obra, e instarles a que prosigan en esa senda narrativa de los comercios malagueños y de su entorno.

Y, aunque pueda parecer muy utópico, ojalá que haya comercios que puedan desafiar el destino implacable que el autor atribuye a todas las empresas en su condición de seres vivos, a los que, tarde o temprano, llega su hora final. Tal vez el caso de las empresas integrantes de clubes de Inglaterra o Francia en los que, para acceder, hay que acreditar una antigüedad de más de 200 o 300 años sea un ejemplo estimulante, y no digamos el de las empresas japonesas, aún operativas hoy, procedentes de los siglos VI y VIII de nuestra era.

En cualquier caso, sólo cabe esperar y desear que la serie de los “Comercios históricos malagueños” -anterior publicación de Fernando Alonso centrada en firmas subsistentes (en el momento de la edición)- aglutine más entradas que la serie de los que desaparecen, aunque sea necesario ir completando el inventario.