Por José F. Domínguez Franco
En la calle Granada, muy cerca de la Iglesia de Santiago, casi enfrente, estaba la librería de Pepe Negrete. También recuerdo con nostalgia otras librerías que ya han desaparecido, como Denis o la Librería Ibérica, pero sin entrar en comparaciones, la de Pepe dejó en mí una huella imborrable.
Podríamos diferenciar muchos tipos de librerías, por su tamaño, por su especialización, etc. En este caso, no era ni muy grande, ni muy especializada, simplemente era una librería con personalidad propia. Era especial por la persona que la regentaba, Pepe Negrete.
Confieso que la primera vez fui por casualidad, por cercanía a mi domicilio. Tenía que comprar un libro como lectura para las clases de literatura, en mi barrio no había ninguna librería y alguien me habló de la suya, que no quedaba muy lejos de mi casa. La amabilidad y cercanía con la que me trató, hizo que para la compra de los siguientes libros volviera a acudir a la de Pepe.
Mostraba un conocimiento literario y editorial amplísimo. Daba igual la obra por la que se le preguntara, enseguida sabía decir si lo tenía o no -en caso de no tenerla te la encargaba- y la editorial o editoriales en que estaba publicada. Al principio, como decía, iba a comprar libros “obligado” por mis profesores, pero poco a poco, con su trato, sus preguntas y sus consejos, empezó a contagiarme el amor a la lectura. Ya no me conformaba con libros prescritos, sino que empecé a leer otras obras clásicas de la literatura, de las que él siempre me buscaba la edición más económica. Esos ejemplares de la Colección Austral con sus colores temáticos, editorial Ebro, Bruguera, y otras ya desaparecidas que solucionaban la vida a estudiantes con poco dinero. De este modo, además, llevó a cabo una labor formidable para difundir la cultura.
Tengo un amigo, gran bibliófilo, que también guarda en su memoria con cariño a Pepe Negrete. Ha viajado por todo el mundo, y visitado muchas librerías, pero me dice que Negrete era único, con sus vastos conocimientos, y su gran sencillez. Con su trato personal y cercano, hacía que te sintieras especial, te recomendaba qué leer en función de tus gustos, te asesoraba, y te buscaba el libro. Recuerda haberle pedido por ejemplo que le recomendara una traducción de Stendhal, y que le contestara ipso facto sin dudar un momento que Consuelo Berges era la mejor. Daba sentido y prestigio al oficio de librero. Hoy en día, desde la mercadotecnia se repite machaconamente el mantra de mejorar la “experiencia del cliente”, pero eso era algo que Pepe, así como otros muchos comercios tradicionales, ya tenían claro hace muchos años.
Recuerdo la ilusión de acercarme a su librería, en esa Málaga de principios de los ochenta, bajando la calle Granada desde la Plaza de la Merced. Allí solía estar siempre sentado con algún libro a mano en su pequeña librería. Como Montaigne en su torre, rodeado de libros. No se trataba de comprar el Cantar de Mío Cid, La Celestina o el Lazarillo de Tormes porque hubiera que hacer un trabajo para clase. Iba por el placer de la lectura y la magia de descubrir nuevos libros, a lo que él colaboraba gustoso. Cuanta felicidad… primero fue cualquier clásico de la literatura española: Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca, Gracián, Cervantes... o los grecolatinos. Avanzando en el tiempo, Larra, Espronceda, Pérez Galdós, Unamuno, Valle Inclán, Baroja, Machado… Y de ahí a otras épocas, países, formatos, culturas y temáticas. En definitiva, un viaje por un camino que afortunadamente no tiene fin, y por el que aún sigo transitando con la ilusión de aquel adolescente y realizando descubrimientos.
Todavía a veces, me gusta deambular sin rumbo, dando un paseo sin prisas, por calle Granada y otras adyacentes de la Málaga antigua, y casi puedo rememorar las sensaciones de aquellos años, y en ocasiones, por un segundo, tengo la impresión de que allí sigue la librería de Pepe Negrete.
En estos tiempos de rapidez y aceleración, de cuando en cuando vuelvo a los clásicos en busca de un remanso de paz. Frente al exceso de información en pantallas, incesantes zumbidos y entradas de notificaciones en nuestros dispositivos, frente a todo ese ruido, releer pasajes de obras clásicas, atemporales e imperecederas, serena el espíritu y ayuda a tener una visión más equilibrada de las cosas, a no perder la perspectiva, y a fortalecer nuestras dotes para el pensamiento crítico. De vez en cuando hay que parar para reposicionarse en el mundo. Me gusta coger aquellos libros que muestran en sus páginas el transcurso de los años, muchos de ellos adquiridos en la librería de Pepe, ajados por el paso del tiempo, con sus páginas oscurecidas, color parduzco o sepia, pero cargados de serenidad y sabiduría. Como en tantas otras cosas, los clásicos acertaban, y mejor mucho de algo bueno, en profundidad, que no muchas cosas (“multum, non multa”), como también recogió Lope en su inmortal soneto “Libros, quien os conoce y os entiende”.
Pepe Negrete falleció muy pronto, demasiado pronto, en 1987. Sólo puedo concluir diciendo que era una persona entrañable, que amaba los libros y que transmitía esa pasión a quien tuviera alguna predisposición al respecto. Muchas gracias, Pepe.
(Imagen tomada del siguiente enlace: https://www.laopiniondemalaga.es/malaga/2020/10/25/malaga-libros-incontables-librerias-27396131.html)