24/8/20

Málaga y sus cines

Por José Mª. López Jiménez

El denominado provisionalmente como “Proyecto MLK”, promovido por el Instituto Econospérides, comenzó su andadura en la transición entre los lejanos años de 2018 y 2019. Desde entonces, se han ido acumulando aportaciones, e incluso se mantuvo una reunión presencial a mediados de 2019. 

A la espera de que la situación sanitaria permita el definitivo impulso del proyecto y su materialización, al menos, en forma de libro, nuestro propósito es el de seguir añadiendo referencias al blog del proyecto, como la presente, relacionada con los cines de Málaga, que puedan resultar de utilidad en la fase de ejecución.

En mi recuerdo, siempre he identificado la fachada norte de la plaza de Uncibay, en el tramo que hace esquina con la calle Casapalma, con un moderno edificio de oficinas algo fuera de lugar, y con la entrada a una discoteca (Plató, años atrás, Andén, más recientemente), por la que en alguna ocasión me dejé caer.

Sin embargo, hasta bien entrada la década de los 70 del pasado siglo, este entorno se definió por otra estética y por otra forma de diversión más refinada, representada por el cine. A ello se refiere Víctor Heredia en el artículo publicado en Sur el 20 de agosto de 2020 titulado “Málaga Cinema, cuando la modernidad se hizo popular”. En este artículo se da cuenta de la inauguración de esta sala en agosto de 1935, con la proyección de la cinta “La hermana San Sulpicio”, cuya referencia arquitectónica (el Movimiento Moderno) y su forma de barco y sus detalles marineros generaron la general adhesión popular. El proyecto se impulsó por Juan del Río, dueño del cercano Echegaray, con una inversión de 2,5 millones de las pesetas de entonces. El aforo del cine era de 1.830 localidades (938 en el patio de butacas y 892 en el anfiteatro). La proyección postrera fue la de “La túnica sagrada”, en 1974.

Con cita a María Pepa Lara, Heredia enumera diversas categorías de cines malagueños: cines de estreno (Goya, Echegaray, Petis Palais —más tarde, Alkázar—); teatros que proyectaban películas (Cervantes, Vital Aza, Lara); cines “veteranos” del Centro (Principal, Pascualini, Victoria); cines de verano (Las Delicias); y salas de barrio (Moderno, Rialto, Plus Ultra, Excelsior, Imperial Cinema, Cinema España).

Muchas de estas salas nos las llegué a conocer, y muy pocas de ellas permanecen, en una época en la que el mundo del cine se identifica necesariamente con las grandes salas de los centros comerciales, y poco más... El cine Albéniz es una “rara avis”, el último superviviente, que ofrece, además, cintas europeas y menos “hollywoodianas”.

Han llegado a 2020 teatros como el Cervantes y el Echegaray, que también guardan relación con el mundo del cine gracias al Festival de nuestra ciudad, que se ha convertido en una referencia nacional. También merece ser citado, en este sentido, el teatro Alameda (ahora, teatro del Soho), modernizado por el universal Antonio Banderas, uno de los grandes embajadores de Málaga y de sus expresiones culturales y sociales.

Los cines del Centro de Málaga llegaron a marcar nuestros años de juventud, como los de tantos, e incluso nos permiten recordar las películas que vimos en cada uno de ellos. Además de los mencionados Echegaray (“Kika”, “El rey león”, por ejemplo), Albéniz (“El juego de lágrimas”, “Drácula”, “Terminator 2”), hemos asistido a estrenos en el Astoria (“Titánic”, “Pulp Fiction”, “Instinto básico”) o en el Andalucía.

En la periferia del Centro, cómo no recordar el América Multicines (“Abierto hasta el amanecer”, “Historias del Kronen”, “Desperado”), donde por primera vez asistí a una sesión “golfa”, con hora de inicio a las 12 de la noche, en la que junto con la entrada y por el mismo precio se entregaba a cada asistente un refresco.

En cuanto a los cines de barrio, nunca olvidaré la Navidad en la que en el Coliseum asistí a “Regreso al futuro”, las tardes de los domingos, con mi hermano mayor, en el Regio (“Cuentos asombrosos”), o el Palacio del Cine, después reconvertido en bingo, donde no vi “Los bingueros” pero sí “El currante” (hay que aclarar que solo el inicio, pues, por alguna razón, mi abuelo Felipe y mi hermano Eduardo solo me dejaron presenciar las aventuras preliminares de Pajares y creo que también de Esteso, que aún mantengo grabadas a fuego en la memoria...).

Por último, y más ahora en esta época de pandemia, también vienen a la memoria recuerdos dulces de los cines de verano. El que más que marcó fue el de La Cala Del Moral (“Karate Kid”, “Los Goonies”, “Indiana Jones y el templo maldito”) y, en menor medida, el de El Rincón de la Victoria, con sus proyecciones dobles y sus asientos de hierro pintados de azul... 

El cine de verano de La Cala fue derribado para la construcción de un edificio con vistas al mar; en una segunda etapa, mucho más reciente, también pude asistir al nuevo cine de verano “Las Palmeras”, que, aunque sin actividad, todavía persiste. 

El Málaga Cinema echó el telón con “La túnica sagrada”, pero, puestos a soñar, ¿por qué no imaginar una resurrección de nuestros cines del Centro y de nuestros cines de verano?

 
 
 (Imagen tomada del archivo de la UMA: http://archivocti.uma.es/icaatom/index.php/HHCIz;isad?sf_culture=es)

3/5/20

“Comercios malagueños que dejaron huella”, de Fernando Alonso y Jorge Alonso

(Artículo publicado originariamente en el blog Todo son finanzas el día 3 de mayo de 2020)

Por José Mª López Jiménez

La crisis sanitaria nos obliga a redefinir la relación con el espacio y con el tiempo, el equilibrio entre lo urbano y lo rural, incluso a nosotros mismos.

Desde las ventanas y balcones nos duele contemplar las calles de nuestra ciudad, ayer repletas de confianza y de vida, de una actividad económica y mercantil fulgurante, hoy vacías.

El coronavirus nos ha obligado a revisar nuestros planes vitales y profesionales, la agenda y las prioridades. Uno de los proyectos más ilusionantes de 2020 era el provisionalmente llamado Proyecto Mlk, auspiciado por el Instituto Econospérides. A mediados de marzo se iba a desarrollar la reunión de trabajo que, en principio, serviría para impulsar definitivamente el proyecto. En cualquier caso, los avances han sido notables, como se puede comprobar si se visita su página web.

Por el contrario, apenas unos meses antes de la Gran Interrupción, en el lejano mes de noviembre de 2019, vio la luz “Comercios malagueños que dejaron huella”, de Fernando Alonso González, con la colaboración de Jorge Alonso Oliva, y con un objeto parcialmente coincidente con el de Proyecto Mlk, lo que denota el interés que despierta la historia de Málaga.

La obra ha sido editada por Promotora Cultural Malagueña, con la coordinación de Ediciones del Genal, la colaboración de Librerías Proteo y Prometeo, y el patrocinio de Edufinet (Edufiemp), el proyecto de educación financiera de la Fundación Unicaja y Unicaja Banco.


Se presentó, ante casi todas las familias que aparecen en el libro, en el salón de actos de Unicaja Banco de la Plaza de la Marina, el 22 de enero de 2020, con la intervención de José M. Domínguez, en su condición de Director del Proyecto Edufinet, previa a la de los dos autores. En el blog Tiempo Vivo se puede acceder a los principales aspectos de su exposición.

Si en “Comercios históricos malagueños” (aquí se puede leer nuestra reseña) Fernando Alonso se centró en establecimientos todavía vivos en el momento de su publicación (tristemente, algunos han desaparecido entre obra y obra), los de “Comercios malagueños que dejaron huella” forman parte de ese firmamento de tiendas e industrias definitivamente desaparecidas, pero que sirvieron para tejer los recuerdos y los sueños de quienes, en mayor o menor medida, los pudimos conocer.

Jorge Alonso, tras el apartado introductorio (“Fernando Alonso, un artesano de la memoria”) y el que sirve de broche final (“Regreso a la Ciudad del Paraíso”), se encarga, a través de breves comentarios intercalados a lo largo de la obra (el fútbol en Málaga, la vida en el Parque, el colegio de San Agustín, los cines de verano, los balcones…), de mostrar toda la fuerza de los indelebles sentimientos asociados a cada rincón y a cada manifestación de lo que fue nuestra ciudad antes de convertirse en una gran metrópoli.

El estudio de Fernando Alonso se basa en el análisis documental (entre otros archivos, del Díaz de Escovar, de la Fundación Unicaja) pero, sobre todo, en las entrevistas personales a los descendientes de quienes fueron titulares de todos estos comercios (el lector más atento me podrá encontrar en las páginas de la obra; gracias a Fernando, por otra parte, he descubierto que también podría tener raíces en Laguna de Cameros, en esa extraña pero fructífera conexión que une a La Rioja con Málaga, al ahorro con la inversión, a lo rural con lo urbano*).

En ocasiones, se deja ver en la obra una cierta amargura por la inadecuada gestión pública de la transformación de nuestra ciudad, que podría haber acelerado la pérdida de su carácter más propio y definitorio (en este sentido, véase el apartado “Al curioso lector”, págs. 19-22).

Se trata de un fenómeno que trasciende los límites de nuestro municipio, en una época en la que la globalización ha alcanzado, prácticamente, todos los rincones del planeta. Entre la preservación de la fisonomía más tradicional y el desarrollo económico y social se debe encontrar un punto de equilibrio, cuya efectiva realización no es solo responsabilidad del sector público, sino también del privado, y, por supuesto, de los propios ciudadanos, que con sus decisiones también contribuyen a conformar la apariencia y la esencia de una ciudad, nunca terminadas de perfilar del todo…

La crisis sanitaria nos sitúa ante un nuevo escenario, que bien podría llevarnos a echar de menos las grandes concentraciones de público en las calles del Centro, o la propia presencia turística. Hasta las opiniones más asentadas tienen que revisarse en estos momentos de cambio.

Como dice Jorge Alonso en la introducción, “… la ciudad más grande y distante de ahora, debe conocer y vincularse de todas las maneras, a la ciudad pequeña y encantadora de nuestros padres y abuelos, especialmente a aquel mundo proverbial y cercano de los comercios, si no queremos que se pierdan para siempre en la penosa deriva del olvido”.

La obra de Fernando Alonso y Jorge Alonso se presenta como imprescindible para quienes deseen conocer la realidad del comercio malagueño y de la ciudad en el periodo comprendido, aproximadamente, entre 1850 y 2020, y como un anclaje sólido para que sigamos creciendo sin olvidar de dónde venimos.

(*) Fernando Alonso enumera algunos de los apellidos malagueños con posible origen en la comarca camerana: Alcázar, Alfaro, Alonso, Álvarez, Benito, Calvo, de la Cámara, de los Riscos, Díaz de Tejada, Díez de Tejada, Domínguez, Elías, Enciso, Esteban, Fernández, Fraile, de la Fuente, García, Garrido, Giménez, Gregorio, Gómez, González, Gutiérrez, de las Heras, Heredia, Hernández de Tejada, Herreros de Tejada, Hurtado de Mendoza, Illera, Íñiguez, Jiménez, Larios, Lasanta, Lerdo, López, Lorenzo, Lozano, Llera, Marín, Martínez, Martínez de Tejada, Moreno, Mugüerza, Muro, Pascual, Portal, Rubio, Sáenz, Sáenz de Tejada, Sorzano, Tejada, Valle e Ysasi.
Para más detalle, nos remitimos al artículo de su autoría “Apuntes para una historia de los cameranos en Málaga (2 de 3)”, accesible en el blog del Proyecto Mlk.

31/3/20

12 cameranos que dejaron huella (12 de 12): Bonifacio Gómez Martínez (1851-1947)


Por Fernando Alonso González

Aunque Bonifacio Gómez Martínez había nacido en Granada, era hijo de Felipe Gómez de Codes, bautizado en Laguna de Cameros, el pueblo de los Larios. Estamos ante otro camerano que había emigrado al sur a mediados del siglo XIX en busca de mejores perspectivas económicas. Algunos de estos cameranos ya venían con dinero, como lo prueba el que su hijo Bonifacio estudiara la carrera de farmacia en Granada, algo entonces sólo accesible para unos pocos privilegiados.

Tras obtener el título de licenciado en 1875, pagó la nada despreciable suma de 2.000 pesetas para poder librarse de tener que hacer el servicio militar obligatorio. Comenzó a trabajar en la antigua farmacia de Juan Bautista Canales, en la calle Compañía y en 1883 tomó a su cargo la farmacia de Alfarnatejo. En 1886 es cuando compró la farmacia de la calle San Juan. En 1889 se casó con Josefa de Linares Enríquez, matrimonio del que nacieron tres hijos: Josefa, que se casaría más tarde con Antonio Mata Vergel, el de la farmacia de la calle Larios; María Manuela, que ingresaría en las teresianas y Bonifacio, llamado a ser el sucesor de la farmacia.

Bonifacio Gómez es conocido por ser el creador de la farmacia de guardia, porque su farmacia estaba abierta todo el día y cuando estaba cerrada, como vivía en el piso de arriba, con una campanilla primero y un timbre eléctrico después, atendía a todo aquel que necesitara un medicamento, fuera la hora que fuera. Ángel González Caffarena lo recuerda con sus pantuflas elaborando preparados o recetas que le llevaba mucho tiempo preparar y por las que cobraba cantidades irrisorias. Pero lo que más llamaba la atención de Bonifacio, haciendo honor a su nombre, era su carácter bondadoso que han heredado sus descendientes (y doy buena fe de ello), del que conservamos muchas anécdotas. Así, cuando Crespo abrió su farmacia, muy cerca de la suya, en los años 30 del siglo XX le pidió permiso a Bonifacio que generosamente se lo concedió contestándole: “el sol sale todos los días para todo el mundo”. Su trato humanitario y su cristiano estilo de vida (iba a misa todos los días a la cercana iglesia de San Juan), le granjearon desde el principio el cariño de los pobres a los que Bonifacio no sólo remediaba sus enfermedades, sino que también deslizaba disimuladamente unas monedas o algún billetito para paliar el hambre o la necesidad. Solía decir a menudo: “nada hay que justifique tanto mi profesión como asistir a un enfermo, evitarle dolores y contribuir a su bienestar”.

En 1935 fue nombrado Colegiado de Honor por el Colegio de Farmacéuticos de Málaga, título que con agrado exhibía en su rebotica. En un artículo publicado al día siguiente en La Unión Mercantil se hablaba de su “afabilidad venerable” y de su “laboriosidad, honradez y competencia profesional”. Bonifacio, al recoger el título, decía con modestia: “sólo he cumplido con un deber profesional”.

También fue muy conocida en Málaga su rebotica, en la que se celebraban todos los días tertulias a las que acudían otros boticarios y comerciantes de las calles aledañas, en una época en la que se disponía de más tiempo y la vida estaba bastante menos ajetreada que hoy11.

Bonifacio Gómez le puso a su farmacia el nombre de Santa Teresa, pero todo el mundo la conocía como la farmacia de don Bonifacio. Es de los pocos establecimientos comerciales de los que apenas he encontrado publicidad: no le hacía falta de tan popular que era. Llama la atención que una persona tan buena viera fallecer a todos sus seres queridos, empezando por su esposa en 1915, su hija Manuela en 1935, su hijo Bonifacio (asesinado en 1937) y su hija Josefa, en 1944. Murió el 23 de agosto de 1947, a los 96 años de edad, fallecimiento que fue muy sentido en toda Málaga, especialmente por las clases humildes que tanto le debían.

Nota.


11- Tomo este dato y otros anteriores del libro de Julián Sesmero: Paseo romántico por la Málaga comercial, Bobastro, 1985, pp. 178-180.



12 cameranos que dejaron huella (11 de 12): Félix Sáenz Calvo (1859-1926)


Por Fernando Alonso González

Hablar de Félix Sáenz es hablar de una de las personalidades más queridas y populares en la Málaga de principios del siglo XX. Junto a Martín Larios y a Manuel Agustín Heredia, forma la trilogía clásica de cameranos ilustres arribados a Málaga a lo largo del siglo XIX. Había nacido en San Román de Cameros, provincia de Logroño, el 29 de julio de 1859, hijo de Manuel Sáenz y de Inés Calvo. Pertenecía a una familia muy humilde y en 1868, con solo 9 años, emigró a Úbeda para trabajar en un comercio de tejidos.

En 1874, con 15 años, llegó a Málaga. Al año siguiente lo encontramos ya empadronado junto a sus dos primos, Manuel y Julián Sáenz Benito, en el número 60 de la calle Nueva, esquina a la calle Zapateros. Había venido para trabajar en una sastrería y tienda de tejidos al arrimo de un pariente, Matías Benito Sáenz, que llevaba establecido en Málaga desde mediados de siglo. Allí estuvo aprendiendo el oficio como dependiente hasta 1883, fecha en la que, con 24 años, se independizó de su pariente y, con 6.000 pesetas que tenía ahorradas, se estableció por su cuenta en la misma calle Nueva 53-55, esquina a la calle Almacenes, abriendo una ropería asociado a Sebastián Giménez Ibáñez, natural de Noviercas, provincia de Soria, y 17 años mayor que Félix Sáenz. Allí se fundó, en 1883, la sociedad Giménez y Sáenz Calvo, germen de los futuros almacenes.

A principios de 1889 Félix Sáenz y Sebastián Giménez se trasladaron a la calle Sagasta 2, en la que sería la sede definitiva del comercio. Para el traslado del local de la calle Nueva a la calle Sagasta se cuenta una curiosa historia que explica muy bien el carácter resolutivo y decidido de Félix Sáenz. No he podido verificar en la prensa de la época esta anécdota, que referimos tal cual la hemos leído10. Un día, cuando Félix Sáenz fue a abrir su tienda, se encontró con que unos operarios municipales estaban procediendo a la demolición del edificio por amenazar ruina, demolición que no había sido previamente notificada. Ante la gravedad de la situación y sin más demora, emprendió el traslado de toda la mercancía y enseres de la tienda a un nuevo local, que con el tiempo se acabaría convirtiendo en definitivo, en la calle Sagasta. En cambio, lo que sí está documentado, y es prueba del carácter generoso de Félix Sáenz, es que con sus primeros ahorros compró la casa en la que vivían sus padres en San Román de Cameros.

Hacía 1890 debió de disolverse la sociedad con Sebastián Giménez, puesto que desde 1891 lo encontramos ya solo al frente del negocio. Al poco, Félix Sáenz se casó con Rosario Munsuri Hernáiz y se fue a vivir con algunos sobrinos al mismo edificio de la calle Sagasta 2, mientras que sus empleados lo hacían en los pisos superiores del inmueble, según costumbre tradicional del gremio de los comerciantes malagueño.

Poco a poco el negocio fue prosperando y Félix Sáenz fue comprando las casas   aledañas a su negocio, hasta hacerse con toda la manzana. Así, en primer lugar, adquirió el edificio contiguo y recién construido de la calle Moreno Carbonero 11, esquina a la calle Sagasta y obra del arquitecto Jerónimo Cuervo. A continuación fue comprando solares de la calle Sebastián Souviron 3 al 21, en el que levantó en 1901 un edificio con proyecto del arquitecto Fernando Guerrero Strachan. Finalmente, el conocido edificio de los Almacenes Félix Sáenz, fue obra del arquitecto Manuel Rivera Vera, que ya había construido en 1908 el edificio de la calle Alarcón Luján 1, esquina a Puerta del Mar y que tanto había gustado a Félix Sáenz. El edificio que todos conocemos se terminó en 1914 y tiene influencias neobarrocas y catalanas, porque los balcones de su segundo piso recuerdan a la Casa Batlló de Gaudí. En enero de 1915 el Ayuntamiento le concedió la cédula de habitabilidad y, desde entonces, ocuparon toda la manzana los Almacenes de Tejidos y Novedades de Félix Sáenz Calvo.

Desde 1902 apadrinó a Antonio Baena, que empezó de botijero en las obras de la calle Larios y que se convirtió en el maestro de obras de los muchos proyectos que Félix Sáenz llevaría a cabo a lo largo de su vida. Las más conocidas son las llamadas popularmente Casas de Félix Sáenz en el Paseo de Reding, de Guerrero Strachan, pero también fue promotor de viviendas en Melilla o de unas modernas escuelas, cuya primera piedra puso el mismísimo Alfonso XIII en 1926 y que no llegaron a realizarse. Félix Sáenz se había educado en una escuela gratuita que había en su pueblo, creada por donación particular y, por eso, siempre quiso donar a Málaga unas escuelas, como habían hecho otros cameranos en sus pueblos.

Después de la crisis industrial de finales del siglo XIX y de la plaga de la filoxera, que arruinó gran parte de nuestros viñedos, muchos vieron en el potencial turístico de Málaga una salida a la crisis económica. Entre ellos estuvo Félix Sáenz, como presidente del consejo y accionista de la sociedad que se había constituido para la compra y rehabilitación del Hotel Hernán Cortés, que en 1918 se convirtió en el Hotel Caleta Palace. Con sus 200 habitaciones (todas con cuarto de baño) era el más moderno de una Málaga que aspiraba a convertirse en una Biarritz o un San Sebastián.

¿Pero cómo consiguió Félix Sáenz convertirse en la segunda fortuna de Málaga, después de la familia Larios? El secreto de su éxito hay que buscarlo en su espíritu emprendedor y en su genio comercial. Compraba al por mayor y de manera masiva en las grandes fábricas catalanas (se decía que cuando iba por Barcelona temblaba la Bolsa), hasta convertirse en su principal cliente. De ahí su conocido eslogan: comprar más para vender más y más barato. En definitiva, Félix Sáenz revolucionó el mercado local y regional por la calidad y buen precio de sus productos, convirtiendo a sus almacenes en los más importantes de Andalucía.

Distribuía sus compras por Andalucía, Extremadura, Castilla-La Mancha, Canarias y el norte de África, para lo que llegó a mantener a nueve viajantes. Su tío, José Sáenz Pastor, vivía en Barcelona y era el que se encargaba personalmente de las compras. Su hermana Rafaela trabajaba en París con uno de los mejores modistas de la época, y le facilitaba valiosa información sobre las tendencias de moda y los nuevos tejidos.

En los almacenes trabajaban 70 empleados cuya máxima era: primero, el cliente; segundo, el buen precio y tercero, la buena calidad. Prueba de ello es la siguiente anécdota: se cuenta que en una ocasión unas clientes suyas, venidas desde Colmenar, se lamentaban en la puerta de los almacenes de que su distracción comprando les había hecho perder el autobús de regreso a su pueblo. Félix Sáenz, que las oyó casualmente, puso su coche y su chófer a disposición de las señoras para que las llevase a su pueblo de vuelta, eso sí, después de que las clientas acabaran sus compras. Félix Sáenz tuvo dos de los primeros coches que circularon por Málaga: uno matriculado en 1911 con la placa MA-47 y otro de 1912, con matrícula MA-89.

Pero no todo fue un camino de rosas para Félix Sáenz. La riá de 1907 acabó con gran parte de las existencias de su almacén, cuyas telas se cuenta que flotaban por el Guadalmedina.

Félix Sáenz fue el segundo Hermano Mayor que tuvo la Congregación de Mena (1924-1926), mientras que su mujer, Rosario Munsuri, fue la camarera mayor. Le cupo el honor de traer por primera vez a la Legión a Málaga en la Semana Santa de 1925. El Jueves Santo llegaron en hidroavión a nuestra ciudad el general Primo de Rivera y el coronel jefe del Tercio, un tal Francisco Franco. Tras comer en la casa de Félix Sáenz, Primo de Rivera presidió desde la Tribuna Oficial el desfile de la procesión, mientras que Franco hizo lo propio en cortejo procesional, delante del Cristo de Mena.

Félix Sáenz también sacó tiempo para la política y para defender los intereses de los malagueños. Además de presidente del Círculo Mercantil en 1900, fue concejal en 1901, teniente de alcalde y presidente de la Junta de Festejos, puesto desde el cual dio un impulso a la feria malagueña. Fue, además, diputado y senador vitalicio. Amigo personal del rey Alfonso XIII, fue condecorado por la Cruz Roja en 1900 por la ayuda prestada en el naufragio de la fragata Gneisenau. También recibió la Gran Cruz de Isabel la Católica. Fue nombrado Hijo Adoptivo de Málaga en 1925. La plaza donde abrían sus puertas sus conocidos almacenes recibió el nombre de Félix Sáenz en 1922.

El día 8 de diciembre de 1926 Félix Sáenz había estado trabajando, como un día más, en sus almacenes, atendiendo directamente a sus clientes, como solía hacer. Por la noche, ya en su casa, se sintió indispuesto. Falleció poco después de un paro cardíaco. Su entierro fue, quizá, uno de los más multitudinarios que se recuerdan en Málaga, a tenor de las fotos que conservamos y de la información de la prensa. Su corazón estaba muy cerca del pueblo por su humilde extracción social. El cortejo partió a las tres de la tarde desde su casa Parque Rosario en el Limonar y, atravesando todo el Centro de Málaga, se dirigió hasta el cementerio de San Miguel. Lo presidían, además de su viuda y sus sobrinos, el alcalde, el gobernador civil y el gobernador militar, el presidente de la audiencia, el presidente de la recién creada Agrupación de Cofradías, su fiel amigo Antonio Baena... En la calle Larios se congregó un gran gentío. Nunca, aseguraron los cronistas, había conocido Málaga tan sincera y sentida manifestación popular de duelo.

Así murió el genio del comercio, que llegó sin nada y lo consiguió todo.

Nota


10- SESMERO, Julián: Paseo romántico por la Málaga comercial, Editorial Bobastro, Málaga, 1985, página 113.