28/2/20

El discreto encanto del músico callejero

Por José M. Domínguez Martínez 

Si hacemos caso a The Economist, el mes de febrero marca el mínimo anual del “music mood index”. No lo sabía hace unos días, cuando iba caminando, desde lo que antaño se llamaba la “prolongación de la Alameda” hacia el centro histórico de la ciudad. No recuerdo qué música iba oyendo a través del smartphone, pero pronto me llegaron los acordes amplificados del guitarrista solitario que tocaba plácidamente “Stormy weather”. Caía la tarde. La tentación era grande, pero seguí mi marcha. La experiencia dice que un trayecto corto se hace interminable cuando acucian las agujas del reloj. Era preferible no arriesgarse.

Era ya de noche cuando emprendía el camino de regreso, sin ser consciente de que iba a ser partícipe de dos magníficas experiencias sensoriales y anímicas. La primera, el disfrute de la iluminación, con motivo de la época carnavalesca, de la emblemática calle de la que tan orgullosos se sienten los malagueños, y hoy tan codiciada por los visitantes. ¿A quién pertenecen las ciudades, quién tiene derecho a pasear por sus calles, quién está facultado para acceder a sus miradores? El debate sobre el alma de la urbe muestra sus aristas mientras ella prosigue su curso, cambiando su fisonomía, sin que se cumpla el deseo expresado hace poco en este sitio, acerca de la dimensión comparativa de los colectivos duales de los comercios retratados en las dos obras de Fernando Alonso. Uno de ellos continúa menguando inexorablemente; el otro sigue acumulando imágenes pretéritas.

Pero un minuto de éxtasis ante la nueva catedral lumínica lleva a desconectar de la realidad. Un solo instante puede a veces extenderse mucho más allá de lo que dicta el implacable cronómetro.

También de calle Martínez y de Atarazanas han desaparecido comercios y establecimientos históricos, aunque permanece en pie el edificio que una vez albergó el Banco de Málaga. Más allá, en su lugar tradicional, se mantiene abierto el local de “Los Pueblos”, cuya supervivencia se antoja milagrosa, en una época tan distante de aquella otra marcada por el bullicio de los viajeros.

Después de mucho tira y afloja, sin embargo, falta ya la imagen de la pensión “La Mundial”. Siempre le tuve cariño. Fue el primer sitio donde mi padre, siendo aún un mozalbete, encontró trabajo como pinche de cocina. Hay pleonasmos que cobran vida propia. No, no es lo mismo un pinche que un pinche de cocina, como tampoco lo es el erario respecto al erario público.

Más adelante, ya en los aledaños del gran centro comercial por excelencia, que en los años setenta transformó el centro de Málaga, seguía en su puesto el guitarrista. Me aparté un poco de mi ruta para oír las últimas notas de “It had to be you” que perezosamente flotaban en el aire. De nuevo el dilema, “go” o “not go”… Cómo no, acabó por imponerse la primera opción, acompañada de una obligada, aunque modesta, contribución al platillo pasivamente oferente. ¿Por qué no imitarán esta práctica otros focos peticionarios, por muy justificados que estén en su noble causa? La coactividad debería quedar limitada a la vertiente de los tributos, toda vez que no parece que pueda prosperar la revolución sloterdijkiana.

Ese tipo de situaciones sujetas al libre albedrío proporciona, además, una buena oportunidad para contrastar la mayor o menor disposición al pago, de manera voluntaria, por servicios colectivos, con la singularidad de que no han sido solicitados por los supuestos beneficiarios (también, en ocasiones, perjudicados).

Mantuve mi rumbo, dejando atrás al músico, que parecía haberse tomando un descanso. Sin embargo, poco después comenzó a interpretar una bella melodía que me resultaba bastante familiar, aunque no acertaba a identificarla.

Por fin caí en la cuenta de que se trataba de una versión de “Caruso”, la venerada canción de Lucio Dalla. Fueron unos momentos deliciosos, que valoré como si estuviera asistiendo al mejor de los conciertos, como receptor de una actuación y una experiencia memorables.

Siempre tuve una especial inclinación hacia los músicos callejeros. ¿Dónde está la línea que separa al artista consagrado del intérprete fortuito o fracasado? ¿Cuántos músicos, en posesión de un gran talento, no han podido entrar en los templos de la gloria? ¿Qué detalle, qué barrera, oculta o manifiesta, los pudo apartar de su senda soñada?

Pensé volver sobre mis pasos para mostrar mi gratitud al artista, pero no lo hice. Desde entonces tengo la ilusión de volver a verlo. Acudí al día siguiente, pero no estaba en su ubicación. Tampoco el día después, ni el otro.

Quizás algún día, deambulando por las calles, como un extranjero por una ciudad ignota, tan distante de aquella guardada en la memoria, cuando menos me lo espere, puede que vuelva a oír sus pausados acordes, que, una noche plácida de febrero, me transportaron “qui ove il mare luccica”, para comprobar que “ti volti e vedi la tua vita, come la bianca scia di un’elica”.
 

12/2/20

12 cameranos que dejaron huella (5 de 12): Martín Larios Herreros (1798-1873) y otros Larios


Por Fernando Alonso González

La Casa Larios ha sido toda una institución dentro y fuera de Málaga. Como afirma uno de sus máximos estudiosos, Antonio Parejo, los Larios fueron “una de las familias más ricas y poderosas de España y se adelantaron a su época en muchos sentidos”. Sin embargo, hemos de reconocer desde el principio que los Larios no han sido muy queridos en Málaga y, a partir del trágico incidente que sufrieron en 1868, del que luego hablaremos, no han vuelto a vivir en nuestra ciudad. Manuel Blasco comparó los Heredia con los Larios de manera muy acertada: si los primeros fueron la creación, la industria y la esplendidez; los segundos representan el comercio, el préstamo y el dinero.

Manuel Agustín Heredia siempre tuvo fama entre la clase dominante malagueña de aventurero y arriesgado en sus decisiones. Por el contrario, los Larios se caracterizaron por la cautela y la prudencia. Despacito y con buena letra. Su enriquecimiento no fue tan fulgurante como el de los Heredia, sino lento, constante y sostenido. Hoy, más de doscientos años después de su llegada a Málaga, la familia Larios sigue siendo propietaria de un inmenso patrimonio; en cambio, el de los Heredia desapareció hace más de un siglo. Si estos dominaron con sus negocios la primera mitad del siglo XIX malagueño, los Larios superaron a los Heredia en la segunda parte de la centuria, especialmente desde 1860. Cuando los Heredia se arruinaron, gran parte de sus propiedades pasaron a los Larios, que incluso llegaron a prestarles importantes sumas de dinero.

Los Larios han tenido mucho de clan. Se casaban muchas veces entre ellos, primo con prima o tío con sobrina, lo que suponía que estos matrimonios consanguíneos provocasen en algunos descendientes serios desequilibrios mentales, pero también acumulaban la herencia y el patrimonio en pocas manos: así todo quedaba en familia. Manuel Blasco habla directamente de varios locos o retrasados mentales y pone como ejemplo el de un tal don Arturo (debía de ser Arturo Larios y Tashara), que se pasaba el día gritando “¡jueves, hoy es jueves!”, aunque fuese lunes, porque los jueves un criado le llevaba a un prostíbulo. Don Arturo murió en un manicomio.

Como no es nuestra intención hablar de todos y cada uno de ellos, centraremos este apartado en el iniciador de la saga, Martín Larios Herreros, primer marqués de Larios. Luego añadiremos unas breves pinceladas de su hijo Manuel Domingo (al que debemos la calle Larios) y de su nieto José Aurelio (porque con él entró la familia en el negocio de los vinos y licores). Empezaremos por el principio, que no es otro que Pablo Larios de las Heras, el pionero.


PABLO LARIOS DE LAS HERAS (1755-1824)

En Laguna de Cameros se conserva en estado ruinoso la casa natal de los Larios, en la calle Mayor número 25. Llama la atención que una familia con tantas propiedades inmobiliarias aún no la haya comprado para reformarla, antes de que esta se venga abajo y sea ya demasiado tarde. En esta rústica vivienda vivió hace más de dos siglos un ganadero llamado Pablo Larios de las Heras, cuya situación económica empeoró sensiblemente con la crisis de la ganadería trashumante. Pablo Larios se casó en 1784 con Ana Llera, con la que tuvo solo un hijo, Manuel Domingo (1786), pues Ana falleció a los dos o tres años del matrimonio. Pablo se volvió a casar en segundas nupcias con Gregoria Herreros Sáenz y de este matrimonio nacieron: Pablo Eustaquio en 1793; Juan Ramón en 1796 (recordemos que el padre de Juan Ramón Jiménez era también camerano y por eso el nombre que le dio al poeta); Martín en 1798 y Pascuala en 1799. Pablo Larios, con cinco bocas que alimentar y ante las malas perspectivas que había en Laguna de Cameros, decidió emigrar al sur, ese sur que conocería bien por su trashumancia anual. De esta manera el padre se vino hasta Málaga, posiblemente al amparo de algún pariente lejano establecido aquí. Esto debió de ocurrir en los primeros años del siglo XIX.

Los primeros años siempre son oscuros y no nos han llegado apenas documentación sobre la familia Larios anterior a 1808. En las fuentes consultadas, la mayoría de los historiadores pasan de puntillas por los inicios de los Larios en Málaga. Nosotros vamos a intentar dar un poco de luz aún a riesgo de equivocarnos. Mi hipótesis consiste en que los cinco hijos de Pablo Larios de las Heras fueron llegando sucesivamente al sur según iban alcanzando la adolescencia. Mientras tanto se criaron en Laguna de Cameros con su madre Gregoria, hasta que esta falleció el 17 de agosto de 1814, según reza su partida de defunción hallada por el párroco de Laguna, Basilio Allona, a principios del siglo XX. Los hijos pudieron llegar en tres etapas sucesivas:

- La primera etapa debemos de situarla hacia 1801 o 1802, antes de la epidemia de fiebre amarilla de 1803. Pablo Larios de las Heras llegó a Málaga con su hijo mayor, nacido de su primer matrimonio, Manuel Domingo. Antes, según era tradición entre todos los que emigraban desde Laguna de Cameros, visitaría la cueva donde vivió como ermitaño Santo Domingo de Silos, a cinco kilómetros del pueblo, y se llevaría, al igual que hacían muchos, una piedrecita como amuleto. En 1800 Málaga era una ciudad con una gran proyección económica. Su puerto, desde que en 1778 Cádiz había perdido el monopolio del comercio con la América, estaba entre los tres más importantes de España, junto con Barcelona y Cádiz. Por eso Pablo pondría su mirada en Málaga.

Pensamos que este debió de llegar a Málaga en los primeros años del siglo por dos razones. En primer lugar, su hijo Manuel Domingo, nacido en 1786, había cumplido en 1801 los quince años, edad en la que solían iniciarse en el trabajo muchos cameranos. En segundo lugar porque, si atendemos a las fechas de nacimiento de los otros vástagos de Pablo Larios (Pablo en 1793; Juan en 1796; Martín en 1798 y Pascuala en 1799), podemos observar que los alumbramientos se interrumpieron definitivamente en el último año del siglo XIX (recordemos que Gregoria Herreros, la segunda mujer de Pablo Larios, no falleció hasta 1814). En los primeros años del siglo XIX el padre ya no debía vivir en Laguna de Cameros.

- La segunda etapa coincide con los inicios de la Guerra de la Independencia (1808-1814), origen de la fortuna de los Larios, al igual que la de los Heredia. En 1808 Pablo Eustaquio había cumplido ya los quince años, mientras que su hermano Juan Ramón tenía doce. Sabemos que en 1809 Manuel Domingo y su hermanastro Juan Larios (que de los tres hermanos varones era el que estaba menos dotado para los negocios), formaron la sociedad Manuel Domingo Larios y Hermano, mientras que el padre se fue a Gibraltar donde creó con su hijo Pablo la sociedad Larios Hermanos.

Con estas dos sociedades, la malagueña y la gibraltareña, los Larios se dedicaron al préstamo monetario y al contrabando de productos como el café, cacao, mantequilla, seda o perfumes. Pensemos que con la guerra los circuitos comerciales habituales habrían quedado alterados o suprimidos, y el contrabando encontró de esta manera un terreno abonado. Este fue el origen de la fortuna de los Larios.

- La tercera fase la podemos localizar en torno a 1814, al acabar la Guerra de la Independencia y es la que afecta a nuestro protagonista, Martín Larios, futuro marqués de Larios. Se llamaba así porque había nacido a las cuatro de la madrugada de un once de noviembre de 1798, festividad de San Martín. Don Basilio Allona y Cañas había sido cura de almas de Laguna de Cameros durante más de treinta años (entre 1900 y 1933). Conocía bien la tradición oral de su pueblo y, por lo tanto, su opinión debe ser tenida en cuenta. Además, a él le debemos el descubrimiento de la partida de defunción de Gregoria Herreros en los archivos parroquiales, como dijimos más arriba. Según el sacerdote, Martín Larios emigró a Málaga a los catorce o dieciséis años (esto es, hacia 1812-1814), “donde inauguró su carrera comercial en un establecimiento de tejidos”. Hay quien afirma que empezó a trabajar de zagal en un comercio de calle Compañía, propiedad de un pariente lejano (¿o quizá su hermano?), Juan Larios. Pero de esto no hemos encontrado pruebas.

Al finalizar la Guerra de la Independencia, sin que podamos determinar con exactitud la fecha, los dos hermanos pequeños, Martín y Pascuala, junto con su primo Juan de Dios Basanta, se establecieron en Cádiz, donde fundaron la sociedad Martín Larios, Basanta y Cía. Cádiz había tenido el monopolio comercial con América hasta 1778 y era por entonces un puerto comercial de primer orden. De manera que, resumiendo, los Larios tienen establecidas sociedades en Málaga, con Manuel Domingo y Juan; en Gibraltar con Pablo hijo y en Cádiz con Martín y Pascuala.

El patriarca, Pablo Larios de las Heras, o no volvió o volvió poco en estos años por Laguna de Cameros, como lo demuestra la interrupción de los embarazos de Gregoria, su segunda esposa, a partir de 1799. ¿Se empezó a llevar mal con su mujer? ¿O fue esta la que, apegada al terruño, no quiso acompañarla en su aventura andaluza? No lo sabemos. Un viaje entre Málaga y Laguna de Cameros (800 kilómetros), a principios del siglo XIX, cuando aún no se había inventado el ferrocarril, no era poca cosa. Aunque Pablo Larios, en sus orígenes ganadero trashumante, tendría que estar acostumbrado a tales desplazamientos. El caso es que Gregoria Herreros Sáenz falleció en 1814 en su pueblo natal, Laguna de Cameros; mientras que Pablo Larios de las Heras lo hizo en Málaga diez años más tarde, en 1824, a los 69 años de edad.

En Cádiz se casaron en 1826 los primos Juan de Dios Basanta y Pascuala Larios Herreros.

En Gibraltar, Pablo Larios contrajo matrimonio con una llanita, Jerónima Tashara, y acumuló con sus negocios una importante fortuna. Luego hablaremos de sus hijos Aurelia y Ricardo. De ideología liberal, donó en 1831 la exorbitante suma de 2.000 duros para la causa de Torrijos. Pablo Larios Herreros murió en Gibraltar allá por el año 1869, al ser atropellado por un carro.

Juan Larios Herreros se casó en 1831 en la iglesia de San Juan con María del Carmen Enríquez García. No tuvieron descendencia. De los cuatro hijos varones, Juan no destacó tanto en los negocios como sus hermanos Manuel Domingo, Pablo y Martín.

Y el hermano mayor, Manuel Domingo, el que se quedó en Málaga con su hermano Juan, también reunió un considerable patrimonio dedicándose al préstamo, desde su establecimiento en la calle Nueva 62. Su esposa Ana María Martínez de Tejada, falleció en 1819 a los 24 años, dejándole varios hijos, entre los que destacaremos a Carlos (que sería el dueño de la Aurora) y Margarita (que se acabaría casando con su tío, el primer marqués de Larios). Ya sé que es un lío. Tenga paciencia el lector y comprobará que no es tan difícil.

En el año 2003 aparecieron sus tumbas en las reformas de la iglesia de San Agustín. Allí llevaban Manuel Domingo y su mujer Ana María casi dos siglos, durmiendo el sueño de los justos.

MARTÍN LARIOS HERREROS, PRIMER MARQUÉS DE LARIOS

Por fin ha llegado el momento, tras esta introducción que espero que no haya sido muy farragosa, de hablar del primer marqués de Larios. Martín, aunque era el menor de los varones, debió de ser más inteligente si cabe que sus hermanos, porque fue el único que alcanzó la nobleza. Y, curiosamente, el hijo menor fue el que llegó más lejos en el mundo empresarial.

Nos habíamos quedado con Martín establecido en Cádiz al frente de una sociedad mercantil junto con su primo y cuñado. Es muy probable que la fecha de la llegada definitiva de Martín Larios a Málaga fuese la de 1830, porque ese año falleció el mayor de los hermanos Larios, Manuel Domingo, a los 44 años de edad, aquel cuya sepultura fue descubierta hace poco en San Agustín. Manuel Domingo nombró en su testamento tutor de sus hijos menores de edad a su hermano Martín, lo que dice mucho y bueno a favor del futuro marqués. Por este motivo Martín llegó a Málaga y tan en serio se tomó su papel de tutor que se casó con su sobrina Margarita Larios (1812-1892) en la iglesia de los Mártires el 11 de abril de 1831. Ella será la futura marquesa de Larios.

Lo segundo que hace Martín Larios en nuestra ciudad es fundar con sus hermanos y otros familiares la sociedad Larios Hermanos y Cía el 11 de octubre de 1831, que “se dedicará a la venta al por mayor y al por menor de manufacturas de lana, algodón, seda y todo ramo que convenga a sus intereses”. Todas las acciones de esta exitosa sociedad las acabaría comprando Martín en 1861. Siempre se ha hablado de dos etapas en esta sociedad: una de tipo prestamista (1831-1845) y otra más marcadamente empresarial (desde 1845 en adelante). En realidad, desde la década de los años cuarenta del siglo XIX, Martín Larios comenzó sus inversiones industriales. Las realizará fundamentalmente en dos sectores: el textil y el azucarero.

En efecto, Martín Larios, al frente de su sociedad, compró terrenos en La Axarquía y entre Málaga y Gibraltar, con el fin de explotarlos para la industria azucarera. Así creó cuatro ingenios en Torre del Mar (Nuestra Señora del Carmen), Torrox (San Rafael), Nerja (San José) y Motril (Nuestra Señora de la Cabeza). En total llegó a reunir más de 13.000 hectáreas dedicadas a la producción de caña de azúcar. Si muchos terrenos de Maro están aún sin construir es porque son propiedad de la familia Larios.

En cuanto la industria textil, su gran aportación fue la Industria Malagueña, que creó junto con Manuel Agustín Heredia en 1846, poco antes de morir este. Esta fábrica daba trabajo en 1862 a unas 2.000 trabajadoras y tuvo como modelo las fábricas nacidas en Inglaterra como consecuencia de la Revolución Industrial. Así, para su diseño y funcionamiento, Martín Larios contrató a técnicos ingleses que instalaron en Málaga las primeras máquinas de vapor, la tecnología más avanzada de su época. La Industria Malagueña superó todas las expectativas iniciales y se decía que era la mayor del mundo. Fue visitada en 1904 por el rey Alfonso XIII. Junto a La Aurora, fundada por su sobrino y cuñado Carlos Larios, marqués de Guadiaro, en 1856 y que daba trabajo a unas 800 mujeres, forman las que podíamos llamar las joyas de la corona de los Larios. Ambas cerraron en la década de los sesenta del siglo XX. La Aurora ocupaba los actuales jardines de Picasso.

Además de esto, Martín Larios tuvo una fábrica de aceite y otra de jabón. Creó una compañía de seguros y una sociedad de vapores. Para el sostenimiento económico de sus empresas, fue fundador y director del Banco de Málaga, con sede en calle Córdoba (que entonces tenía el bello nombre de Alameda Hermosa), que llegó a emitir billetes. También participó en la construcción del ferrocarril de Málaga a Córdoba, tan necesario para el comercio y la industria malagueñas. En el viaje inaugural, el 10 de agosto de 1865, el tren tardó ocho horas en salvar los 193 kilómetros del recorrido.

Martín Larios fue un trabajador inteligente e incansable, con mucho talento para los negocios y que supo diversificar su actividad mercantil. Por todos estos méritos, la reina Isabel II le concedió el título de Marqués de Larios en 1865. Martín Larios también fue senador vitalicio. De esta manera, la Casa Larios se convirtió en un modelo a seguir por otros empresarios españoles.

Quizá el peor día de la vida de Martín Larios fue el 20 de octubre de 1868. Residía en  la Alameda Principal, en una hermosa casa con tres fachadas (a la Alameda, al muelle y a la entonces llamada calle del Peligro), en donde se construyó más adelante el edificio de la Equitativa. Eran días convulsos y la reina Isabel II había huido a Francia. En Málaga, las trabajadoras de la Industria Malagueña sufrían cada día unas bochornosas condiciones laborales para poder cobrar un sueldo miserable. Vivían en corralones que no reunían las más mínimas condiciones de salubridad e higiene. Estas mujeres principalmente son las que el 20 de octubre asaltaron la casa de los Larios con no muy buenas intenciones.

La marquesa de Larios con sus hijas, ayudadas por criados, pudieron huir por el tejado, mientras que Martín Larios, su hijo Manuel Domingo y su sobrino Ricardo Larios fueron retenidos por la multitud. Fueron salvados gracias a la valentía de un capitán de la Milicia Nacional, llamado José Zaragoza quien, poniendo en serio riesgo su vida, logró conducirlos al palacio de la Aduana para dejarlos bajo la protección del Gobernador Militar. Los Larios aseguraron entonces no ser conscientes de las malas condiciones de trabajo de sus empleados y pidieron perdón por ello. Subieron el salario un 20% a sus trabajadores. Se conserva en el Archivo Díaz de Escovar la carta que los Larios, a través de sus apoderados, enviaron al Diario Mercantil para dar las gracias a los valientes milicianos que les habían salvado la vida.

Dos días más tarde, embarcaron para Gibraltar y de ahí a Londres y a París. Martín Larios nunca más volvió a pisar Málaga, ni siquiera para la inauguración del asilo de las Hermanitas de los Pobres, en el que tanta ilusión había puesto. Murió en París el 18 de diciembre de 1873. Dejaba una fortuna de 29 millones de pesetas. Sus restos llegaron a Málaga el 14 de enero de 1875 y, tras un funeral en la Catedral, fueron enterrados en las Hermanitas de los Pobres.

A Julián Sesmero le sorprendía que no se le hubiese dedicado a Martín Larios en Málaga ninguna calle, plaza o monumento. Solo una placa conmemorativa en el Salón de los Espejos del Ayuntamiento recuerda su memoria.

En 1925 don Basilio Allona, párroco de Laguna de Cameros, no se explicaba cómo Martín Larios no había dejado “ni un triste recuerdo” en su pueblo natal, a diferencia de Manuel Agustín Heredia, que construyó unas fabulosas escuelas en Rabanera de Cameros.

DESPUÉS DE MARTÍN LARIOS

Digamos unas palabras brevemente del segundo y del tercer marqués de Larios, el de la calle Larios y el de las bodegas, respectivamente. Pero antes hablemos de Ricardo Larios que, recordemos, fue detenido junto con su tío y su primo por las turbas ese día de infausta memoria para la familia.

Ricardo Larios y Tashara era hijo de Pablo Larios, el que se afincó en Gibraltar, y de la gibraltareña Jerónima Tashara. Era un tacaño redomado que para ahorrar gastos vivía en la casa de su primo y cuñado Carlos Larios, el dueño de La Aurora. Allí no gastaba nada. Se vestía con los trajes de su pariente y cuentan que tenía su ropa interior llena de rotos y remiendos. A pesar de eso, era poseedor de una increíble fortuna. No se casó para evitar dispendios innecesarios. Cuando le decían que para qué guardaba tanto dinero si sus sobrinos lo iban a derrochar todo cuando lo heredasen, Ricardo contestaba: “Por mucho que ellos disfruten tirándolo, más he gozado yo ahorrándolo”. Dejó escrito en su testamento que “mi entierro sea lo más modesto posible”. Esperemos que se cumpliese su voluntad.

Martín Larios, primer marqués de Larios, y su esposa y sobrina Margarita Larios tuvieron cinco hijos:
1- Emilia (1832-1868), que casó con Enrique Crooke Manescau.
2- Ana María (1833-1884), que murió soltera.
3- Olimpia (1835-1840), de nombre inédito entre los cameranos, falleció niña.
4- Manuel Domingo (1836-1895), segundo marqués de Larios, que nunca se llegó a casar.
5- Martín (1838-1889). Este último, a pesar de padecer importantes desequilibrios mentales, contrajo matrimonio con su prima Aurelia Larios y Tashara, hija de Pablo Larios, el que se estableció en Gibraltar y hermana de Arturo, el loco del que hablábamos al principio del capítulo, y de Ricardo, el tacaño redomado. Del matrimonio de Martín y Aurelia nacerá el tercer marqués de Larios, José Aurelio Larios y Larios.

Manuel Domingo Larios y Larios desde pequeño participó en los negocios familiares. Tras iniciar sus estudios en Málaga, viajó a París para formarse como ingeniero. Fue de los que la multitud sorprendió en su casa aquel día de aciaga memoria y tuvo que huir a Gibraltar. No volvió a Málaga nunca más, ni siquiera el día de la inauguración de la calle Larios, celebrado 23 años después: todavía no se le había olvidado el mal rato. Sabemos que Manuel Domingo vino de incógnito en otras fechas a Torre del Mar, donde los Larios tenían una casa de recreo, sin hacer parada en Málaga. Con esto quiero decir que el segundo marqués de Larios nunca pisó en su vida la calle que él mismo mandó construir.

La fortuna de la Casa Larios creció de manera espectacular a finales del siglo XIX a causa de la ruina de los Heredia y de la crisis de la filoxera. Aprovechándose de la pérdida del valor de los viñedos y de la pobreza y penuria en la que habían quedado sus dueños, los Larios compraron muchos terrenos y fincas. Se cuenta que no hubo pueblo de la provincia donde estos no tuviesen propiedades. La de los Larios fue la única casa grande que se salvó de la crisis finisecular.

Sin duda la mayor realización de Manuel Domingo Larios, segundo marqués de Larios, fue la calle que lleva su apellido. Cuenta Domingo Mérida6 que el primer proyecto de la calle Larios trazaba un arco por las calles Salinas, Strachan, la plaza del Obispo y Sancha de Lara. Aunque en un principio participaron en el proyecto cinco accionistas (los Larios, los Heredia, Antonio Campos, Jorge Loring y Simón Castel), finalmente fueron los Larios los que se encargaron de la totalidad de la obra. Una obra para la que el Ayuntamiento puso tres condiciones: que se ejecutase en un plazo máximo de cuatro años; que los edificios no superasen los veinte metros de altura, y que los 4.800 m2 de superficie de la calle pasasen a ser de propiedad municipal.

El arquitecto que dirigió las obras fue Eduardo Strachan Viana-Cárdenas. Al parecer, el primer edificio que construyó Strachan fue en 1877 y era de otro camerano, Pedro Alonso García, del que luego hablaremos. Estaba en la calle Sánchez Pastor esquina con Santa María y tal fue la solidez y modernidad del edificio que los Larios decidieron encargar las obras de su calle a este arquitecto. En ellas trabajaron muchos obreros, entre los que destacaremos a un joven Antonio Baena Gómez, que empezó de botijero y acabó siendo el constructor más rico de Málaga y el primer presidente de la Agrupación de Cofradías.

El día 27 de agosto de 1891 se inauguró la calle Larios. Como el marqués estaba ese día veraneando en Biarritz, Antonio Jiménez Astorga, apoderado de los Larios, fue el encargado de entregar la obra al Ayuntamiento. La nueva vía tenía 300 metros de largo por 16 de ancho. Desde la construcción de esta calle, la actividad empresarial de los Larios se centró cada vez más en las inversiones inmobiliarias.

Cuando en 1895 falleció en París el segundo marqués de Larios, enfermo de diabetes, el Ayuntamiento aprobó dedicarle un monumento a la entrada de su calle. Se lo encargó al afamado arquitecto Mariano Benlliure. La estatua se inauguró en 1895 y desde su pedestal el marqués estuvo contemplando plácidamente la vida diaria de los malagueños, hasta que en 1931 unos obreros desagradecidos arrojaron la estatua a las aguas del puerto. Tuvieron que sacarla al poco del agua, porque el bronce de la estatua producía una corriente electrolítica que afectaba a los motores de los barcos. Hasta 1951 no fue repuesta en su lugar. Hoy el Ayuntamiento, tras las reformas de la Alameda, la ha retranqueado unos metros, con lo que la estatua del marqués de Larios ya no está en un lugar privilegiado, en el centro visual del eje de la Alameda y el Parque. Sin duda, ha sido para facilitar la circulación del tráfico que pasa por la  Alameda. Además, Domingo Larios miraba desde su pedestal hacia la Alameda, para dar la bienvenida a los visitantes. En cambio, los poderes municipales han decidido acabar con una tradición de 120 años y han girado la estatua del marqués, que ahora dirige su mirada hacia su calle. Debe de ser para que no se pierda el espectáculo de luz y sonido navideño o para que vigile el circo turístico en el que se ha convertido la calle Larios, una calle por la que antes paseábamos los malagueños.

El tercer marqués de Larios se llamaba José Aurelio Larios y Larios (1869-1937). Su padre no pudo heredar el título nobiliario por su manifiesta incapacidad mental.  Sus padres eran primos y sus abuelos tío y sobrino, con lo que es un milagro que fuera un hombre sensato y centrado. En su persona, como en una auténtica dinastía, se concentró gran parte de la fortuna familiar. Heredó de su abuelo Martín el título de marqués de Larios y, de su tío abuelo Carlos Larios, el de marqués de Guadiaro. De su padre, toda su fortuna, pues era hijo único y, de su tío Manuel Domingo, segundo marqués de Larios, su inmenso patrimonio, pues este murió soltero.

José Aurelio Larios era bastante prudente y fue el que emprendió la aventura de los vinos, al comprar en 1918 las famosas bodegas Jiménez y Lamothe, fundadas en 1852, base de las Bodegas Larios y de su famoso Brandy 1866. Amplió la oferta de sus bodegas creando la ginebra Larios, mundialmente conocida.

En la actualidad Salsa es la sociedad que gestiona el patrimonio familiar de los Larios. Con un valor de 610 millones de euros se dedica al alquiler de oficinas y locales, a la venta de promociones inmobiliarias y a la producción agrícola de sus fincas, centradas en el cultivo del aguacate. Salsa es la que gestiona la famosa finca Dehesa de los Llanos (Albacete), de 11.000 hectáreas, que fue comprada al marqués de Salamanca en una de sus ruinas por 120.000 pesetas. Es de todos sabido que las viviendas y los locales de la calle Larios, una de las más comerciales de Europa, son propiedad prácticamente en su totalidad de dos familias, los Larios y los Quesada, no sabría decir en qué porcentaje. El periodista Ramón Triviño ha calculado el actual patrimonio de los Larios en 18.000 millones de euros.

Notas


6- MÉRIDA, Domingo: 3.900 calles. Enciclopedia del callejero malagueño, Ayuntamiento de Málaga, 2004, página 361.

11/2/20

12 cameranos que dejaron huella (4 de 12): Manuel Agustín Heredia Martínez


Por Fernando Alonso González

Todo malagueño ilustrado debería conocer la vida de los dos cameranos más notables que arribaron a Málaga: Manuel Agustín Heredia y Martín Larios Herreros. De todas las semblanzas biográficas que se han escrito de ambos, quizá la más sugerente, aunque sucinta e impresionista, fue la que publicó Manuel Blasco1. Suyas son las anécdotas de las partidas de jabón y del tesoro encontrado en la finca de San José que relataremos a continuación, si el lector tiene paciencia y sigue leyendo.

Hablar de Heredia es hablar del comerciante e industrial más grande que ha habido en Málaga. Julián Sesmero afirmaba que “estamos ante la más gigantesca figura empresarial y comercial que haya dado nunca Málaga (…) Fue llegar y triunfar (…). Él venció a todo y a todos”2. Manuel Agustín Heredia Martínez nació en el pequeño pueblo riojano de Rabanera de Cameros el 4 de mayo de 1786 a las cuatro de la mañana, según reza su partida de bautismo, casualmente a la misma hora que vino al mundo Martín Larios. Su padre descendía de una modesta familia de hidalgos. Se llamaba Manuel Heredia Fernández y contrajo dos matrimonios: del primero, con Antonia Valvanera Martínez, nacieron Manuel Agustín y Josefa; y del segundo, tenido con Antonia Escolar, vinieron al mundo otros tres hijos, Francisco, Perpetua y Martín.

Al fallecer su madre, Manuel Agustín emigró al sur para trabajar en una tienda de ultramarinos de Vélez-Málaga. Corría el año 1801 y el joven Heredia era un adolescente de quince años en el que ya destacaban las que iban a ser sus dos principales cualidades: la inteligencia y la gran capacidad de trabajo. Cuentan que el negocio, regentado por un matrimonio de avanzada edad, estaba en decadencia y que, gracias al tesón y a la iniciativa del joven, el comercio prosperó. Lógicamente, los dueños quisieron agarrar con garfios de hierro a tan señalada adquisición, pero el inquieto Manuel Agustín deseaba volar e iniciar nuevas aventuras comerciales. Según el profesor García Montoro, Heredia permaneció en Vélez unos dos años, hasta que con el dinero ahorrado se marchó a Málaga.

No tuvieron que ser fáciles sus comienzos porque Málaga estaba siendo asolada por una epidemia de fiebre amarilla, también llamada del vómito negro, que redujo su población en un tercio. Fue la más feroz en la historia contemporánea malacitana. Se calcula que entre 1803 y 1804 fallecieron en Málaga a causa de esta epidemia 11.464 personas (y según otras fuentes 18.348), por lo que la población malagueña se redujo casi en un tercio, de 51.745 a 33.397 habitantes. Esta es la Málaga a la que llegó Manuel Agustín Heredia.

El 1 de mayo de 1808 formó una sociedad con otros dos socios, Ramón de Córdoba y Manuel María Fernández, este último al parecer paisano suyo. Heredia fundó un establecimiento con el nombre de Heredia y Cía en Gibraltar, mientras que Manuel María hizo lo propio en Málaga con otro al que llamó Fernández y Cía. Entre ambos se dedicaron a la importación de productos ingleses y a la exportación de frutos secos y vino. Según algunos, Heredia compró dos mulos y se dedicó al comercio entre Gibraltar y Málaga, pero suponemos que este episodio corresponde más bien a los orígenes legendarios de su fortuna. Lo más probable es que se dedicara al contrabando entre la colonia inglesa y Málaga, burlando el bloqueo francés. El historiador Manuel Muñoz habla claramente de contrabando y venta de armas y nosotros creemos que está en lo cierto. Eran los años de la Guerra de la Independencia y las armas son casi un producto de primera necesidad.

Tan buenos servicios prestó a los españoles, que el general Ballesteros le concedió en 1810 la explotación de las minas de grafito de Ojén. Según el propio Heredia este fue el origen de su colosal fortuna. Evidentemente, este no podía contar que su patrimonio había comenzado vendiendo armas, algo que nosotros sospechamos y muchos historiadores no se atreven a afirmar. Si no a qué viene el regalo del general Ballesteros “por los servicios prestados”, que seguro que no fueron la venta de almendras y vino. Lo que está claro es que la fortuna de Manuel Agustín Heredia hunde sus raíces en la Guerra de la Independencia contra el francés. Ya saben, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Su nieta cuenta cómo, en estos años de la Guerra de la Independencia, Manuel Agustín Heredia iba a caballo hasta Vélez Málaga y allí, gracias a los contactos que tendría de su etapa anterior de comerciante, compraba baratísimos muchos productos de la tierra (almendras, aceite, pasas, etc.) que se habían quedado sin vender porque, debido a la guerra, el comercio estaba muerto, y luego les daba salida consiguiendo un gran margen de beneficio.

En 1812 ya importaba tabaco para el Estado desde América. Heredia había conseguido en menos de diez años amasar una fortuna considerable, gracias a la cual pudo entroncar con la oligarquía local. En efecto, el 12 de abril de 1813 se casó en la iglesia de Santiago con Isabel Livermore Salas (1794-1849), hija de un próspero comerciante inglés, aunque de origen irlandés. Y Heredia fue tan prolífico en el matrimonio como en los negocios porque tuvo 12 hijos, de los que siete llegaron a adultos: Isabel, Manuel, Tomás, Amalia, Enrique, Ricardo y María. Sus hijos varones fueron enviados a estudiar a Inglaterra y a París. Los que fallecían fueron enterrados en una cripta de la iglesia de San Agustín, donde también fueron sepultados otros muchos cameranos en las primeras décadas del siglo XIX.

En 1816 tuvo comienzo su imperio industrial, al abrir una fábrica de azúcar. Ese mismo año Manuel Agustín Heredia compró unos terrenos que ocupaban gran parte de lo que hoy es la Alameda de Colón y allí instaló su primera fábrica de jabón que, más tarde, trasladaría a las playas de San Andrés. Sus barcos llegaban desde América y desde Asia cargados de muchos productos de los que aquí se carecía y los vendía al precio que le parecía: todo era ganancia.

En 1825 Heredia era ya el hombre más rico de Málaga. Pero esto no había hecho más que empezar, porque todavía tenía que aportar mucho más a la economía malagueña. Como afirma Manuel Muñoz, “no había negocio lícito o ilícito en el que no haya invertido Heredia su sagaz inteligencia”. Según su nieta, Manuel Agustín Heredia solía decir que lo que costaba trabajo era hacer los primeros veinte mil duros y que luego, siendo uno prudente y trabajador, todo se hacía más fácil.

Quizá la consolidación y verdadero florecimiento de la fortuna de este emprendedor camerano se deba a sus pioneras instalaciones industriales para la fabricación de hierro. En 1826 comenzó a explotar un rico yacimiento de hierro descubierto en las orillas del río Verde en Marbella. Los primeros altos hornos se llamaron El Ángel y en 1830 empezaron a funcionar los de La Concepción, cuyas ruinas aún se conservan hoy. Estuvieron en funcionamiento hasta 1884. Pero los inicios no fueron tan fáciles. La empresa estuvo a punto de naufragar por los malos resultados obtenidos al comienzo, pero Heredia no se arredró y buscó al mejor experto en fundición de España, Francisco Antonio Elorza: gracias a la ayuda de este militar su industria alcanzó resultados notables. Para conseguir el combustible con el que el que fundir el mineral de hierro, hubo que talar muchos árboles. Se cortaron tantos que provocó la desforestación de Marbella, Ojén y Benahavís. Nada detenía a Heredia en su carrera.

En 1833 Manuel Agustín Heredia inauguró en las playas de San Andrés su fábrica La Constancia, de nombre bien significativo. El mineral de hierro se fundía en Marbella y se trasladaba a Málaga, donde se afinaba y se forjaba. La Constancia estuvo en funcionamiento hasta 1891. Heredia se convirtió en el primer fabricante de hierro de España. Su hierro era, además, de una extraordinaria calidad, forjado a conciencia. Algunas rejas y barandillas aún se pueden ver en la finca de La Concepción, y después de 150 años, están como el primer día.

En 1837 Heredia adquirió la fundición de plomo San Andrés, en Adra. De esta manera, Manuel Agustín consiguió ser en 1840 el mayor empresario de España. Manuel Blasco cuenta una divertida anécdota que explica cómo era el talento empresarial y comercial de Manuel Agustín Heredia. En cierta ocasión había enviado un cargamento de pastillas de jabón a Cuba, entonces provincia española. Le escribió su representante, muy apurado, porque no se vendía ni una pastilla. Heredia contestó: regale todo el jabón, que mando otro cargamento. Sabía crear la necesidad allí donde no la había, algo que conocen hoy muy bien las modernas multinacionales.

No abrumaré al lector con el detalle de otras empresas que fue acometiendo Heredia. Sí le diré que dio trabajo a unos 2.500 trabajadores, sumando todas sus industrias. Si tenemos en cuenta que en 1845 la población malagueña ascendía a unos 70.000 habitantes, la cifra no es baladí. Se cuenta que dio su apellido a muchos gitanos (algunos autores hablan de hasta 500) que trabajaban en sus fábricas, algunos de los cuales tenían que viajar a Inglaterra para aprender el proceso de laminación y carecían de documentación. Pudiera ser verdad. Pero también lo es que existen registros de gitanos apellidados Heredia desde el siglo XVI. También es leyenda su flota de barcos, cuyo radio de acción abarcaba toda Europa y parte del continente americano. He leído en algunos estudios que llegó a tener 400 barcos, cifra a todas luces exagerada, ya que en su testamento solo cita 18, que no son pocos. Lo que sí podemos afirmar es que Heredia fue el hombre más rico de su época. Así lo aseguran los historiadores malagueños Antonio Parejo, Antonio Nadal y Cristóbal García Montoro.

Su gran afición fue la cría de caballos de carreras. Tenía una gran admiración por Inglaterra, país al que consideraba modélico y ejemplar. De hecho, envió a su hermanastro Martín a Inglaterra para que aprendiera comercio e inglés. Compró varias fincas rústicas. Entre las más conocidas destacaremos el lagar de San José, que adquirió en 1831 en Casabermeja, en el lugar de Chapera, y que no debe confundirse, como históricamente se ha hecho, con la otra finca San José que estaba al final de Ciudad Jardín. Entre las fincas urbanas citaremos la compra en 1834 del edificio de la antigua cárcel en la plaza de la Constitución, donde edificó el moderno pasaje que lleva su apellido. También levantó cinco casas en la Alameda.

Sus dos últimas empresas fueron la Industria Malagueña y La Química. La primera suponía la incursión de Heredia en la industria textil. Ya sabemos que la primera norma para un empresario consiste en diversificar sus inversiones o, como se dice coloquialmente, no poner todos los huevos en la misma cesta. El 10 de julio de 1846 (no sospechaba Heredia que fallecería al mes siguiente), creó asociado con Martín Larios la Industria Malagueña, que se levantó junto a los terrenos de su fábrica La Constancia. Empezó a funcionar al año siguiente y dio trabajo inicialmente a 1.400 trabajadores. Cuando murió, Heredia estaba proyectando una fábrica de productos químicos, La Química, para fabricar ácido sulfúrico, velas esteáricas y sosas. Su chimenea tendría 300 pies de altura, es decir, 91 metros, tantos como los de la torre de la Catedral.

Manuel Agustín Heredia falleció de apoplejía un 14 de agosto de 1846, a los 60 años, unos meses después de que Isabel II le nombrase senador. En su testamento dejó la fabulosa cifra de 60 millones de reales, 4 fincas rústicas y 27 urbanas, una empresa siderúrgica, otra de fundición de plomo, tres fábricas de jabón, una de productos químicos y una flota de 18 barcos. Sus almacenes estaban llenos de todo tipo de mercancías. Tenía, también, intereses en sociedades industriales, mineras, de seguros, de transporte marítimo y de banca (de hecho, fue uno de los fundadores del Banco de Isabel II). Tras su fallecimiento, el madrileño Semanario de la Industria lo consideró el primer capitalista español. Ramón de la Sagra, que lo conoció personalmente en un viaje empresarial a Andalucía en 1845, afirmó que se daba en él “una rara asociación de talentos”, porque supo combinar como nadie la industria y el comercio. De la Sagra vio a un Heredia que se multiplicaba recorriendo sus talleres y dando órdenes a unos y a otros.

Su última y suntuosa morada fue el panteón que se construyó en el cementerio de San Miguel. La estatua que estaba en el patio de su fábrica La Constancia es la que hoy preside la avenida que hoy lleva su nombre en Málaga. Su fallecimiento dejó un profundo vacío en sus familiares. Por ejemplo, su hijo Tomás se negaba a veranear en el mes de agosto, por ser este el del aniversario de la muerte de su padre, y viajaba con su familia a tomar las aguas a Frisinga (Baviera) en julio o en septiembre, aunque en este último mes hiciera frío o lloviera.

Los descendientes de Manuel Agustín Heredia vivieron fastuosamente con lujo y derroche, emparentando con aristócratas y financieros. El encargado de sucederle fue su hijo mayor, Manuel Heredia Livermore. Casado con Trinidad Grund, tenía un carácter depresivo. Se suicidó con 35 años en 1852, pegándose un tiro durante una cacería en Motril.

Se hizo cargo entonces de los negocios familiares su hermano Tomás Heredia Livermore (1819-1893), que estaba casado con Julia Grund, hija del cónsul de Prusia en Sevilla. Este fue el que compró la finca San José de Ciudad Jardín en 1864, por lo que tuvo dos fincas San José, la suya y la que había heredado de su padre. La razón de la compra fue que su hermana Amalia y Jorge Loring habían adquirido unos años antes, en 1857, la finca la Concepción, que estaba separada de San José por el callejón de Nadales. San José brilló como pocas por su estupenda colección de antigüedades romanas que poblaban su frondoso jardín, adornado y embellecido con plantas y árboles que los Heredia trajeron en sus cargueros desde todas las partes del mundo. En la finca eran famosos su enorme invernadero, el lago con sus grutas y cascadas, y el albercón. En San José estuvo la primera pista de tenis que se hizo en Málaga a finales del siglo XIX. Por la mansión pasaron Cánovas y los grandes políticos de la época.

Tanta vida de lujo y capricho empezó a anunciar su ruina a finales de la segunda generación, tan rápida como lo fue su enriquecimiento. Así lo cuenta Manuel Blasco que tuvo la oportunidad de visitar San José cuando fue vendida en 1920. Lo hizo en compañía de José Prados, padre de Emilio Prados, que tenía una importante tienda de muebles en la calle Larios y estaba amueblando el futuro sanatorio. Cuando entraron en el sótano “nos sorprendió encontrarnos con infinidad de embalajes que ni compradores ni vendedores habían tenido en cuenta. Cuando se abrieron se comprobó que era el último pedido de los Heredia a la casa Maple, verdaderas maravillas de muebles ingleses de la mayor elegancia y lujo, superior su precio al pagado por la finca. Fue tal la rapidez del desastre que ni sabían de su existencia ni tiempo tuvieron de desembalar”.3

La aparición de este tesoro no es una leyenda. También lo vio alguien tan riguroso y serio en sus trabajos como es el historiador Manuel Muñoz, que tuvo “la oportunidad de comprobar la inmensa cantidad de bultos existentes desde hacía muchos años en los sótanos de la Hacienda de San José, aún sin desembalar, que contenían un mobiliario completo para de nuevo amueblar dicha mansión en su totalidad, mandado hacer expresamente en Londres”.4 Para Muñoz la causa de la ruina de los Heredia es triple: la filoxera, la crisis industrial y la vida de lujo y derroche que llevaba la familia.

María Pía Heredia Grund, hija de Tomás y de Julia y nieta de Manuel Agustín Heredia, escribió a los 87 años unas memorias5 muy interesantes porque dan a conocer aspectos íntimos y poco conocidos del clan Heredia, algunos de los cuales hemos referido en el presente capítulo. Las editó hace unos años el Ayuntamiento de Málaga, cuando el Ayuntamiento aún editaba libros. 

Queremos terminar este apartado con una historia aparecida en la prensa local (Málaga Hoy, 26 de noviembre de 2017). Un descendiente de Manuel Agustín Heredia, que sigue estando orgulloso de su ascendencia camerana después de siete generaciones, ha decidido cambiar en el Registro Civil el orden de sus apellidos y pasar a llamarse Manuel Agustín Heredia Gutiérrez, en memoria del tatarabuelo de su abuelo. Como dice mi amigo Víctor Heredia, de los Heredia nos queda la sangre pero no la fortuna.

Notas


1- BLASCO, Manuel: La Málaga de comienzos de siglo, Instituto de Cultura de la Diputación de Málaga, 1973.
2- SESMERO, Julián: Paseo romántico por la Málaga comercial, Editorial Bobastro, Málaga, 1985, página 37.

3- BLASCO, Manuel: La Málaga de comienzos de siglo, Instituto de Cultura de la Diputación de Málaga, 1973, página 17.
4- MUÑOZ MARTÍN, Manuel: Los promotores de la economía malagueña del siglo XIX, Colegio de Economistas de Málaga y Fundación Unicaja, 2008, página 236.

5- HEREDIA GRUND, María Pía: Memorias de una nieta de don Manuel Agustín Heredia, Ayuntamiento de Málaga, 2011.