Por Rafael Vidal Delgado
NOTA PREVIA
El presente trabajo aparenta ser la biografía de Luis
Denis Zambrana, pero no es solo el único objetivo del autor, sino muy
especialmente, narrar una forma de vida en la Málaga de 1920 a finales de 1980.
En esta historia pueden reflejarse la vida de muchos malagueños.
SEMBLANZA
Es imposible desarrollar en unas breves líneas, todos los
negocios de las familias Denis y Zambrana, dentro de Málaga y su provincia, por
lo que el presente trabajo, lo es a modo de homenaje a Luis Denis y
posteriormente iré desarrollando de forma más pormenorizada, la gran cantidad
de negocios de esta saga de apellidos, abarcando los más dispares campos de la
economía malagueña: aserradero, imprenta, librería, cinematografía,
automóviles, etc., destacando tres sectores, el de la imprenta, librería y
principalmente cinematografía, llegando a disponer de varias salas de cines en
Málaga y provincia.
No he sido un estudioso de la historia del cine, aunque
algunos de mis yernos son amantes de las películas antiguas que atesoran con
tanto cariño como cuando en mi biblioteca aparece una primera edición de una
obra pasada, pero en mi persona queda una peculiaridad, la de ser sobrino y
yerno de Luis Denis Zambrana, dos apellidos malagueños unidos a la librería y a
los cines.
Terminados los estudios escolares, Luis Denis se prepara
concienzudamente en conocer las nuevas tecnologías que, en aquella Málaga de la
década de los años veinte del siglo pasado comienzan a desarrollarse: los
motores de explosión y el cine sonoro.
En la Málaga de la época las únicas escuelas en donde se
podían cursar estudios, tras las primeras enseñanzas eran la Normal de
magisterio, Comercio, esta última desde 1887,
cuando se crea la Escuela de Comercio de Málaga (Real Decreto de 11 de agosto
de 1887), convertida en Escuela de Altos Estudios Mercantiles en agosto de
1922, dependiendo de la universidad de Granada [1]
y la Escuela de Peritos, creada el 6 de octubre de 1925, al amparo del Real
Decreto de 4 de septiembre de 1850, aunque en la misma solo se impartían las
enseñanzas del nivel “Elemental”, cursándose el de “Ampliación” en Sevilla y el
“Superior”, exclusivamente en Madrid.
No sabemos si Luis Denis llegó a
estudiar en esa incipiente escuela de peritos, aunque no exista documentación
sobre ello y su esposa Silvia Delgado Sedano, indica que nunca llegaron a
hablar de este tema de los estudios, lo que es cierto y está demostrado es que
se convierte en un experto mecánico y conocedor de los motores de explosión, de
tal manera, que le oí contar, siendo jovencillo, que su primer negocio, con
menos de veinte años fue el de arreglar una motocicleta que había tenido un
accidente y que estaba destrozada, desmontarla pieza a pieza, haciendo o
recuperando las dañadas de forma manual y volver a montarla, vendiéndola por
500 pesetas de la época, una pequeña fortuna.
Por ello es de presumir que Luis Denis
cursara los estudios del peritaje elemental, similares a los posteriores de
“maestro industrial” y en la actualidad de formación profesional, en la rama de
mecánica.
Además, para corroborar, aunque no
documentalmente esta afirmación, debemos recordar que la primera escuela de
peritos se constituye en la calle de la Regente, es decir muy cerca de la
vivienda del joven Denis.
Los padres de Luis Denis eran José Denis Ambrosio y Trinidad Zambrana Quiguisola, el primero dedicado al negocio de compra y venta de vinos y la segunda de una familia empresarial, cuya madre Adela Quiguisola [2], figura entre los personajes malagueños, llamada “la matriarca de los hermanos Zambrana”, mujer emprendedora, disponiendo de una calle, con su nombre, en el barrio de la Trinidad.
Los padres de Luis Denis eran José Denis Ambrosio y Trinidad Zambrana Quiguisola, el primero dedicado al negocio de compra y venta de vinos y la segunda de una familia empresarial, cuya madre Adela Quiguisola [2], figura entre los personajes malagueños, llamada “la matriarca de los hermanos Zambrana”, mujer emprendedora, disponiendo de una calle, con su nombre, en el barrio de la Trinidad.
Poco se sabe del padre, su rastro se
pierde en Ceuta, donde fue enterrado, por lo que Trinidad Zambrana, la madre,
impulsó, al igual que lo hizo la suya, que sus cuatro hijos varones: José,
Juan, Luis, Agustín, se hicieran un hueco en la vida profesional malagueña,
consiguiendo que su hijo Luis Denis Zambrana, entrara a trabajar, a la edad de
14 años, en el cine Moderno, del que era dueño uno de sus hermanos, Rafael
Zambrana Quiguisola.
El hecho que Luis se ponga a trabajar a
tan temprana edad, no quiere decir que abandone los estudios técnicos, teniendo
en cuenta que el cine se proyecta por las tardes, por lo que tiene todas las
mañanas para hacerlo, por ello y con solo 18 años, se presenta a los exámenes teórico-práctico
de “Operador Cinematográfico”, realizado en el Gobierno Civil de la provincia,
obteniendo el título en 1929. En documentación oficial posterior disponible
sobre el personaje, junto con sus datos personales, en el apartado profesión,
figura el de “Operador cinematográfico”.
En su “carné” figura, que ha demostrado la necesaria
suficiencia en el manejo de una serie de aparatos cinematográficos, entre ellos
el Gaumond. Entre los papeles antiguos del Luis Denis se encuentra un folleto,
fechado en 1924, que fue uno de los que estudió para realizar el examen y en el
cual, se pueden encontrar recomendaciones, como las que a continuación se
recogen:
“Todo
operador concienzudo, que desea la buena conservación de las películas y
obtener una hermosa proyección sin contratiempos e interrupciones, debe antes
de cada sesión, dar a su aparato los cuidados que detallamos a continuación,
los cuales son desde luego, indispensables a toda máquina de alta precisión:
Limpiar
con un pincel el polvo y todo lo que pueda depositarse sobre las distintas
partes del aparato, limpiando particularmente, y si es preciso con un trapo, el
cilindro dentado que sirve para el arrastre intermitente de la película; este
cilindro, así como los dos tambores de bronce, deben siempre ser objeto de la
mayor limpieza y sin aceite”.
“Cuando
las películas proyectadas son nuevas, puede darse el caso de que se desprendan
trocitos de gelatina que se pegan fuertemente a las correderas de la ventanilla
del proyector. Estas aglomeraciones de caspa pueden fácilmente rayar la
película, por lo tanto es indispensable quitarlas cuidadosamente después de
proyectada la película, sea rascando con la uña, o bien con un pequeño raspador
de cobre, pero nunca de hierro o acero, pues con dichos metales se corre el
riegos de rayar las correderas”.
Aparte del anterior, nos imaginamos que Luis Denis
dispondría de algunos textos, existiendo en la década de 1920 un libro del
ingeniero W.W. Parker, conservándose un ejemplar en la filmoteca de Cataluña.
Hemos visto los conocimientos mecánicos de Luis Denis,
reconstruyendo una motocicleta, aunque sus habilidades se ampliaban a los
nuevos aparatos de radio, recogiéndose anuncios de libros relacionados con
estas nuevas técnicas.
De sus conocimientos sobre radio y telecomunicaciones,
tenemos el testimonio de una foto, databa pasada la década de 1940, en donde se
observa a un joven Luis Denis, junto con otros expertos en las nuevas
tecnologías, figurando entre ellos el padre de mi consuegra, José Gil, que dedicó
buena parte de su vida a esta profesión.
Retomando la trayectoria de Luis Denis, en el momento de
su estrenado título de “operador cinematográfico”, continúa en su trabajo en el
cine Moderno.
El
6 de octubre de 1927 se estrena la película “The Jazz Singer”, considerada la
primera película sonora, pero hasta 1930 no se introdujo totalmente el cine
sonoro en la provincia de Málaga.
Hasta ese año, Luis Denis siguió proyectando cine mudo.
En la década de 1950, cuando yo era “casi un hombrecito” con siete y ocho años,
Luis Denis, me llevaba en el coche en sus múltiples ocupaciones. La verdad es
que hacía una extraordinaria labor a pesar de mi corta edad. Luis aparcaba su
coche, un Topolino y luego un Ondine, donde podía de la ciudad de Málaga,
encargándome que permaneciera en el coche y que si llegaba un guardia le dijera
que regresaba en un momento ¿Qué haría Luis sin mí, en época de colegio? Parece
ser que las multas de tráfico se amontonaban en su buró.
En las mañanas de coche hablábamos de cine y me narraba
anécdotas del cine mudo, en el cine Moderno, con una orquestilla de tres o
cuatro músicos que se apretaban entre los espectadores y la pantalla, tocando a
discreción una melodía improvisada cada día, aunque fuera la misma película. No
había partitura y de esta forma si el protagonista caminaba, la música era
suave, no digamos cuando un casto beso se plasmaba en la pantalla; el cabalgar
del caballo enardecía la música y el público vibraba al son de ella y con las
escenas en blanco y negro [3].
Un accidente inesperado iba a cambiar drásticamente la
situación. El 11 de octubre de 1929 se quemó el cine, perdiéndose numerosas
cajas de películas y lo que fue más grave, la sala quedó destrozada, quedándose
en “paro” todos los que trabajaban en él.
La mente inquieta de los Zambrana hizo surgir en la suya
la idea de convertirse, junto con un primo suyo, en empresarios de cine, para
lo cual compraron una vieja cámara de proyección y se recorrían, con anuncios
previos de su llegada, los pueblos de la provincia, en un coche de un pariente
suyo, con la cámara en el asiento trasero.
Una vez, estando en Sevilla con él, me señaló el anuncio
del Studebaker que había en la calle Tetuán y me indicó que en un coche como
aquel recorrían los pueblos. A continuación, se refería a la marca del
vehículo, como magnífica, contándome que cuando fueron a recogerlo, se
encontraba en un garaje de un pariente, lleno de polvo y con la apariencia de
que hacía meses de que no se usaba. Le echaron un poco de gasolina y luego con
la manilla del motor, pusieron en marcha el coche, demostrando con ello su
bondad.
La llegada del cinematógrafo era un acontecimiento local. Se acondicionaba la plaza del pueblo y se vendían las entradas en una taquilla portátil. No había sillas, sino que cada asistente tenía que trasladar una de su casa. Se acotaba el espacio y los únicos que podían ver bien la película eran los que habían adquirido la entrada, aunque el resto del pueblo se contentaba viendo lo que podía.
La llegada del cinematógrafo era un acontecimiento local. Se acondicionaba la plaza del pueblo y se vendían las entradas en una taquilla portátil. No había sillas, sino que cada asistente tenía que trasladar una de su casa. Se acotaba el espacio y los únicos que podían ver bien la película eran los que habían adquirido la entrada, aunque el resto del pueblo se contentaba viendo lo que podía.
Al igual que en el cine Moderno, también había música en
las proyecciones que Luis Denis llevaba a los pueblos. En ocasiones, contrataba
un pianista, transportando el piano en una furgoneta (habría que ver el
desafino) y otras veces lo hacía con alguien del pueblo que tenía uno. Como se
ha comentado anteriormente, las músicas de las películas no tenían partitura,
sino que el pianista tocaba al son de las imágenes que veía.
Para Luis Denis, a finales de la década de 1920 y la
siguiente, solo había dos cines dignos de serlo: el Pascualini y el Moderno.
Llega el cine sonoro y Luis Denis puede ser considerado
como uno de sus pioneros, no en la capital, que ya se acondicionaban algunos,
sino en los pueblos.
Inauguró el cine sonoro en los municipios de
Torremolinos, Fuengirola, Mijas, Marbella, Estepona, Casares, San pedro de
Alcántara, Alhaurín el Grande, Tolox, Monda, Pizarra, Alora, Campillos, Teba,
Colmenar, Alfarnate, Torre del Mar, Nerja, Torrox, Cómpeta, La Roda de
Andalucía (Sevilla) y Alhama de Granada. Era un cine itinerante y Luis Denis en
una camioneta, con una máquina, acompañado de un ayudante, iba de un pueblo a
otro, principalmente los fines de semana. Las películas se proyectaban en un
local cerrado o abierto, cuando llegaba el buen tiempo y la gente acudía al
cine con su silla. En los días de cine la guardia civil o la policía local, en
los pueblos que había, mantenían el orden, impidiendo que nadie cruzase la
línea que marcaba que había que abonar entrada y colocarse en un buen lugar, o
ver de lejos la pantalla. La realidad era que la llegada del cine a los pueblos
era todo un acontecimiento y las fuerzas vivas de la localidad se acercaban al
peliculero como si fuera un extraterrestre. Luis Denis les comentaba pormenores
de la máquina y de la película.
Del cine en Málaga se ha escrito mucho, siendo Mari Pepa
Lara, la gran archivera municipal durante muchos años, la que ha más ha sacado
a la luz su vida, pero en esta historia aún quedan escritos o, mejor dicho,
“palabras” inéditas, como son las pronunciadas por Luis Denis con motivo de un
ciclo de conferencias o similar sobre la llegada del cine sonoro a Málaga.
En el texto leído por Luis Denis no figura la fecha,
siendo, al parecer, parte de un ciclo de conferencias, indicando que de la “llegada del cine sonoro a la capital, no
puedo decir nada que no haya dicho el día 16 nuestra archivera municipal, en su
gran conferencia, la señorita Mari Pepa Lara, que estuvo muy documentada y
amena, por lo que la vuelvo a felicitar, ya que la tenemos entre nosotros”.
Seguramente correría la década de los ochenta del siglo pasado.
Luis Denis expuso el tema: “La llegada del cine sonoro a
los cines de barrio”, expresando que hubo muchas dificultades, “porque vinieron por el sistema de discos, y
para ello tenía que estar sincronizado el sonido con la imagen, pero algunas
veces saltaba un surco la aguja en el disco y ya iba el sonido por un lado y la
imagen por otro, para remediar este lío en lo posible, se le daban tirones al
disco, o se paraba levantando el disco del plato de arrastre y se ponía
nuevamente donde aproximadamente se creía que podía estar la imagen”.
Otro episodio de ese cine ancestral era el de los rollos
de películas que llegaban a esos cines, tras haber sido emitidas cientos de
veces en otras salas de mayor enjundia. Las cintas se rompían y las
“distribuidoras” y en ocasiones el propio “operador”, en este caso Luis Denis,
unían los trozos con cola negra, con lo cual la pantalla se quedaba en negro
oyéndose el sonido y por supuesto el griterío del público asistente.
¿Los tiempos pasados fueron mejores? Quédese la
interrogación, pero desde luego lo que está pasando a la historia son los
cines, teatros, revistas y otros espectáculos públicos. Para ir a ellos se
ponían los caballeros chaqueta y corbata y las damas sus mejores trajes; en
ellos se saludaban unos y otros y en los entreactos se hacía vida social y se
intercambiaban rumores y noticias; en ellos los novios podían dar un beso
candoroso a su novia y las parejitas se cogían de la mano como si aquello fuera
el paraíso. Todos tienen historias que contar de algo que le pasó en una de
esas salas, historias que las generaciones futuras se van perdiendo, como es el
cine “Pascualini”, que solo es un recuerdo del pasado.
La década de los treinta, al menos hasta 1936, inicio de
la guerra civil española, el cinematógrafo era tal como se ha narrado y la vida
de Luis Denis, como miles de jóvenes, se ve arrastrado a la vorágine de la
contienda y en 1937, es llamado a filas y dados sus conocimientos de los
motores de explosión y de la conducción de vehículos, es destinado a una
compañía de automovilismo.
En donde puede observarse que poseía el permiso de
conducir de primera clase, que le fue canjeado para poder conducir vehículos
militares, siendo ascendido a cabo, figurando, además, una orden de servicio,
ordenándosele transportar un grupo de artillería del 10,5 mm (actualmente 105),
presentándose en “Cabeza de Buey” al comandante de Artillería.
De estas órdenes militares me contaba escenas, no
dramáticas, sino pintorescas, como aquellas órdenes, como la anterior, en donde
solo decía el lugar, sin conocer la situación y él, que iba en primer camión,
preguntaba a todos los que se encontraban por el camino qué dónde estaba el
lugar “Cabeza de Buey”.
En una ocasión, con dos o tres camiones, lo adscribieron
a una brigada de caballería, al cuartel general. En aquellos años la caballería
seguía yendo a caballo y en una ocasión la orden fue que estuviera a una hora
determinada con sus camiones, el cerro “tal”, que iba a ser conquistado al
enemigo. La misma orden le dieron al “chófer” del general, que era un taxista movilizado.
A la hora en punto, estaba el cabo Denis con sus camiones
y al poco llegó el cuartel general a caballo, montando las tiendas y todos los
mapas, para planear las operaciones del día siguiente. El ayudante del general
le preguntó que dónde estaba el coche del general, que tenía que trasladarse al
cuartel general superior para una reunión. El general tuvo que trasladarse en
la cabina de uno de los camiones. Al día siguiente apareció el conductor del
general y el vehículo.
En 1939 la guerra tocaba a su fin y comenzaron las
desmovilizaciones, principalmente en el ejército del Sur, al que pertenecía,
siendo licenciado en el mes de febrero, reincorporándose a su antiguo trabajo
en el cine Moderno, como “jefe de cabina”, dando fe de ello, el contrato firmado
con su tío Rafael Zambrana.
La década de 1940 fue muy dura en España, por un lado, la Segunda Guerra Mundial y por otro el aislamiento sufrido a raíz de la victoria aliada sobre Alemania, pero a pesar del racionamiento y el hambre, todavía le quedaba algo de dinero a los españoles para gastarlo en el cine.
La década de 1940 fue muy dura en España, por un lado, la Segunda Guerra Mundial y por otro el aislamiento sufrido a raíz de la victoria aliada sobre Alemania, pero a pesar del racionamiento y el hambre, todavía le quedaba algo de dinero a los españoles para gastarlo en el cine.
Sin dejar el trabajo en el cine Moderno, Luis Denis
alquila un local en la cercana barriada de Churriana, en el actual salón
“Variedades”, llamado igual en aquellos años. Instala una sala para invierno y
un espacio para cine de verano.
Este cine dejó de tener actividad a finales de la década
de 1960, debido a que el entonces ministro de “Información y Turismo”, Manuel
Fraga Iribarne, sacó una normativa sobre las salas cinematográficas, con la
obligación de disponer de unos medios mínimos de comodidad y de seguridad para las
personas. Además, la llegada de la televisión a muchos hogares y lugares de
reunión, redujeron el número de espectadores.
Las obras que había que acometer en el cine, eran
demasiadas y muy costosas. Luis Denis tenía en aquellas fechas más de 55 años y
tenía otros negocios, por lo que decidió cerrar el cine, quedando, desde esa
fecha, el edificio, sin ninguna actividad.
Siendo pequeño, en este caso con 12 o 13 años, por las
mañanas me iba con él a Churriana. La carretera era estrecha, serpenteando
plantaciones de caña de azúcar. En algunas ocasiones, paraba el coche, me daba
una navaja, para que cortara un tronco de caña de azúcar, manjar para los niños
de la época [4].
Fue una época en que tuvo que remodelar la sala de invierno, porque le habían
denunciado que las condiciones acústicas no eran muy buenas. Cambió todas las
butacas y para el techo lo cubrió con telas que colgaban combadas del
artesonado.
En el buró de Luis Denis había permanentemente un libro
muy grande, dedicándose parte de cada hoja a una película. Me sorprendía que
había películas contratadas y que se iban a proyectar en el cine de barrio al
cabo de dos o tres años y que en aquellos momentos estaban de estreno en las
salas de este nombre en el centro de la ciudad.
Luis Denis tenía muchas conversaciones por teléfono al
día. Era complicada la contratación de películas y para ello había que estar en
permanente contacto con las distribuidoras, algunas de ellas con representantes
en Málaga y otras en Madrid o Barcelona. Las conferencias de aquellos años
cincuenta no eran como ahora, que se marca el número y sale el usuario en la
otra terminal, sino que se hacía a través de operadora, indicándote ésta que
tenía tanto tiempo de demora. Luis Denis no podía permanecer tanto tiempo al
teléfono y constantemente se peleaba con la operadora y oíamos “señorita hace
media hora que me dijo que me iba a poner con tal o cual número”.
Luego estaba la confección de las entradas, eran por
película y por sesión. Tenía que llevarse previamente a que las sellaran a un
organismo oficial y también a menores. El problema era que las entradas
selladas eran las únicas que se podían vender, y se pagaba un impuesto por cada
una de ellas, con lo cual el empresario tenía que ser cauto a la hora de
evaluar la afluencia de público a la sala.
El intercambio de películas era toda una odisea, porque
en aquel famoso libro de Luis Denis, venía la trazabilidad de la película, es decir
las veces que había sido proyectada, las proyecciones anteriores, desde qué
ciudad tenía que llegar la película y en los rollos que contenía. Demasiadas
vicisitudes para una España desestructurada, con un tráfico comercial a base
del ferrocarril, sujeto a múltiples retrasos, incluso de días.
Para aquellos momentos los peliculeros malagueños tenían
en reserva una serie de películas, siempre las mismas. Me acuerdo que Luis
Denis, cada vez que le fallaba una, ponía “Esa voz es una mina” de Antonio
Molina y, curiosamente, el cine se le abarrotaba, proyectándose dos o tres
veces cada año.
Cuando el cine Moderno se cerró, en 1968, Luis Denis pasó
de jefe de cabina al cine Avenida y posteriormente al Albéniz, siendo
propietario Braulio Murciano, retirándose de esta actividad al cumplir los 65
años.
Hasta la década de los noventa, la reproducción
cinematográfica seguía siendo analógica, necesitándose una máquina reproductora
y una película enrollada en una bobina. Luis Denis se convierte a partir de la
década de 1950 en el más antiguo y prestigioso “operador de cine”, por lo que
participa en todos los tribunales, convocados por los ministerios de Industria,
primero e Información y Turismo después, para otorgar dicho título a los
jóvenes y mayores que querían dedicarse a esta profesión.
La jornada laboral en un cine comenzaba a las cinco de la
tarde y había tres funciones, la primera a dicha hora, la segunda a las siete y
la tercera a las nueve, pero en algunos casos se llegaba a promover una nueva
sesión, que comenzaba a las 11 de la noche y terminaba a la una de la mañana,
siendo a esa hora, la que muchas noches llegaba a su casa.
Los sueldos en la España de la posguerra eran escuálidos
y si se quería vivir mejor, había que recurrir a disponer de varios trabajos.
Mis primeros recuerdos sobre mi padre, los tuve con pocos
años, siendo capitán y comandante. Cada día, temprano, se iba al cuartel, comía
en casa y a las tres o las cuatro de la tarde, salía hacia un trabajo
adicional, empleándose la mayoría de los militares de carrera en dar clases de
matemática, física y química en colegios privados. Mi padre inauguró unos
cursos de formación profesional obrera, cursos intensivos, creados por el
ministerio de Trabajo del Gobierno de Franco, para elevar el nivel tecnológico
de la clase obrera, siendo muy relevantes estos cursos en la década de 1960.
Luis Denis tenía toda la mañana libre, por lo que decide
que, durante dicho intervalo de tiempo, podía tener otro empleo.
Pero su pensamiento no es el ser asalariado, sino empresario
y, al igual que sus primos Zambrana, monta una imprenta con otros dos socios.
El negocio funcionaba, pero no estaba a gusto, porque sus socios no se
esmeraban en el trabajo, decidiendo romper con ellos y establecerse, como se
dice hoy en día como “freelance”.
Se lleva con él a unos buenos clientes, entre ellos
“Fertiplan” y “Domínguez Toledo”, posteriormente “Domínguez de Gor”.
Fertiplan era una empresa exitosa, de nutrientes para
plantas y aún sigue existiendo, aunque la competencia le ha restado “posicionamiento”
[5] en
el mercado.
Diariamente se vendía miles y miles de cajitas de
fertilizantes y dentro de ellas había una hojita, de papel de “biblia” en donde
figuraba sus características y modo de empleo, pues bien, Luis Denis era el que
proporcionaba esos prospectos de imprenta, para ser introducidos en las cajas.
Tras realizar trabajos con varias imprentas, conoce a
Juan, propietario de la imprenta Hermes, persona seria y trabajadora y que
además tenía un maestro de “cajistas”, un tal Antonio que, a velocidad de
vértigo iba confeccionando las distintas líneas de la plancha que debería
imprimir la página. El trabajo de “cajista” no era nada fácil, porque cada
línea debía tener el mismo número de caracteres y rellenar con una pieza en
blanco la separación de las palabras.
La mesa de trabajo de Antonio era muy similar a la de la
figura, pero destacaba en un lateral, tres o cuatro diccionarios: de la RAE, de
sinónimo y antónimos, Casares, etc., porque decía que un buen cajista no podía
permitirse faltas de ortografía.
La imprenta Hermes, regentada por un hijo y me imagino
que por algún nieto de Juan, se encuentra en el mismo lugar.
Pero el espíritu inquieto y emprendedor de Luis Denis, no
se quedaba en sus actividades laborales en los cines Avenida y posteriormente
en el Albéniz, ni siquiera en sus negocios de imprenta, sino que su multiempleo
se extendió a otros sectores.
Antes lo hemos expuesto: los sueldos eran escasos, en las
casas solo trabajaba el varón, por lo que tenía la responsabilidad de trabajar
doce o catorce horas para “llevar o traer” dinero a la familia.
Se hizo “agente comercial”, anteriormente se llamaba
“representante de una o varias marcas”, pero parece ser que en la década de los
setenta se creó el colegio oficial de agentes comerciales o al menos algún tipo
de colegialidad. Se constituyó una mutua y parte de los ingresos iban a
engrosar sus arcas, para que en la edad de jubilación quedara algo para los
mutualistas.
Recuerdo varios productos, ni mucho menos similares, sino
de lo más dispar. Comenzó a “representar” al “papel Albal”, pero no estuvo
mucho tiempo con dicha marca. Él se movía en el mundo de la papelería y de la
imprenta, por lo que intentaba introducir el producto en esos negocios, lo
cual, estaba claro, que no era el lugar adecuado. Me contaba que a los mejor le
pedían entre varias papelerías buenas de Málaga, diez o doce rollos.
No tuvo visión del negocio, en aquel momento falló,
porque había que venderlo en los mercados de abasto, en los supermercados y en
las primeras cadenas de distribución que llegaron a España, como por ejemplo
“Spar”, y no en donde lo intentó hacer.
No se amilanó por este fracaso y se ofreció a representar
“Mabogastrol”, que fue un verdadero éxito.
Las comidas copiosas, con mucha grasa y con muchas
especies de la década de los setenta, solamente tenía remedio en el bicarbonato
y en cualquier bar o restaurante era normal, que un cliente pidiera el bote de
bicarbonato y, con una cuchara y un vaso de agua, apagaba el ardor de su
estómago.
Un episodio trágico ocurrió con este motivo, fue en
Sevilla, en la cafetería “Coliseo”, por estar anexa al teatro-cine del mismo
nombre. Un cliente se encontraba con su mujer, luego se descubrió que era
capitán de Regulares, pidió bicarbonato, pero por trágica coincidencia, había
comprado el dueño del establecimiento “matarratas” y utilizó un bote de
bicarbonato que estaba vacío para almacenarlo. El camarero de turno entregó el
bote al cliente y a los pocos minutos y tras desvanecerse moría en medio del
estupor general. El revuelo fue enorme y con trascendencia en los medios de
comunicación de aquellos años (en este caso década de los sesenta).
El Mabogastrol venía a remediar los males estomacales y
además tenía, no solo restauración del equilibrio ácido del estómago, sino que
también propiedades terapéuticas, por lo que su venta, y por tanto su compra,
se hizo masivo. Lo probé en alguna ocasión y sabía a anís, también el
farmacéutico expendedor, aclaraba al cliente que no se asustara si las heces
siguientes salían negras, que eran efecto del medicamento. Luis Denis también
advertía de este detalle.
El medicamento “vaca” duró los años en que estaba
posicionado en el mercado, como por ejemplo un antibiótico que tuvo mucha
resonancia: “Clamoxil”, no había otro o al menos no con sus características y
se recetaba muchísimo, hasta que los competidores buscaron otros mejores. Eso
le ocurrió al Mabogastrol.
Al cumplir los 65 años se jubiló de su profesión
principal, la de jefe de cabina, corría el principio de la década de 1980. El
“Mabogastrol”, que tantos ingresos le dio, buscaba gente más joven que viajara
por los pueblos y vendiera el producto, por lo que Luis Denis se encontró por
primera vez sin saber qué hacer. Aparte, por supuesto, de llevar y traer nietos
y de hacer el curso de “ibm”, es decir, hacer recados para la casa.
Un antiguo amigo, bastante más joven que él, Adolfo
Ledesma Tirado, tenía la representación en Málaga de General Ibérica de
Extintores, S.A., marca más conocida por Zenith, ayudándole Luis en la venta de
los mismos, recorriéndose todas las empresas con las que había tenido contacto
a lo largo de su vida en activo, ni que decir tiene, que los extintores que
teníamos en el coche y la cocina de las casas de su familia, eran de dicha marca.
Fueron sus últimos negocios. Entra la década de 1990 y
Luis Denis ya cruza la frontera de los ochenta años, dedicando su mañana a
visitar con el coche a sus familiares “Denis” y “Zambrana”, siendo el
comunicador de todo lo que ocurre en la familia. Poco a poco estas “cochás”,
como decíamos los suyos, se fueron espaciando, los años son inapelables,
matando sus mañanas paseando a su perrito “Urco”, al que daba todos sus
caprichos.
Luis Denis falleció a los 94 años de edad, siendo un buen
representante de su generación en la ciudad de Málaga.
[1] Facultad de
Comercio de la UMA. Historia de la
Facultad de Comercio. Consultada el 15.09.2019. https://www.uma.es/facultadcomercio/info/13109/historia-facultad-comercio/
[3] HISTORIA DEL CINE EN
MÁLAGA (1809-2008) Ayuntamiento de Málaga. Esta historia, narrada por Mari Pepa
Lara, se recoge que el pianista era Julio Zambrana, mientras que el jefe de cabina
era Rafael Zambrana y su ayudante Luis Denis Zambrana. Pág. 34.
[4] Por las calles de las ciudades y pueblos, se vendía
trozos de tronco de caña de azúcar. Su precio un “perra gorda” (10 céntimos de
peseta) y los niños lo masticábamos, extrayendo con nuestros dientes el dulzor
del azúcar, tirándolo cuando ya estaba convertido en una especie de estopa, después
de tanto masticar y chupar.
[5] En Marketing se llama posicionamiento
de marca al
lugar que ocupa la marca en la mente de los consumidores respecto el resto de
sus competidores. El posicionamiento otorga a la empresa una
imagen propia en la mente del consumidor, que le hará diferenciarse del resto
de su competencia. Esta imagen propia, se construye mediante la comunicación
activa de unos atributos, beneficios o valores distintivos, a nuestra audiencia
objetivo, previamente seleccionados en base a la estrategia empresarial.