11/2/20

12 cameranos que dejaron huella (4 de 12): Manuel Agustín Heredia Martínez


Por Fernando Alonso González

Todo malagueño ilustrado debería conocer la vida de los dos cameranos más notables que arribaron a Málaga: Manuel Agustín Heredia y Martín Larios Herreros. De todas las semblanzas biográficas que se han escrito de ambos, quizá la más sugerente, aunque sucinta e impresionista, fue la que publicó Manuel Blasco1. Suyas son las anécdotas de las partidas de jabón y del tesoro encontrado en la finca de San José que relataremos a continuación, si el lector tiene paciencia y sigue leyendo.

Hablar de Heredia es hablar del comerciante e industrial más grande que ha habido en Málaga. Julián Sesmero afirmaba que “estamos ante la más gigantesca figura empresarial y comercial que haya dado nunca Málaga (…) Fue llegar y triunfar (…). Él venció a todo y a todos”2. Manuel Agustín Heredia Martínez nació en el pequeño pueblo riojano de Rabanera de Cameros el 4 de mayo de 1786 a las cuatro de la mañana, según reza su partida de bautismo, casualmente a la misma hora que vino al mundo Martín Larios. Su padre descendía de una modesta familia de hidalgos. Se llamaba Manuel Heredia Fernández y contrajo dos matrimonios: del primero, con Antonia Valvanera Martínez, nacieron Manuel Agustín y Josefa; y del segundo, tenido con Antonia Escolar, vinieron al mundo otros tres hijos, Francisco, Perpetua y Martín.

Al fallecer su madre, Manuel Agustín emigró al sur para trabajar en una tienda de ultramarinos de Vélez-Málaga. Corría el año 1801 y el joven Heredia era un adolescente de quince años en el que ya destacaban las que iban a ser sus dos principales cualidades: la inteligencia y la gran capacidad de trabajo. Cuentan que el negocio, regentado por un matrimonio de avanzada edad, estaba en decadencia y que, gracias al tesón y a la iniciativa del joven, el comercio prosperó. Lógicamente, los dueños quisieron agarrar con garfios de hierro a tan señalada adquisición, pero el inquieto Manuel Agustín deseaba volar e iniciar nuevas aventuras comerciales. Según el profesor García Montoro, Heredia permaneció en Vélez unos dos años, hasta que con el dinero ahorrado se marchó a Málaga.

No tuvieron que ser fáciles sus comienzos porque Málaga estaba siendo asolada por una epidemia de fiebre amarilla, también llamada del vómito negro, que redujo su población en un tercio. Fue la más feroz en la historia contemporánea malacitana. Se calcula que entre 1803 y 1804 fallecieron en Málaga a causa de esta epidemia 11.464 personas (y según otras fuentes 18.348), por lo que la población malagueña se redujo casi en un tercio, de 51.745 a 33.397 habitantes. Esta es la Málaga a la que llegó Manuel Agustín Heredia.

El 1 de mayo de 1808 formó una sociedad con otros dos socios, Ramón de Córdoba y Manuel María Fernández, este último al parecer paisano suyo. Heredia fundó un establecimiento con el nombre de Heredia y Cía en Gibraltar, mientras que Manuel María hizo lo propio en Málaga con otro al que llamó Fernández y Cía. Entre ambos se dedicaron a la importación de productos ingleses y a la exportación de frutos secos y vino. Según algunos, Heredia compró dos mulos y se dedicó al comercio entre Gibraltar y Málaga, pero suponemos que este episodio corresponde más bien a los orígenes legendarios de su fortuna. Lo más probable es que se dedicara al contrabando entre la colonia inglesa y Málaga, burlando el bloqueo francés. El historiador Manuel Muñoz habla claramente de contrabando y venta de armas y nosotros creemos que está en lo cierto. Eran los años de la Guerra de la Independencia y las armas son casi un producto de primera necesidad.

Tan buenos servicios prestó a los españoles, que el general Ballesteros le concedió en 1810 la explotación de las minas de grafito de Ojén. Según el propio Heredia este fue el origen de su colosal fortuna. Evidentemente, este no podía contar que su patrimonio había comenzado vendiendo armas, algo que nosotros sospechamos y muchos historiadores no se atreven a afirmar. Si no a qué viene el regalo del general Ballesteros “por los servicios prestados”, que seguro que no fueron la venta de almendras y vino. Lo que está claro es que la fortuna de Manuel Agustín Heredia hunde sus raíces en la Guerra de la Independencia contra el francés. Ya saben, a río revuelto, ganancia de pescadores.

Su nieta cuenta cómo, en estos años de la Guerra de la Independencia, Manuel Agustín Heredia iba a caballo hasta Vélez Málaga y allí, gracias a los contactos que tendría de su etapa anterior de comerciante, compraba baratísimos muchos productos de la tierra (almendras, aceite, pasas, etc.) que se habían quedado sin vender porque, debido a la guerra, el comercio estaba muerto, y luego les daba salida consiguiendo un gran margen de beneficio.

En 1812 ya importaba tabaco para el Estado desde América. Heredia había conseguido en menos de diez años amasar una fortuna considerable, gracias a la cual pudo entroncar con la oligarquía local. En efecto, el 12 de abril de 1813 se casó en la iglesia de Santiago con Isabel Livermore Salas (1794-1849), hija de un próspero comerciante inglés, aunque de origen irlandés. Y Heredia fue tan prolífico en el matrimonio como en los negocios porque tuvo 12 hijos, de los que siete llegaron a adultos: Isabel, Manuel, Tomás, Amalia, Enrique, Ricardo y María. Sus hijos varones fueron enviados a estudiar a Inglaterra y a París. Los que fallecían fueron enterrados en una cripta de la iglesia de San Agustín, donde también fueron sepultados otros muchos cameranos en las primeras décadas del siglo XIX.

En 1816 tuvo comienzo su imperio industrial, al abrir una fábrica de azúcar. Ese mismo año Manuel Agustín Heredia compró unos terrenos que ocupaban gran parte de lo que hoy es la Alameda de Colón y allí instaló su primera fábrica de jabón que, más tarde, trasladaría a las playas de San Andrés. Sus barcos llegaban desde América y desde Asia cargados de muchos productos de los que aquí se carecía y los vendía al precio que le parecía: todo era ganancia.

En 1825 Heredia era ya el hombre más rico de Málaga. Pero esto no había hecho más que empezar, porque todavía tenía que aportar mucho más a la economía malagueña. Como afirma Manuel Muñoz, “no había negocio lícito o ilícito en el que no haya invertido Heredia su sagaz inteligencia”. Según su nieta, Manuel Agustín Heredia solía decir que lo que costaba trabajo era hacer los primeros veinte mil duros y que luego, siendo uno prudente y trabajador, todo se hacía más fácil.

Quizá la consolidación y verdadero florecimiento de la fortuna de este emprendedor camerano se deba a sus pioneras instalaciones industriales para la fabricación de hierro. En 1826 comenzó a explotar un rico yacimiento de hierro descubierto en las orillas del río Verde en Marbella. Los primeros altos hornos se llamaron El Ángel y en 1830 empezaron a funcionar los de La Concepción, cuyas ruinas aún se conservan hoy. Estuvieron en funcionamiento hasta 1884. Pero los inicios no fueron tan fáciles. La empresa estuvo a punto de naufragar por los malos resultados obtenidos al comienzo, pero Heredia no se arredró y buscó al mejor experto en fundición de España, Francisco Antonio Elorza: gracias a la ayuda de este militar su industria alcanzó resultados notables. Para conseguir el combustible con el que el que fundir el mineral de hierro, hubo que talar muchos árboles. Se cortaron tantos que provocó la desforestación de Marbella, Ojén y Benahavís. Nada detenía a Heredia en su carrera.

En 1833 Manuel Agustín Heredia inauguró en las playas de San Andrés su fábrica La Constancia, de nombre bien significativo. El mineral de hierro se fundía en Marbella y se trasladaba a Málaga, donde se afinaba y se forjaba. La Constancia estuvo en funcionamiento hasta 1891. Heredia se convirtió en el primer fabricante de hierro de España. Su hierro era, además, de una extraordinaria calidad, forjado a conciencia. Algunas rejas y barandillas aún se pueden ver en la finca de La Concepción, y después de 150 años, están como el primer día.

En 1837 Heredia adquirió la fundición de plomo San Andrés, en Adra. De esta manera, Manuel Agustín consiguió ser en 1840 el mayor empresario de España. Manuel Blasco cuenta una divertida anécdota que explica cómo era el talento empresarial y comercial de Manuel Agustín Heredia. En cierta ocasión había enviado un cargamento de pastillas de jabón a Cuba, entonces provincia española. Le escribió su representante, muy apurado, porque no se vendía ni una pastilla. Heredia contestó: regale todo el jabón, que mando otro cargamento. Sabía crear la necesidad allí donde no la había, algo que conocen hoy muy bien las modernas multinacionales.

No abrumaré al lector con el detalle de otras empresas que fue acometiendo Heredia. Sí le diré que dio trabajo a unos 2.500 trabajadores, sumando todas sus industrias. Si tenemos en cuenta que en 1845 la población malagueña ascendía a unos 70.000 habitantes, la cifra no es baladí. Se cuenta que dio su apellido a muchos gitanos (algunos autores hablan de hasta 500) que trabajaban en sus fábricas, algunos de los cuales tenían que viajar a Inglaterra para aprender el proceso de laminación y carecían de documentación. Pudiera ser verdad. Pero también lo es que existen registros de gitanos apellidados Heredia desde el siglo XVI. También es leyenda su flota de barcos, cuyo radio de acción abarcaba toda Europa y parte del continente americano. He leído en algunos estudios que llegó a tener 400 barcos, cifra a todas luces exagerada, ya que en su testamento solo cita 18, que no son pocos. Lo que sí podemos afirmar es que Heredia fue el hombre más rico de su época. Así lo aseguran los historiadores malagueños Antonio Parejo, Antonio Nadal y Cristóbal García Montoro.

Su gran afición fue la cría de caballos de carreras. Tenía una gran admiración por Inglaterra, país al que consideraba modélico y ejemplar. De hecho, envió a su hermanastro Martín a Inglaterra para que aprendiera comercio e inglés. Compró varias fincas rústicas. Entre las más conocidas destacaremos el lagar de San José, que adquirió en 1831 en Casabermeja, en el lugar de Chapera, y que no debe confundirse, como históricamente se ha hecho, con la otra finca San José que estaba al final de Ciudad Jardín. Entre las fincas urbanas citaremos la compra en 1834 del edificio de la antigua cárcel en la plaza de la Constitución, donde edificó el moderno pasaje que lleva su apellido. También levantó cinco casas en la Alameda.

Sus dos últimas empresas fueron la Industria Malagueña y La Química. La primera suponía la incursión de Heredia en la industria textil. Ya sabemos que la primera norma para un empresario consiste en diversificar sus inversiones o, como se dice coloquialmente, no poner todos los huevos en la misma cesta. El 10 de julio de 1846 (no sospechaba Heredia que fallecería al mes siguiente), creó asociado con Martín Larios la Industria Malagueña, que se levantó junto a los terrenos de su fábrica La Constancia. Empezó a funcionar al año siguiente y dio trabajo inicialmente a 1.400 trabajadores. Cuando murió, Heredia estaba proyectando una fábrica de productos químicos, La Química, para fabricar ácido sulfúrico, velas esteáricas y sosas. Su chimenea tendría 300 pies de altura, es decir, 91 metros, tantos como los de la torre de la Catedral.

Manuel Agustín Heredia falleció de apoplejía un 14 de agosto de 1846, a los 60 años, unos meses después de que Isabel II le nombrase senador. En su testamento dejó la fabulosa cifra de 60 millones de reales, 4 fincas rústicas y 27 urbanas, una empresa siderúrgica, otra de fundición de plomo, tres fábricas de jabón, una de productos químicos y una flota de 18 barcos. Sus almacenes estaban llenos de todo tipo de mercancías. Tenía, también, intereses en sociedades industriales, mineras, de seguros, de transporte marítimo y de banca (de hecho, fue uno de los fundadores del Banco de Isabel II). Tras su fallecimiento, el madrileño Semanario de la Industria lo consideró el primer capitalista español. Ramón de la Sagra, que lo conoció personalmente en un viaje empresarial a Andalucía en 1845, afirmó que se daba en él “una rara asociación de talentos”, porque supo combinar como nadie la industria y el comercio. De la Sagra vio a un Heredia que se multiplicaba recorriendo sus talleres y dando órdenes a unos y a otros.

Su última y suntuosa morada fue el panteón que se construyó en el cementerio de San Miguel. La estatua que estaba en el patio de su fábrica La Constancia es la que hoy preside la avenida que hoy lleva su nombre en Málaga. Su fallecimiento dejó un profundo vacío en sus familiares. Por ejemplo, su hijo Tomás se negaba a veranear en el mes de agosto, por ser este el del aniversario de la muerte de su padre, y viajaba con su familia a tomar las aguas a Frisinga (Baviera) en julio o en septiembre, aunque en este último mes hiciera frío o lloviera.

Los descendientes de Manuel Agustín Heredia vivieron fastuosamente con lujo y derroche, emparentando con aristócratas y financieros. El encargado de sucederle fue su hijo mayor, Manuel Heredia Livermore. Casado con Trinidad Grund, tenía un carácter depresivo. Se suicidó con 35 años en 1852, pegándose un tiro durante una cacería en Motril.

Se hizo cargo entonces de los negocios familiares su hermano Tomás Heredia Livermore (1819-1893), que estaba casado con Julia Grund, hija del cónsul de Prusia en Sevilla. Este fue el que compró la finca San José de Ciudad Jardín en 1864, por lo que tuvo dos fincas San José, la suya y la que había heredado de su padre. La razón de la compra fue que su hermana Amalia y Jorge Loring habían adquirido unos años antes, en 1857, la finca la Concepción, que estaba separada de San José por el callejón de Nadales. San José brilló como pocas por su estupenda colección de antigüedades romanas que poblaban su frondoso jardín, adornado y embellecido con plantas y árboles que los Heredia trajeron en sus cargueros desde todas las partes del mundo. En la finca eran famosos su enorme invernadero, el lago con sus grutas y cascadas, y el albercón. En San José estuvo la primera pista de tenis que se hizo en Málaga a finales del siglo XIX. Por la mansión pasaron Cánovas y los grandes políticos de la época.

Tanta vida de lujo y capricho empezó a anunciar su ruina a finales de la segunda generación, tan rápida como lo fue su enriquecimiento. Así lo cuenta Manuel Blasco que tuvo la oportunidad de visitar San José cuando fue vendida en 1920. Lo hizo en compañía de José Prados, padre de Emilio Prados, que tenía una importante tienda de muebles en la calle Larios y estaba amueblando el futuro sanatorio. Cuando entraron en el sótano “nos sorprendió encontrarnos con infinidad de embalajes que ni compradores ni vendedores habían tenido en cuenta. Cuando se abrieron se comprobó que era el último pedido de los Heredia a la casa Maple, verdaderas maravillas de muebles ingleses de la mayor elegancia y lujo, superior su precio al pagado por la finca. Fue tal la rapidez del desastre que ni sabían de su existencia ni tiempo tuvieron de desembalar”.3

La aparición de este tesoro no es una leyenda. También lo vio alguien tan riguroso y serio en sus trabajos como es el historiador Manuel Muñoz, que tuvo “la oportunidad de comprobar la inmensa cantidad de bultos existentes desde hacía muchos años en los sótanos de la Hacienda de San José, aún sin desembalar, que contenían un mobiliario completo para de nuevo amueblar dicha mansión en su totalidad, mandado hacer expresamente en Londres”.4 Para Muñoz la causa de la ruina de los Heredia es triple: la filoxera, la crisis industrial y la vida de lujo y derroche que llevaba la familia.

María Pía Heredia Grund, hija de Tomás y de Julia y nieta de Manuel Agustín Heredia, escribió a los 87 años unas memorias5 muy interesantes porque dan a conocer aspectos íntimos y poco conocidos del clan Heredia, algunos de los cuales hemos referido en el presente capítulo. Las editó hace unos años el Ayuntamiento de Málaga, cuando el Ayuntamiento aún editaba libros. 

Queremos terminar este apartado con una historia aparecida en la prensa local (Málaga Hoy, 26 de noviembre de 2017). Un descendiente de Manuel Agustín Heredia, que sigue estando orgulloso de su ascendencia camerana después de siete generaciones, ha decidido cambiar en el Registro Civil el orden de sus apellidos y pasar a llamarse Manuel Agustín Heredia Gutiérrez, en memoria del tatarabuelo de su abuelo. Como dice mi amigo Víctor Heredia, de los Heredia nos queda la sangre pero no la fortuna.

Notas


1- BLASCO, Manuel: La Málaga de comienzos de siglo, Instituto de Cultura de la Diputación de Málaga, 1973.
2- SESMERO, Julián: Paseo romántico por la Málaga comercial, Editorial Bobastro, Málaga, 1985, página 37.

3- BLASCO, Manuel: La Málaga de comienzos de siglo, Instituto de Cultura de la Diputación de Málaga, 1973, página 17.
4- MUÑOZ MARTÍN, Manuel: Los promotores de la economía malagueña del siglo XIX, Colegio de Economistas de Málaga y Fundación Unicaja, 2008, página 236.

5- HEREDIA GRUND, María Pía: Memorias de una nieta de don Manuel Agustín Heredia, Ayuntamiento de Málaga, 2011.