Por Fernando Alonso González
Todo malagueño ilustrado
debería conocer la vida de los dos cameranos más notables que arribaron a
Málaga: Manuel Agustín Heredia y Martín Larios Herreros. De todas las
semblanzas biográficas que se han escrito de ambos, quizá la más sugerente,
aunque sucinta e impresionista, fue la que publicó Manuel Blasco1.
Suyas son las anécdotas de las partidas de jabón y del tesoro encontrado en la
finca de San José que relataremos a continuación, si el lector tiene paciencia
y sigue leyendo.
Hablar de Heredia es hablar
del comerciante e industrial más grande que ha habido en Málaga. Julián Sesmero
afirmaba que “estamos ante la más gigantesca figura empresarial y comercial que
haya dado nunca Málaga (…) Fue llegar y triunfar (…). Él venció a todo y a
todos”2. Manuel Agustín Heredia Martínez nació en el pequeño pueblo
riojano de Rabanera de Cameros el 4 de mayo de 1786 a las cuatro de la
mañana, según reza su partida de bautismo, casualmente a la misma hora que vino
al mundo Martín Larios. Su padre descendía de una modesta familia de hidalgos.
Se llamaba Manuel Heredia Fernández y contrajo dos matrimonios: del primero,
con Antonia Valvanera Martínez, nacieron Manuel Agustín y Josefa; y del
segundo, tenido con Antonia Escolar, vinieron al mundo otros tres hijos, Francisco,
Perpetua y Martín.
Al fallecer su madre, Manuel
Agustín emigró al sur para trabajar en una tienda de ultramarinos de Vélez-Málaga.
Corría el año 1801 y el joven Heredia era un adolescente de quince años en el
que ya destacaban las que iban a ser sus dos principales cualidades: la
inteligencia y la gran capacidad de trabajo. Cuentan que el negocio, regentado
por un matrimonio de avanzada edad, estaba en decadencia y que, gracias al
tesón y a la iniciativa del joven, el comercio prosperó. Lógicamente, los dueños
quisieron agarrar con garfios de hierro a tan señalada adquisición, pero el
inquieto Manuel Agustín deseaba volar e iniciar nuevas aventuras comerciales.
Según el profesor García Montoro, Heredia permaneció en Vélez unos dos años,
hasta que con el dinero ahorrado se marchó a Málaga.
No tuvieron que ser fáciles
sus comienzos porque Málaga estaba siendo asolada por una epidemia de fiebre
amarilla, también llamada del vómito negro, que redujo su población en un
tercio. Fue la más feroz en la historia contemporánea malacitana. Se calcula
que entre 1803 y 1804 fallecieron en Málaga a causa de esta epidemia 11.464
personas (y según otras fuentes 18.348), por lo que la población malagueña se
redujo casi en un tercio, de 51.745 a 33.397 habitantes. Esta es la Málaga a la
que llegó Manuel Agustín Heredia.
El 1 de mayo de 1808 formó una
sociedad con otros dos socios, Ramón de Córdoba y Manuel María Fernández, este
último al parecer paisano suyo. Heredia fundó un establecimiento con el nombre
de Heredia y Cía en Gibraltar, mientras que Manuel María hizo lo propio
en Málaga con otro al que llamó Fernández y Cía. Entre ambos se
dedicaron a la importación de productos ingleses y a la exportación de frutos
secos y vino. Según algunos, Heredia compró dos mulos y se dedicó al comercio
entre Gibraltar y Málaga, pero suponemos que este episodio corresponde más bien
a los orígenes legendarios de su fortuna. Lo más probable es que se dedicara al
contrabando entre la colonia inglesa y Málaga, burlando el bloqueo francés. El
historiador Manuel Muñoz habla claramente de contrabando y venta de armas
y nosotros creemos que está en lo cierto. Eran los años de la Guerra de la
Independencia y las armas son casi un producto de primera necesidad.
Tan buenos servicios prestó a
los españoles, que el general Ballesteros le concedió en 1810 la explotación de
las minas de grafito de Ojén. Según el propio Heredia este fue el origen
de su colosal fortuna. Evidentemente, este no podía contar que su patrimonio
había comenzado vendiendo armas, algo que nosotros sospechamos y muchos
historiadores no se atreven a afirmar. Si no a qué viene el regalo del
general Ballesteros “por los servicios prestados”, que seguro que no fueron la
venta de almendras y vino. Lo que está claro es que la fortuna de Manuel
Agustín Heredia hunde sus raíces en la Guerra de la Independencia contra el
francés. Ya saben, a río revuelto, ganancia de pescadores.
Su nieta cuenta cómo, en estos
años de la Guerra de la Independencia, Manuel Agustín Heredia iba a caballo
hasta Vélez Málaga y allí, gracias a los contactos que tendría de su etapa
anterior de comerciante, compraba baratísimos muchos productos de la tierra
(almendras, aceite, pasas, etc.) que se habían quedado sin vender porque, debido
a la guerra, el comercio estaba muerto, y luego les daba salida consiguiendo un
gran margen de beneficio.
En 1812 ya importaba tabaco
para el Estado desde América. Heredia había conseguido en menos de diez años
amasar una fortuna considerable, gracias a la cual pudo entroncar con la oligarquía
local. En efecto, el 12 de abril de 1813 se casó en la iglesia de Santiago con Isabel
Livermore Salas (1794-1849), hija de un próspero comerciante inglés, aunque
de origen irlandés. Y Heredia fue tan prolífico en el matrimonio como en los
negocios porque tuvo 12 hijos, de los que siete llegaron a adultos: Isabel,
Manuel, Tomás, Amalia, Enrique, Ricardo y María. Sus hijos varones fueron
enviados a estudiar a Inglaterra y a París. Los que fallecían fueron enterrados
en una cripta de la iglesia de San Agustín, donde también fueron sepultados
otros muchos cameranos en las primeras décadas del siglo XIX.
En 1816 tuvo comienzo su
imperio industrial, al abrir una fábrica de azúcar. Ese mismo año Manuel
Agustín Heredia compró unos terrenos que ocupaban gran parte de lo que hoy es
la Alameda de Colón y allí instaló su primera fábrica de jabón que, más tarde,
trasladaría a las playas de San Andrés. Sus barcos llegaban desde América y
desde Asia cargados de muchos productos de los que aquí se carecía y los vendía
al precio que le parecía: todo era ganancia.
En 1825 Heredia era ya el
hombre más rico de Málaga. Pero esto
no había hecho más que empezar, porque todavía tenía que aportar mucho más a la
economía malagueña. Como afirma Manuel Muñoz, “no había negocio lícito o
ilícito en el que no haya invertido Heredia su sagaz inteligencia”. Según su
nieta, Manuel Agustín Heredia solía decir que lo que costaba trabajo era hacer
los primeros veinte mil duros y que luego, siendo uno prudente y trabajador,
todo se hacía más fácil.
Quizá la consolidación y
verdadero florecimiento de la fortuna de este emprendedor camerano se deba a
sus pioneras instalaciones industriales para la fabricación de hierro. En 1826
comenzó a explotar un rico yacimiento de hierro descubierto en las orillas del
río Verde en Marbella. Los primeros altos hornos se llamaron El Ángel y
en 1830 empezaron a funcionar los de La Concepción, cuyas ruinas aún se
conservan hoy. Estuvieron en funcionamiento hasta 1884. Pero los inicios no
fueron tan fáciles. La empresa estuvo a punto de naufragar por los malos
resultados obtenidos al comienzo, pero Heredia no se arredró y buscó al mejor
experto en fundición de España, Francisco Antonio Elorza: gracias a la ayuda
de este militar su industria alcanzó resultados notables. Para conseguir el
combustible con el que el que fundir el mineral de hierro, hubo que talar
muchos árboles. Se cortaron tantos que provocó la desforestación de Marbella,
Ojén y Benahavís. Nada detenía a Heredia en su carrera.
En 1833 Manuel Agustín Heredia
inauguró en las playas de San Andrés su fábrica La Constancia, de nombre
bien significativo. El mineral de hierro se fundía en Marbella y se trasladaba
a Málaga, donde se afinaba y se forjaba. La Constancia estuvo en funcionamiento
hasta 1891. Heredia se convirtió en el primer fabricante de hierro de España.
Su hierro era, además, de una extraordinaria calidad, forjado a conciencia.
Algunas rejas y barandillas aún se pueden ver en la finca de La Concepción, y
después de 150 años, están como el primer día.
En 1837 Heredia adquirió la
fundición de plomo San Andrés, en Adra. De esta manera, Manuel Agustín
consiguió ser en 1840 el mayor empresario de España. Manuel Blasco
cuenta una divertida anécdota que explica cómo era el talento empresarial y
comercial de Manuel Agustín Heredia. En cierta ocasión había enviado un
cargamento de pastillas de jabón a Cuba, entonces provincia española. Le
escribió su representante, muy apurado, porque no se vendía ni una pastilla.
Heredia contestó: regale todo el jabón, que mando otro cargamento. Sabía crear
la necesidad allí donde no la había, algo que conocen hoy muy bien las modernas
multinacionales.
No abrumaré al lector con el
detalle de otras empresas que fue acometiendo Heredia. Sí le diré que dio
trabajo a unos 2.500 trabajadores, sumando todas sus industrias. Si tenemos en
cuenta que en 1845 la población malagueña ascendía a unos 70.000 habitantes, la
cifra no es baladí. Se cuenta que dio su apellido a muchos gitanos (algunos
autores hablan de hasta 500) que trabajaban en sus fábricas, algunos de los
cuales tenían que viajar a Inglaterra para aprender el proceso de laminación
y carecían de documentación. Pudiera ser
verdad. Pero también lo es que existen registros de gitanos apellidados Heredia
desde el siglo XVI. También es leyenda su flota de barcos, cuyo radio de acción
abarcaba toda Europa y parte del continente americano. He leído en algunos
estudios que llegó a tener 400 barcos, cifra a todas luces exagerada, ya que en
su testamento solo cita 18, que no son pocos. Lo que sí podemos afirmar es que Heredia
fue el hombre más rico de su época. Así lo aseguran los historiadores
malagueños Antonio Parejo, Antonio Nadal y Cristóbal García Montoro.
Su gran afición fue la cría de
caballos de carreras. Tenía una gran admiración por Inglaterra, país al que
consideraba modélico y ejemplar. De hecho, envió a su hermanastro Martín a
Inglaterra para que aprendiera comercio e inglés. Compró varias fincas
rústicas. Entre las más conocidas destacaremos el lagar de San José, que
adquirió en 1831 en Casabermeja, en el lugar de Chapera, y que no debe
confundirse, como históricamente se ha hecho, con la otra finca San José que
estaba al final de Ciudad Jardín. Entre las fincas urbanas citaremos la compra
en 1834 del edificio de la antigua cárcel en la plaza de la Constitución, donde
edificó el moderno pasaje que lleva su apellido. También levantó cinco casas en
la Alameda.
Sus dos últimas empresas
fueron la Industria Malagueña y La Química. La primera
suponía la incursión de Heredia en la industria textil. Ya sabemos que la
primera norma para un empresario consiste en diversificar sus inversiones o,
como se dice coloquialmente, no poner todos los huevos en la misma cesta. El 10
de julio de 1846 (no sospechaba Heredia que fallecería al mes siguiente), creó
asociado con Martín Larios la Industria Malagueña, que se levantó junto a los
terrenos de su fábrica La Constancia. Empezó a funcionar al año siguiente y dio
trabajo inicialmente a 1.400 trabajadores. Cuando murió, Heredia estaba
proyectando una fábrica de productos químicos, La Química, para fabricar ácido
sulfúrico, velas esteáricas y sosas. Su chimenea tendría 300 pies de altura, es
decir, 91 metros, tantos como los de la torre de la Catedral.
Manuel Agustín Heredia falleció
de apoplejía un 14 de agosto de 1846, a los 60 años, unos meses después de que
Isabel II le nombrase senador. En su testamento dejó la fabulosa cifra de 60
millones de reales, 4 fincas rústicas y 27 urbanas, una empresa siderúrgica,
otra de fundición de plomo, tres fábricas de jabón, una de productos químicos y
una flota de 18 barcos. Sus almacenes estaban llenos de todo tipo de
mercancías. Tenía, también, intereses en sociedades industriales, mineras, de
seguros, de transporte marítimo y de banca (de hecho, fue uno de los fundadores
del Banco de Isabel II). Tras su fallecimiento, el madrileño Semanario de la
Industria lo consideró el primer capitalista español. Ramón de la
Sagra, que lo conoció personalmente en un viaje empresarial a Andalucía en
1845, afirmó que se daba en él “una rara asociación de talentos”, porque supo
combinar como nadie la industria y el comercio. De la Sagra vio a un Heredia que se multiplicaba recorriendo sus
talleres y dando órdenes a unos y a otros.
Su última y suntuosa morada
fue el panteón que se construyó en el cementerio de San Miguel. La estatua que
estaba en el patio de su fábrica La Constancia es la que hoy preside la avenida
que hoy lleva su nombre en Málaga. Su fallecimiento dejó un profundo vacío en
sus familiares. Por ejemplo, su hijo Tomás se negaba a veranear en el mes de
agosto, por ser este el del aniversario de la muerte de su padre, y viajaba con
su familia a tomar las aguas a Frisinga (Baviera) en julio o en septiembre,
aunque en este último mes hiciera frío o lloviera.
Los descendientes de Manuel
Agustín Heredia vivieron fastuosamente con lujo y derroche, emparentando con
aristócratas y financieros. El encargado de sucederle fue su hijo mayor, Manuel
Heredia Livermore. Casado con Trinidad Grund, tenía un carácter depresivo.
Se suicidó con 35 años en 1852, pegándose un tiro durante una cacería en
Motril.
Se hizo cargo entonces de los
negocios familiares su hermano Tomás Heredia Livermore (1819-1893), que
estaba casado con Julia Grund, hija del cónsul de Prusia en Sevilla. Este fue
el que compró la finca San José de Ciudad Jardín en 1864, por lo que tuvo dos
fincas San José, la suya y la que había heredado de su padre. La razón de la
compra fue que su hermana Amalia y Jorge Loring habían adquirido unos años antes,
en 1857, la finca la Concepción, que estaba separada de San José por el
callejón de Nadales. San José brilló como pocas por su estupenda colección de
antigüedades romanas que poblaban su frondoso jardín, adornado y embellecido
con plantas y árboles que los Heredia trajeron en sus cargueros desde todas las
partes del mundo. En la finca eran famosos su enorme invernadero, el lago con
sus grutas y cascadas, y el albercón. En San José estuvo la primera pista de
tenis que se hizo en Málaga a finales del siglo XIX. Por la mansión pasaron
Cánovas y los grandes políticos de la época.
Tanta vida de lujo y capricho
empezó a anunciar su ruina a finales de la segunda generación, tan rápida como
lo fue su enriquecimiento. Así lo cuenta Manuel Blasco que tuvo la oportunidad
de visitar San José cuando fue vendida en 1920. Lo hizo en compañía de José
Prados, padre de Emilio Prados, que tenía una importante tienda de muebles en
la calle Larios y estaba amueblando el futuro sanatorio. Cuando entraron en el
sótano “nos sorprendió encontrarnos con infinidad de embalajes que ni
compradores ni vendedores habían tenido en cuenta. Cuando se abrieron se
comprobó que era el último pedido de los Heredia a la casa Maple,
verdaderas maravillas de muebles ingleses de la mayor elegancia y lujo,
superior su precio al pagado por la finca. Fue tal la rapidez del desastre que
ni sabían de su existencia ni tiempo tuvieron de desembalar”.3
La aparición de este tesoro no
es una leyenda. También lo vio alguien tan riguroso y serio en sus trabajos
como es el historiador Manuel Muñoz, que tuvo “la oportunidad de comprobar la
inmensa cantidad de bultos existentes desde hacía muchos años en los sótanos de
la Hacienda de San José, aún sin desembalar, que contenían un mobiliario
completo para de nuevo amueblar dicha mansión en su totalidad, mandado hacer
expresamente en Londres”.4 Para Muñoz la causa de la ruina de los
Heredia es triple: la filoxera, la crisis industrial y la vida de lujo y
derroche que llevaba la familia.
María Pía Heredia Grund, hija
de Tomás y de Julia y nieta de Manuel Agustín Heredia, escribió a los 87 años
unas memorias5 muy interesantes porque dan a conocer aspectos
íntimos y poco conocidos del clan Heredia, algunos de los cuales hemos referido
en el presente capítulo. Las editó hace unos años el Ayuntamiento de Málaga,
cuando el Ayuntamiento aún editaba libros.
Queremos terminar este apartado con
una historia aparecida en la prensa local (Málaga Hoy, 26 de noviembre de
2017). Un descendiente de Manuel Agustín Heredia, que sigue estando orgulloso
de su ascendencia camerana después de siete generaciones, ha decidido cambiar
en el Registro Civil el orden de sus apellidos y pasar a llamarse Manuel Agustín
Heredia Gutiérrez, en memoria del tatarabuelo de su abuelo. Como dice mi amigo
Víctor Heredia, de los Heredia nos queda la sangre pero no la fortuna.
Notas
1- BLASCO, Manuel: La
Málaga de comienzos de siglo, Instituto de Cultura de la Diputación de
Málaga, 1973.
2- SESMERO, Julián: Paseo
romántico por la Málaga comercial, Editorial Bobastro, Málaga, 1985, página
37.
3- BLASCO, Manuel: La
Málaga de comienzos de siglo, Instituto de Cultura de la Diputación de
Málaga, 1973, página 17.
4- MUÑOZ MARTÍN, Manuel: Los
promotores de la economía malagueña del siglo XIX, Colegio de
Economistas de Málaga y Fundación Unicaja, 2008, página 236.
5- HEREDIA GRUND, María Pía: Memorias
de una nieta de don Manuel Agustín Heredia, Ayuntamiento de Málaga, 2011.