Por José Mª López Jiménez
Málaga, como ciudad, pasa objetivamente por un gran momento, y goza de desarrollo económico, social y cultural, y de reputación y reconocimiento generalizados, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Málaga, como ciudad, pasa objetivamente por un gran momento, y goza de desarrollo económico, social y cultural, y de reputación y reconocimiento generalizados, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Partiendo
de ciertos elementos naturales que concurren en esta zona geográfica, como la
benignidad del clima o la luminosidad, se trata de un logro colectivo al que
han coadyuvado las iniciativas públicas y las privadas, y el quehacer diario de
sus ciudadanos y empresas.
Celebramos
este renovado auge, aunque venimos observando desde hace algunos años, no sin
cierta tristeza, cómo los establecimientos comerciales típicamente malagueños
que daban color al Centro de la ciudad que nos ha visto crecer, y al que vinculamos
nuestros más íntimos recuerdos, han ido cerrando paulatinamente sus puertas y
expositores hasta casi desaparecer.
En
su lugar están surgiendo nuevas tiendas impersonales, sin “sabor local”, y franquicias
de las grandes marcas internacionales, que proliferan, en ambos casos, al calor
de la globalización. De consolidarse esta tendencia uniformadora, es posible
que pasados los años no haya diferencia entre pasear por Málaga o Nairobi, por
Nueva York o Bogotá, por Ottawa o Estambul, por Tokio o Helsinki.
Las
ciudades del mundo globalizado —o sus dirigentes, si es que este proceso se
puede pilotar— parecen dar la espalda a la población autóctona que todavía se
atreve a residir en los respectivos corazones históricos, para abrirse, casi en
exclusiva, a los turistas que atestan sus calles y avenidas, sus bares y
terrazas, sus museos y edificios.
A
este complejo fenómeno, que supera, como es lógico, los contornos de Málaga, ya
me referí expresamente en la presentación, el 1 de junio de 2017, en la Sala Italcable
de la UNIA en la capital malacitana, de la obra colectiva que dirigí titulada “El
control societario en los grupos de sociedades” (Wolters Kluwer, 2017). De algún
modo, esta obra partió de la evidencia del creciente poder económico de los
grandes conglomerados empresariales y financieros, que ofrecen sus productos y
colocan sus capitales en cualquier punto del planeta, permitiendo, con sus
luces y también con sus sombras, la consolidación de una verdadera sociedad
cosmopolita, aún a costa de erosionar lo local.
Sin
duda, hay un punto óptimo de equilibrio, en el que todos los intereses en liza
se pueden compatibilizar, aunque alcanzar este punto no sea un cometido
sencillo.
La
participación en un nuevo proyecto
editorial en ciernes, promovido por el Instituto Econospérides, para tratar de identificar algunos de
estos emblemáticos comercios malagueños que han ido desapareciendo de la
fisonomía de la ciudad, rescatarlos del olvido y transmitir su recuerdo a las
siguientes generaciones, me ha llevado nuevamente a reflexionar sobre este fenómeno,
con todas sus derivaciones.
Paradójicamente,
en una de mis habituales visitas a una de estas multinacionales (FNAC),
encontré por azar la obra “Comercios históricos malagueños” (Ediciones del
Genal, Málaga, 2018), de Fernando Alonso González, que es, a mi parecer, una
obra de referencia para conocer el origen desde el siglo XIX del comercio
tradicional malagueño, la situación actual de lo que queda de él y sus
perspectivas de futuro, en el marco más general del empuje y la presión
ejercida por la globalización, a la que anteriormente nos hemos referido.
Tenemos
la impresión de que, hasta el momento, la obra quizás haya pasado un tanto
inadvertida y no haya atraído toda la atención que merece por parte de las
instituciones y de la ciudadanía, pues, aunque profundiza en la historia de
Málaga, su contenido también puede ser muy útil en el debate para determinar
cuál es el modelo ciudad que los habitantes de Málaga quieren otorgarse.
Curiosamente,
compartimos en buena medida algunas reflexiones de Fernando Alonso, lo que no
debe extrañar, dado que pertenecemos a una misma generación y probablemente
nuestra relación con Málaga, viviendo y sintiendo con intensidad cada uno de
sus rincones en cada parte del año, nos haya marcado profundamente, al igual
que a tantos otros. Esta circunstancia motiva, por otra parte, que el lector en
cuyas manos caiga la obra se sienta atrapado irremisiblemente por la lectura,
porque se reconocerá a sí mismo, a amigos o conocidos e incluso a familiares
cuyas historias empresariales y personales comienzan a acumular polvo y a
correr el riesgo, como Fernando afirma, de desaparecer “en el sumidero de la
Historia” (pág. 11).
En
la introducción que antecede a los 34 apartados en que se divide el libro —uno
por cada negocio analizado, con alguna particularidad, como señalaremos más
adelante—, el autor se refiere a la melancolía que recorre el ánimo cuando se
constata “la cantidad de comercios que han ido desapareciendo”, en un proceso
intensificado por la globalización, que, “aunque puede resultar beneficiosa en
algunos aspectos, ha traído consigo la pérdida de identidad y el aburrimiento
de lo repetido” (pág. 11).
Fernando
Alonso ha optado por seleccionar, para que su esfuerzo sea asumible, una serie
de comercios, que podrían haber sido muchos más. En las páginas 14 y 15 del
libro se enumeran todos ellos y se sitúan en un mapa del Centro, a lo largo de
un imaginario eje diagonal que discurre entre el histórico Mercado de
Atarazanas y la Plaza de la Merced que vio nacer a Pablo Ruiz Picasso y en la
que reposan los restos de José María Torrijos y otros defensores de la
Constitución de 1812.
Para
realizar el trabajo se ha acompañado la investigación científica y de archivo
de la entrevista directa a los fundadores de los comercios, cuando ello ha sido
posible, o, más bien, a sus descendientes, junto a un amplio apoyo visual, en
muchos casos de fotografías de los archivos de los propios interesados.
La
lectura es dinámica, y el autor va enhebrando el origen y el desarrollo de cada
negocio con interesantes anécdotas y con sus propias reflexiones.
Respecto
a las anécdotas, por señalar algunas de las muchas que se recogen en la obra, a
propósito de la actual “Farmacia Bustamante” (antigua botica de los Mamely) se
indica que a finales del siglo XIX se podían adquirir “ojos artificiales
humanos con movimientos voluntarios” (pág. 29); acerca de la “Casa de Guardia”
(no “del Guardia”), la “Capilla Sixtina del arte de buen beber”, tenemos
noticia de que José Guardia llegó a ser amante de la reina Isabel II (pág. 42);
o que a José Rodríguez Losada, uno de los mayores relojeros de todos los
tiempos, le debemos el reloj de la torre de la Catedral de Málaga y el de la Puerta
del Sol de Madrid, o la terminación del Big Ben de Londres (“Relojería de
Miguel Heredia”, pág. 73).
De
las reflexiones de Fernando Alonso que salpican la obra nos quedamos con la
dificultad no solo de mantener sino también de iniciar una actividad en el
Centro de Málaga sin formar parte de ese selecto grupo de empresas que pueden
satisfacer las elevadísimas rentas de los contratos de alquiler, tendencia
histórica acentuada en los últimos años. Los escasos comercios tradicionales
que subsisten hoy día lo hacen gracias a que en algún momento fueron capaces,
no sin dificultad, de acceder a la propiedad de los locales, liberándose de la
servidumbre del contrato de arrendamiento y de su merced.
Sentimos
añoranza de las tertulias que, en otras épocas en las que el transcurrir del
tiempo era más pausado, abundaban en todo tipo de comercios. Especialmente
llamativa nos ha parecido la del Café Munich, «llamado por algunos “pequeño
Pombo”, en alusión al famoso café madrileño donde Ramón Gómez de la Serna tenía
sus tertulias» (pág. 210).
Previamente
indicamos que son 34 los establecimientos en funcionamiento seleccionados por
el autor, aunque, con el libro en imprenta, se produjo el cierre de uno de
ellos, “Calzados Alas”, lo que le lleva a plantearse, amargamente, cuántos de
los restantes comercios de este libro habrán desaparecido dentro de algunos
años.
(Publicado
en el blog Todo Son Finanzas el 7 de enero de 2019)