Por Fernando Alonso González
Aunque Bonifacio Gómez
Martínez había nacido en Granada, era hijo de Felipe Gómez de Codes, bautizado
en Laguna de Cameros, el pueblo de los Larios. Estamos ante otro
camerano que había emigrado al sur a mediados del siglo XIX en busca de mejores
perspectivas económicas. Algunos de estos cameranos ya venían con dinero, como
lo prueba el que su hijo Bonifacio estudiara la carrera de farmacia en Granada,
algo entonces sólo accesible para unos pocos privilegiados.
Tras obtener el título de
licenciado en 1875, pagó la nada despreciable suma de 2.000 pesetas para poder
librarse de tener que hacer el servicio militar obligatorio. Comenzó a trabajar
en la antigua farmacia de Juan Bautista Canales, en la calle Compañía y en 1883
tomó a su cargo la farmacia de Alfarnatejo. En 1886 es cuando compró la
farmacia de la calle San Juan. En 1889 se casó con Josefa de Linares
Enríquez, matrimonio del que nacieron tres hijos: Josefa, que se casaría
más tarde con Antonio Mata Vergel, el de la farmacia de la calle Larios; María
Manuela, que ingresaría en las teresianas y Bonifacio, llamado a ser el sucesor
de la farmacia.
Bonifacio Gómez es conocido
por ser el creador de la farmacia de guardia, porque su farmacia estaba abierta
todo el día y cuando estaba cerrada, como vivía en el piso de arriba, con una
campanilla primero y un timbre eléctrico después, atendía a todo aquel que
necesitara un medicamento, fuera la hora que fuera. Ángel González Caffarena lo
recuerda con sus pantuflas elaborando preparados o recetas que le llevaba mucho
tiempo preparar y por las que cobraba cantidades irrisorias. Pero lo que más
llamaba la atención de Bonifacio, haciendo honor a su nombre, era su carácter
bondadoso que han heredado sus descendientes (y doy buena fe de ello), del
que conservamos muchas anécdotas. Así, cuando Crespo abrió su farmacia, muy
cerca de la suya, en los años 30 del siglo XX le pidió permiso a Bonifacio que
generosamente se lo concedió contestándole: “el sol sale todos los días para
todo el mundo”. Su trato humanitario y su cristiano estilo de vida (iba a misa
todos los días a la cercana iglesia de San Juan), le granjearon desde el
principio el cariño de los pobres a los que Bonifacio no sólo remediaba sus
enfermedades, sino que también deslizaba disimuladamente unas monedas o algún
billetito para paliar el hambre o la necesidad. Solía decir a menudo: “nada hay
que justifique tanto mi profesión como asistir a un enfermo, evitarle dolores y
contribuir a su bienestar”.
En 1935 fue nombrado Colegiado
de Honor por el Colegio de Farmacéuticos de Málaga, título que con agrado
exhibía en su rebotica. En un artículo publicado al día siguiente en La Unión
Mercantil se hablaba de su “afabilidad venerable” y de su “laboriosidad,
honradez y competencia profesional”. Bonifacio, al recoger el título, decía con
modestia: “sólo he cumplido con un deber profesional”.
También fue muy conocida en
Málaga su rebotica, en la que se celebraban todos los días tertulias a las que
acudían otros boticarios y comerciantes de las calles aledañas, en una época en
la que se disponía de más tiempo y la vida estaba bastante menos ajetreada que
hoy11.
Bonifacio Gómez le puso a su
farmacia el nombre de Santa Teresa, pero todo el mundo la conocía como la
farmacia de don Bonifacio. Es de los pocos establecimientos comerciales de los
que apenas he encontrado publicidad: no le hacía falta de tan popular que era.
Llama la atención que una persona tan buena viera fallecer a todos sus seres
queridos, empezando por su esposa en 1915, su hija Manuela en 1935, su hijo
Bonifacio (asesinado en 1937) y su hija Josefa, en 1944. Murió el 23 de agosto
de 1947, a los 96 años de edad, fallecimiento que fue muy sentido en toda
Málaga, especialmente por las clases humildes que tanto le debían.
Nota.
11- Tomo este dato y otros
anteriores del libro de Julián Sesmero: Paseo romántico por la Málaga
comercial, Bobastro, 1985, pp. 178-180.