Por José M. Domínguez Martínez
La historia de una ciudad está en sus calles, en sus
plazas y avenidas; reposa en las fachadas de sus monumentos; revive en los
rasgos y en el carácter de sus habitantes; anida en los surcos que ha ido
labrando el tiempo; se adormece en los jardines donde acuden las almas
solitarias; palpita en todos sus rincones, reales o imaginarios. Todo eso y
mucho más forma parte de su ser. En su largo camino se han ido quedando atrás
símbolos e imágenes que ayudaron a forjarla tal como es, dejando una huella,
que aún permanece, aunque no siempre se perciba a simple vista.
Las empresas, ya se trate de una factoría, de un
establecimiento comercial o de un local de servicios, como organismos vivos
condenados a ganarse cada día la supervivencia, amenazados por fuerzas internas
y otras que llegan del exterior, en distintos grados de permanencia e
intensidad, han sido un elemento imprescindible en la configuración urbana.
Como seres vivientes, las empresas presentan una gran heterogeneidad en cuanto
a su origen, apariencia, dimensión, actividad y longevidad. Sea cual sea el
perfil concreto que adopte, toda empresa se ve sometida a la dialéctica
permanente que impone la dinámica económica y social, más o menos exigente en
función del sector y del entorno en el que opera. Cuando una empresa se
extingue es como si con ella se esfumara una parte de nuestras vivencias, como
si se desprendiera una pieza del mosaico que representa la actividad económica
y también el panel del entramado social, dejando un hueco que no volverá a
rellenarse.
Que muchos establecimientos no formen parte del
paisaje urbano de hoy no significa que debamos ignorar su papel, que olvidemos
lo que hicieron para construir nuestro presente y lo que aportaron a nuestra
idiosincrasia.
Rendir un homenaje a las unidades empresariales que,
por una u otra razón, se han ido desprendiendo de ese gran mosaico, es el
propósito que inspira el proyecto Mlk del Instituto Econospérides. Pero una
cosa es una mera declaración de principios y otra, muy distinta, la capacidad
de materialización de la aspiración que subyace en aquélla. A tenor de los
exiguos recursos disponibles, esa capacidad es ciertamente modesta, por lo que
este proyecto no se plantea ninguna meta que, ni de lejos, pudiera tacharse de
ambiciosa. Más bien, la pretensión no es otra que la de abrir una senda, que
venga a añadirse a otras ya trazadas por otros autores, para ir recordando
imágenes hoy ausentes, sin objetivos cuantitativos concretos. Aun cuando ese
espíritu se extienda sin límites temporales, que se remontan al origen de los
tiempos malacitanos, con la fundación del núcleo fenicio llamado Malaka o Mlk,
la iniciativa surge a raíz de la reflexión en torno a la ausencia de
establecimientos que identificaban la fisonomía de la Málaga de los años
setenta del pasado siglo.
Apelando una vez más a la filosofía machadiana de
hacer camino al andar, no nos fijamos alcanzar ninguna cota de antemano, ni
siquiera mínima. Tampoco, al menos en su fase inicial, ningún formato cerrado.
Si el proyecto logra echar a andar, ya habrá tiempo de pensar en dotarlo de
alguna estructura definida, así como de un nombre adecuado.
Las trayectorias de las empresas más significativas
están documentadas en los textos de historia. Aunque sólo sea a título de
recordatorio, tienen, naturalmente, abiertas de par en par las puertas de este
modesto proyecto, pero, especialmente, aquellas otras menos conocidas o que han
pasado desapercibidas.
Como dejaba escrito en una de las entradas de este
blog, de agosto de 2017, uno de esos negocios anónimos fue el de María
Quintero, conocida en mi barrio como María la del carrillo. Ella fue la primera
empresaria que conocí, en mi infancia, cuando corrían los primeros años de la
década de los sesenta. A su recuerdo van dedicadas estas líneas.
(Publicado en el blog Tiempo Vivo el 27 de
diciembre de 2018)