Por José Mª López Jiménez
“Cuenta lo que fuimos” (Sebastián
Copons a Íñigo Balboa, en “El Capitán Alatriste”, de Arturo Pérez Reverte)
Uno es lo que es, en primer lugar, por el influjo, no
siempre benéfico, de su familia (cómo no recordar el inicio de “Ana
Karenina”…).
Más ampliamente, las ciudades también nos condicionan,
y su clima, su luz, sus avenidas, sus edificios, sus callejuelas, sus jardines,
sus rincones, sus sombras, su gastronomía, sus olores, sus gentes, sus sonidos,
su pasado, su presente… nos hacen ser de
un modo o de otro.
También hay ciudades que envenenan a quienes las
habitan, pero queremos creer que aquellas ofrecen, más bien, un marco en el que
los individuos pueden desarrollarse en libertad.
La ciudad es una realidad vivida, a diferencia del
Estado, por ejemplo, que, como abstracción que es, se debe imaginar para ser
sentido.
A lo largo de nuestras vidas desfilamos por muchas
ciudades, pero solo con un puñado, con acaso una, nos fusionamos de una forma
íntima. Solo con estas ciudades nos sentimos en deuda para siempre.
Nacer en una ciudad no es imprescindible para sentirse
identificado con ella. Hay ciudades abiertas que no discriminan entre sus hijos
natos y los adoptivos. Las posibles diferencias, si es que las hay, desaparecen
con el paso de las generaciones, en un proceso enriquecedor, en el que la
identidad de todos se ensancha.
Pensar en mi Málaga de nacimiento y en su esplendoroso
siglo XIX, forjado por emprendedores venidos de otras ciudades españolas y de
otros países, cuyos nombres, obra y descendientes, llegados los siglos XX y
XXI, se han fundido con ella para conformar su esencia, me ha llevado a estas
reflexiones.
Esa gloria fue efímera, pero sobre sus cenizas se
erige en la actualidad otra gran ciudad, hacia la que, en ocasiones, mira el
mundo, que aúna la calidad de vida de sus habitantes y visitantes con el
desarrollo económico y el esplendor cultural y artístico.
Si hoy día somos lo que somos, con todo nuestro
potencial, es gracias, entre otras, a figuras como la de Manuel Agustín
Heredia, procedente de La Rioja (Rabanera de Cameros, 1786).
En “Los perdedores de la Historia de España” (2006),
García de Cortázar dedica el capítulo 18 (“La frontera industrial”) a Heredia y
al fallido desarrollo industrial malagueño de la segunda mitad del siglo XIX.
Según García de Cortázar, sus “iniciativas
empresariales en las tierras del sur le dieron fama de moderno y a la romántica
Andalucía, un cuadro diferente del pintado por los viajeros Gautier y
Washington Irving”.
Cita a otro viajero inglés, Thomas Debary, quien, en 1849,
anotó en su cuaderno de viaje lo siguiente: “Un extranjero que desee
familiarizarse con estas tierras notará seguramente cuando llegue a Málaga que
ha dejado atrás la nación española. En Málaga encontrará, comparativamente,
poco de las costumbres de Andalucía, verá más de una alta chimenea de rojos
ladrillos, importación no muy poética de la laboriosa Inglaterra; si es inglés
oirá con frecuencia hablar su propia lengua y no sólo en labios ingleses, sino
también españoles; percibirá, en suma, que el progreso ha puesto realmente pie
en las orillas de España”.
La riqueza de Heredia se acumuló extrayendo grafito de
la serranía de Ronda durante la Guerra de la Independencia: “La suya tampoco
fue la única fortuna del siglo XIX construida tras un telón de batallas. Los
Rothschild tuvieron las campañas de Napoleón. Rockefeller y Carnegie tendrán
las de la Secesión norteamericana”.
Con la fortuna acumulada puso en marcha en 1832 los
primeros altos hornos de España (Marbella —La Concepción—, que amplía
seguidamente a Málaga —La Constancia—). La hegemonía malagueña en la producción
siderúrgica nacional se extenderá hasta la década de los sesenta del XIX; la
decadencia llegará, primordialmente, por la falta de carbón mineral autóctono,
y por el tendido de la red de ferrocarriles española, inexplicablemente (o no
tanto…), con financiación y materias primas extranjeras.
Cristóbal García Montoro, en “Grandes empresarios
andaluces” (Parejo Barranco, A. —coordinador—, LID Editorial Empresarial, S.L.,
Madrid, 2011, págs. 58-62), también dedica atención a Heredia: “La siderurgia
de Heredia, con sus dos establecimientos de Marbella y Málaga, entró desde
mediados de los años treinta en una fase de gran actividad que la llevaría a
colocarse en poco tiempo a la cabeza de la producción nacional de hierros. En
gran medida ello se debió a la paralización de las ferrerías de la cornisa
cantábrica por la guerra carlista, pero también a la habilidad de Heredia, que
supo aprovechar la circunstancia para modernizar su equipamiento e introducir
cambios en la fabricación de hierros. En 1840 Heredia se había convertido en el
primer fabricante de hierros de España […] Simultáneamente Heredia dirige su
mirada hacia otro sector industrial, el plomo, que en aquellos momentos
despuntaba en la provincia de Almería”.
Al hierro y al plomo sumó fábricas de jabón, productos
químicos y tejidos, y una flota de buques, convirtiéndose en “el más destacado
empresario de la Península”.
Parte de su fortuna se canalizó hacia los seguros y la
banca. Fue uno de los fundadores del Banco de Isabel II, creado en 1844 por
iniciativa de hombres de negocios como el marqués de Salamanca, su cuñado,
también oriundo de Málaga (el Banco de Málaga se creó en 1856, diez años
después de su muerte, siendo uno de sus promotores su hijo Tomás Heredia
Livermore).
Nos encontramos ante una de las estrellas del
firmamento malagueño decimonónico. Si la ocasión es propicia, esperamos poder
repasar esta figura, y otras no tan fulgurantes pero no menos importantes, a lo
largo de 2019.
Referencias bibliográficas
García de Cortázar, F., “Los perdedores de la Historia
de España” (2006), cap. 18 (“La frontera industrial”), Editorial Planeta, S.A.,
Barcelona, 2007.
García Montoro, C., “Manuel Agustín Heredia
[1786-1846]”, en “Grandes empresarios andaluces”, Parejo Barranco, A.
—coordinador—, LID Editorial Empresarial, S.L., Madrid, 2011.
(Publicado en el blog Todo Son Finanzas el 25 de
diciembre de 2018)